Reino de héreoes y dragones

45. No movió un solo dedo

Moría. Lenta y tortuosamente Maya sentía que moría, cuando daba la quinta vuelta a los terrenos del palacio destinados a los entrenamientos al aire libre. Anjana los había puesto a correr nada más llegar a las afueras del  camino circundante que había servido de pista en el último mes. Mientras continuaba adelante sentía como el sudor se adhería a su ropa de entrenamiento y de su pecho salía un pitido nada natural. Le dolía al respirar y le ardían los músculos de sus piernas con locura. Ella sabía que Anjana estaba haciendo todo eso para que tuviera su mente alejada de los hechos recientes. Para concentrar su poder de manera productiva, como le había dicho. Eso no evitaba que sintiera que estaba a punto de morir. Sus ojos estaban empañados por el sudor que le caía de la frente y le impedía ver con claridad, pero aún con las extremidades doloridas y la respiración cortada su memoria continuaba envuelta en las palabras del hada.  En la oscuridad. 

Maya sintió como un escalofrío recorrió su columna y todo en su interior se revolvió en un doloroso aleteo. El poder, cualquiera que sea, se estaba haciendo más inestable y los dolores que eso acarrea amenazaban con quitarle el sentido. Se sentía como si la estuvieran desgarrando desde dentro. Tomó mayor impulso para agotar la energía que empezaba a crearse en su interior. Vio el cuerpo grande y musculoso de Brice pasar como un rayo por su lado. El rubio la miró de manera amenazadora mientras la dejaba atrás. Maya no le dedicó ni una sola mirada. Luego de la primera prueba él había vuelto a verla como mierda la mayor parte del tiempo. No le importaba, tenía problemas de sobra para preocuparse. Sus ojos fueron hacia el otro extremo del camino a dónde Anjana con los brazos cruzados tenía los ojos fijos en ella. 

Cómo si pudiera saber la inquietud que se estaba formando en su interior, Anjana elevó una mano y les indicó que se detuvieran y la siguieran dentro, de regreso al palacio. Por un glorioso segundo Maya creyó que el entrenamiento había concluido y ella podría ir a su habitación a hablar con Theo, Aurora y Zyan lo que habían descubierto. Pero tan rápido como llegó la ilusión se fue al ver al resto de entrenadores acercarse seguidos de los participantes. Zyan estuvo a su lado en menos de un segundo y Maya tuvo el presentimiento que nada bueno saldría de esto.

Atravesaron el pasillo de entrada y ondularon por los corredores laterales hasta llegar al ala destinada al entrenamiento. Justo al lado del salón del concejo. Luego de lo que se había enterado no podía volver a ver ese lugar de la misma manera. Una vez  dentro, las hadas se fueron formando en línea y los participantes quedaron unos al lado de otros de cara a los entrenadores. Nagum, el macho que se encargaba de entrenar a Antasis, dió un paso adelante y clavó sus ojos como puñales de hielo en cada uno de ellos.

— En este último mes han entrenado con los rivales de sus territorios, ha llegado el momento que entren entre todos. No deben olvidar que sin importar de dónde son, todos están compitiendo por lo mismo y al final solo uno vencerá.

Por la mirada que le dió, Maya supo que cada palabra había sido dirigida a ella y Zyan. No era un secreto para nadie que se habían vuelto cercanos, ellos no lo ocultaban, aunque esperaba que nadie supiera que tanto se habían acercado. Se negó a mirar al chico a su lado, así como también se negó a bajar la cabeza. Nunca se habló de no poder hacer alianzas entre ellos y fuera de cualquier cosa que esté pasando entre ellos, eran aliados. Así que sostuvo la mirada del hada, impregnando cada gramo de impetuosidad e irreverencia en sus ojos. Haciéndole ver qué le importaba una mierda su opinión. Ahora cuando el mundo podía estar cayendo a pedazos ella no se iba a amedrentar por un hada arrogante.

Para su asombro, el hada lejos de verse molesto esbozó una sonrisa satisfecha y aterradora que dejó al descubierto sus colmillos y que hizo que  cada poro de su piel se erizara. Desde el lateral derecho se escucharon risas bajas y burlonas de hombres y no tuvo que voltear para saber qué se trataba de Jack Ross y su nuevo compinche Uriel Feer. Ambos mastodontes pasaban la mayoría del entrenamiento lanzando miradas de burla en su dirección y haciendo demostraciones de fuerza en las que casi siempre terminaban decapitando algún maniquí de práctica. Ella sospechaba que eso era un mensaje para ella.

— Dividanse en dos grupos, vamos a ver de qué están hechos.

A Maya y el resto de Ormon le tocó junto a los participantes de Erudon, los hermanos mellizos y el enorme Malaki. Los de Erano, donde ya no estaban los cinco completos sino que solo quedaban tres, ya que un participante más partió a casa en la prueba de la semana anterior. Eso les dejaba compitiendo contra los tres de Atland, entre esos Uriel Feer, los tres de Antasis con el detestable de Jack y los dos que quedaban de Arentia. Lizar, la hembra que entrenaba a Erudon sacó un saquito de entre su túnica y al meter la mano salió llena de un polvo amarillo muy parecido a las arenas del desierto, al dejarlo caer sobre el suelo de mármol se formo un circulo perfecto de al menos unos diez metros de diámetro. Entonces los enfrentamientos comenzaron.

Los participantes de Antasis eran impecables en sus movimientos, cada golpe llegaba al blanco, cada ataque era realizado con la maestría de un héroe. No había duda de que en aquel país el entrenamiento era algo del día a día. Cuando Jack Ross fue llamado al centro de pelea para enfrentarse contra Hazel, el apuesto participantes de Erano, pudo ver la diferencia. Aunque los movimientos seguían siendo certeros y fluidos, Jack Ross no tenía la maestría de un héroe sino la crueldad de una bestia. Sus rasgos sedientos de sangre, sus puños dirigidos a quebrar aun cuando advirtieron que era una lucha amistosa y la sonrisa demente en su rostro ante cada mueca de dolor. Maya dio una plegaria silenciosa por no haber sido ella quien se enfrentara a él. Aún así Hazel se mantuvo en pie. Sus movimientos eran menos violentos, más gráciles pero igual de cuidadosos. Era fácil notar que ambos jóvenes habían sido entrenados para la batalla, aún cuando no existía un torneo que los obligara. 




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