Reino de héreoes y dragones

38. La guarida de la bestia

El interior de la cueva era peor de lo que Maya esperaba. El olor a porquería le hacía lagrimear los ojos y revolvía su estómago. El suelo por el que caminaban era blando pero su contextura era distinta al fango, sabía que era mejor no saber sobre qué estaban caminando. Las entradas estaban lo suficientemente alejadas una de la otra para que no se toparan con Brice una vez dentro, pero daban la suficiente luz para que pudieran ver el camino.

Cualquiera que fuese la criatura que vivía allí le gustaba la oscuridad y era muy buena viviendo bajo tierra. Llamarle cueva había sido un error, eso no es lo que era. El lugar era más bien una guarida. Anchos pasillos de piedra y lodo se abrían a su alrededor formando lo que parecía ser un laberinto y cada uno de ellos los llevaba más abajo, como si quisiera sumergirlos al centro de la tierra misma. El aire era cada vez más difícil de respirar, no solo por su hedor, sino porque se hacía espeso, como si las paredes de tierra y porquería lo absorbieran todo y solo una mínima parte entrara a sus pulmones. Tal vez, eso era justo lo que pasaba.

—Esto no me gusta, Maya. Es como haber entrado voluntariamente a nuestra ejecución.

—Creo que eso puede ser justo lo que hicimos.

El lodo camuflaba sus pisadas, pero la claridad que antes los acompañaba fue haciéndose menor en cada cruce, en cada bajada, hasta que ya no fue más que un ínfimo rayo de luz lo que iluminaba el camino. Sin antorchas, sin fósforos, sin nada que los ayudara. Eran una presa fácil de cazar.

Estaban a punto de bajar un tramo más cuando el repique de la plata y cachibaches chocando entre ellos los hizo detenerse. El sonido llegaba del fondo del pasillo que se abría a su espalda, pero ahí no había más que piedra. Terminaba en una pared igual que las otras, sin pasillo contiguo, sin escaleras, nada. Acababan de verlo. Pero el sonido seguía estando ahí, aunque bajo y medido. Zyan  le indicó que hiciera silencio y colocandose delante de ella regresaron sobre sus pasos, directo a la pared de piedra.

No había entrada ni pasillo, pero desde el otro lado llegaba el inconfundible sonido de las monedas al caer. El tesoro. Debieron haber tomado el cruce equivocado, todo el lugar estaba hecho como un laberinto y lo más seguro era que la entrada a esa sala esté por otro lado, bastante lejos de ahí. Pero si uno de sus contrincantes ya estaba ahí y otro yacía muerto en los matorrales, ellos no tenían tiempo para perder.

Antes de poder pensar en qué hacer, un silbido bajo llegó hasta sus oídos. Eran garras rasgando la piedra y la respiración silbante y pesada que solo podía pertenecer a una bestia. Maya no estaba segura de cuál de los pasillos provenía el sonido, ahí abajo todo parecía hacer eco y ellos estaban en un callejón sin salida listos para ser devorados. Sus ojos se fueron directos a los de Zyan grandes y asustados. De sus labios una sola palabra fue pronunciada:

—Corre. 

Zyan jaló de ella con tanta fuerza que por poco cae de bruces sobre el suelo. Tenía los latidos acelerados con cada cruce que daban y la tentación de mirar hacía atrás era demasiado grande para soportar. Los pies resbalaban y se enterraban sobre el suelo blando a medida que avanzaban. Necesitaban encontrar la entrada a esa sala o en el peor de los casos la salida de ese lugar. Volvió a sentir la respiración, resoplante y agitada tras ella, entonces ya no pudo aguantarlo. Miró.

No fue más que un segundo, un momento de vacilación en el que no pudo resistirse y miró hacía atrás; pero fue suficiente para querer no haberlo hecho. Lo que venía tras ellos, la bestia de esa guarida, era un wendigo. Horrendas y terroríficas criaturas; su piel disecada se estiraba tensamente sobre su cuerpo. Con sus huesos marcándose en su piel, su tez gris ceniza, y sus ojos situados en el fondo de sus órbitas, el Wendigo parecía como un esqueleto enjuto desenterrado hace poco de su tumba. Los labios que tenía estaban desgarrados y ensangrentados y en la cima del cuerpo una cabeza de animal con grandes cuernos.

Iban a morir. Había leído lo suficiente de ellos para saber que no había manera alguna en que un humano pueda salir con vida de algo como el wendigo. Los dioses debían saberlo, por algo habían desterrado a esa bestia a un bosque maldito como ese. Son caníbales, asquerosas bestias que no se sacian nunca, que aumentan su tamaño mediante más personas comen. Y el olor del lugar… todo tenía sentido en esos momentos. Se decía que de sus pieles salen supuraciones que despedían un olor extraño y escalofriante de decadencia y descomposición, de muerte y corrupción. Justo como olía ese lugar.

—Zyan, es un Wendigo.—Su voz era temblorosa, agitada debido a correr entre el lodo. La única señal que Zyan le dió de haberla escuchado fue una breve mirada antes de apretar un poco más su mano para instalarla a que corriera más rápido.

No iban a lograrlo, casi no podía sentir las piernas y la bestia conocía este laberinto de memoria, no había duda de que estaba jugando con ellos, los estaba cazando. De repente su cuerpo fue despedido con fuerza contra una de las paredes segundos antes que la daga de Zyan saliera disparada detrás de ella. El aullido de dolor y la vibración del suelo a sus pies fue su señal de que la daga había sido certera. Pero sabían que eso no iba a detenerlo, estaban comprando tiempo.

—No mires hacía atrás.

Una orden. Así había sonado la voz de Zyan antes de tomarla nuevamente de la mano y llevarla corriendo entre los pasillos de la guarida. Ella no tenía intenciones de volver a mirar por mucho que la curiosidad la estuviera picando. Habían ganado al menos unos metros de ventaja, pero debían hacer algo en esos momentos para aprovechar la ventaja. Trató de buscar en su interior algo del poder que manifestó antes, pero no había nada. Ni siquiera una chispa de lo que había sido. Entonces las monedas volvieron a escucharse, esta vez más claras y fuertes que antes y ambos detuvieron sus pasos.




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