Reino de héreoes y dragones

47. Dioses y revelaciones

William la llevó casi a rastras fuera de aquel pasillo, podía sentir como cada músculo del héroe continuaba en tensión, ella misma continuaba con los músculos entumecidos y rígidos debido a la impresión que acababa de llevarse. No entendía qué era lo que había ocurrido hace un momento, pero sabía que el dios percibió algo ella. La manera en que sus ojos se ampliaron de un momento a otro y la forma en que su propia magia se revolvió en respuesta a ese asombro… Ella debía hablar con Anjana. Si su madre estaba ocultando algo podía ser que la hada lo supiera, ya que era casi imposible ir al bosque en busca de Etria.

—Él no debería haber estado ahí— William habló y por fin redujo el paso antes de verla — No había ninguna razón para que el dios estuviera en ese pasillo — El héroe ahora la estaba viendo como si tratara de descifrar algún enigma y a Maya no le gustó ese giro, ni mucho menos las palabras que le siguieron— ninguna, que no fueras tu.

Su estómago se revolvió y las manos le empezaron a sudar. William la estaba viendo fijamente, esperando alguna señal o explicación de su parte, pero no la tenía y de haberla tenido tampoco se lo habría dicho. Por mucho que el héroe le agradara seguía siendo de la guardia principal del dios de luz. El mismo que posiblemente quería verla muerta,  si los rumores eran ciertos, el héroe estaba a nada de convertirse en capitán. Él, al igual que los dioses, debía permanecer ignorante del poder que ella tenía, el cual al parecer sentía algún tipo de atracción por Reagan.

Maya dió una última mirada al pasillo que acababan de dejar atrás y cuando volvió a mirar a William, se encargó de darle su mejor mirada de desconcierto.

— No me mires así, yo no he hecho nada—  Elevando las manos y con el corazón desbocado, dio media vuelta y retomó su camino hacia el patio del palacio donde se celebraría la prueba.

William no volvió a hacer ningún comentario sobre el dios en lo que restó del camino, pero podía sentir que el héroe sospechaba que algo estaba pasando y si era tan listo como Maya intuía, entonces no tardaría en relacionar todo. Las puertas dobles que los llevaban al exterior aparecieron ante ellos y un suspiro después se encontraba en el exterior. Zyan apareció frente a ella, siendo escoltado por otro de los guardias. Estaba de pie con la mirada fija en la puerta. Una sonrisa tiró de sus labios al verla llegar y  ella inclinó una ceja en su dirección, hablando sin palabras, a lo que él respondió riendo mientras se encogía de hombros. 

A su lado William redujo un poco el paso antes de poner una mano en su hombro, haciendo que se detuvieran.

— No dejes que vean cuánto te importa. — Maya estaba tratando de asimilar sus palabras cuando el héroe volvió hablar— Pelearán en la arena. — Y con eso se alejó de ella rumbo hacia donde el resto de guardias esperaban.

Anjana reemplazó el lugar donde antes había estado William dándole no más que una mirada de reconocimiento y con una señal de los héroes cada entrenador empezó la caminata guiando a sus participantes hacia el lado oeste del palacio. Justo donde se encontraban los establos de los dragones. En la distancia se escuchaba el tronar de tambores y el rugido de las bestias que estaban cada vez más cerca. Intentó buscar algo en la mirada de Anjana que le diera una pista de lo que los duelos serían, pero para su completa consternación, la hada se hallaba con la mirada afilada y letal puesta en Jack Ross y cuando ella miró hacía él se topó con el cuerpo descomunal y la mirada maliciosa de Ross que estaba fija sobre ella, una promesa brillando en esos ojos azules.

Maya alejó la mirada y se dedicó a concentrar sus fuerzas. Llevando un pie delante del otro, no quería pensar en lo que esa mirada podría significar, aún se sentía desorientada por su encuentro con Reagan y esto solo empeoraba las cosas. Un roce, suave y cálido, envolvió su mano y entonces ahí estaba Zyan. Su mirada seguía en el camino, pero sus dedos no dejaban de moverse exploratorios por los suyos y con eso los pensamientos fueron relajándose en su mente y su corazón empezó a tronar por algo más que la prueba que estaba ahora a menos de diez metros de distancia.

Cuando se atrevió a darle una mirada a Zyan, lo encontró con una sonrisa satisfecha en su rostro, meramente masculina, que la hizo sonrojarse de manera ridícula y la tentó a separar su mano de la suya, pero malditos fueran los dioses, su toque era lo único que la mantenía cuerda. Así que se mordió la lengua y le permitió acariciarla de la manera más íntima e inocente que alguien alguna vez lo había hecho. Y fue en ese momento en que se dió cuenta que ella le había estado dando sus primeras veces en muchas cosas al joven a su lado, su sonrojo se encendió mucho más y una risa baja a su lado fue señal suficiente para saber que él lo había notado. 

Antes que Maya pudiera encontrar un comentario inteligente que decir, Zyan frenó sus pasos, su mano estrechando con más fuerza la suya y cuando pensaba preguntarle qué ocurría, sus ojos siguieron la dirección de su mirada y el mundo bajo sus pies se tambaleó. Maya no creía que Zyan a su lado estuviera respirando, ella misma no creía estarlo haciendo, mientras sus ojos recorrían lo que hasta hace unas horas fue el prado de los dragones y que ahora se había convertido en una arena. No. Era más que eso, era una trampa mortal.

No sabía hacia dónde mirar primero. Si al terreno rocoso, del tamaño de un coliseo que ahora sustituye la verde grama y que estaba muy segura se había transformado gracias a la magia, o hacia los enormes nidos que habían en cada extremo del terreno. Maya no conseguía ver bien de qué se trataba desde la distancia en la que estaba. Sus ojos iban absorbiendo todo con cada paso que daban. Por el cuchicheo proveniente del resto de participantes, especulaba que estaban igual de anonadados que ella.




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