Reino de héreoes y dragones

40. Sabor agridulce

Maya le explicó lo que pensaba hacer sin muchos detalles. Zyan no parecía muy seguro de su plan y si era sincera ni ella misma lo estaba. No sabía si las dagas iban a resistir, ni siquiera podía asegurar que pudieran escalar la pared de piedra llevando a los niños a cuestas, pero eso era lo único que se le ocurria y la otra opción era quedarse a morir.

—Cuando te de la señal llamas a Brice. 

Sin decir más arrastró el cofre hasta la pared y sacó todas las dagas y espadas que había encontrado, Zyan y el resto permanecían cerca de ella a espera para ayudar. Maya  tomó las dos primeras  dagas y las enterró con fuerza en la pared a la altura de sus pies y luego tomó otras dos y las puso en el mismo lugar a manera de refuerzo. Ella sabía que el peso de Brice iba a ser mucho más difícil de resistir que el suyo. Puso todo el peso que pudo sobre la superficie para comprobar que no se venían abajo, cuando vió que resistían tomó las siguientes y las clavó dos palmos más arriba  para empezar a dar forma a la escalera. Entonces subió a las primeras dagas y esperó unos segundos, todos pudieron respirar cuando vieron que la pared no cedió y avanzaron cuesta arriba.

Los rugidos procedentes del pasillo se fueron haciendo cada vez más fuertes, Brice no iba a poder aguantar más. Cuando a Maya ya le era imposible alcanzar las dagas que le pasaban, Zyan se subió a la pequeña a los hombros y esta intentaba llegar hasta ella, aún así les estaba faltando al menos medio metro y por los gritos del chico ya no tenían más tiempo, esto iba a tener que ser suficiente.

—Llama a Brice ¡ya!

Maya tomó una respiración profunda antes de tomar impulso y clavar las uñas sobre la roca e impulsarse el último medio metro que le faltaba para salir de la cueva. Cuando el aire puro golpeó sus mejillas sintió como si estuviera respirando por primera vez. Se encontraba boqueando para llevar todo el oxígeno que pudiera hasta sus pulmones, aún sentía la oleada de miedo atravesando su cuerpo, pero nada se igualaba a la sensación de libertad que encontraba allí fuera. Entonces el suelo bajo su cuerpo vibró y el resplandor del fuego procedente de la guarida la cegó por unos segundos.

Su mente demoró al menos tres segundos en entender lo que pasaba antes que saliera disparada hacia la abertura. El humo salía en raudales y los gritos hacían eco desde abajo. Toda la calidez desapareció y el pánico volvió a apoderarse de ella.

—¡Zyan!— El grito le quemó la garganta y el humo le hizo lagrimear los ojos, pero se negaba a apartar la mirada, no había pasado ni un minuto desde que ella había salido, se suponía que ellos iban a ir justo detrás de ella.

Estaba a punto de lanzarse nuevamente de cabeza dentro de la guarida cuando una mano delgada y pálida asomó por el agujero. La mujer estaba haciendo un esfuerzo por alcanzar ese último tramo. Maya la agarró de los antebrazos y la sacó a rastras a la superficie. La mujer tosía y lloraba y Maya estaba desesperada porque le dijera qué era lo que había pasado.

—Ha roto la jaula… e… el wendigo...— La voz de la mujer temblaba, sus ojos se achinaron debido a los rayos del sol y Maya no pudo evitar preguntarse cuándo fue la última vez que había estado en la superficie.

—Zyan… — Los ojos de Maya volvieron al agujero, el humo se estaba haciendo más oscuro, ya no se escuchaban rugidos o gritos. El único sonido era el del martilleo desaforado de su corazón.

Un sollozo escapó de sus labios en el momento justo en que un par de diminutos brazos se asomaron a la superficie. Maya se abalanzó para alcanzarlos. La pequeña tenía medio cuerpo afuera para cuando ella llegó a sacarla y estaba a punto de preguntar cómo era posible cuando miró hacía abajo y se encontró con los ojos verdes de Zyan. Él la había llevado cargada en los hombros mientras sostenía al niño en brazos. Maya lo ayudó a sacar al pequeño y finalmente se lanzó sobre él cuando estuvo fuera de la guarida. Zyan dejó salir un quejido de dolor y ella se apartó avergonzada. Había olvidado por completo las heridas de su torso.

—¡Lo siento! — Maya se limpió las lágrimas que estaban mojando sus mejillas. Ni siquiera se había dado cuenta en qué momento había empezado a llorar.

Zyan se acercó a ella y la atrajo contra su cuerpo. Ella intentó separarse para no lastimarlo pero él se aferró aún más. El cabello de Zyan olía a humo y barro, pero en esos momentos nada de eso le importaba, pudo haberse quedado el día entero refugiada en sus brazos de no haber sido por el grito de Brice.

—¿Va alguien a ayudarme? —La voz de Brice se escuchaba estrangulada y agotada, pero cuando llegaron a donde estaba su expresión seguía siendo igual de fiera que la primera vez que Maya lo había visto.

Delante de Brice venía el hombre al que Maya y Zyan rápidamente ayudaron a salir y el rubio traía a la segunda mujer colgada del hombro. Esta guindaba como un saco de heno, sus brazos colgaban inmóviles y por un segundo Maya tuvo la horrible sensación de que Brice había sacado un cadáver. Entonces la mujer soltó un pequeño quejido cuando la colocaron sobre la yerba y Maya se sobresaltó al ver las quemaduras en su cuello y parte de su rostro. Ninguno de los tres dijo nada mientras Brice sacaba la pequeña botella de su mochila y le rociaba la poca agua que le quedaba sobre la quemada.

El sol estaba empezando a ocultarse, Maya no quería ni pensar en cuánto tiempo habían estado debajo de la tierra, pero al parecer todos entendieron que era el momento de salir de ahí, porque como uno solo se pusieron de pie y emprendieron el camino cuesta arriba. Brice volvió a cargar a la mujer sobre su hombro y con cada paso se fueron alejando de la guarida, el humo y el wendigo. El río les sirvió para abastecerse para el camino y lavarse la porqueria del cuerpo. Los niños estaban eufóricos. Maya sintió como el pecho se le apretujó cuando ambos se pusieron a llorar mientras sumergian el cuerpo en el agua.




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