Reino de héreoes y dragones

48. No quiero que te vayas

Los dioses descendieron de sus tronos con una precisión alucinante y se situaron en medio de la arena. Sus ojos se paseaban perezosos entre participantes y espectadores. La mirada de superioridad y el poder brotando de ellos silenció cualquier murmullo. Sus atuendos resplandecían en medio de la arena, cómo si el sol hubiera bajado hasta ellos. Cada uno encaraba un extremo distinto del coliseo, justo hacia donde los participantes divididos por territorios se encontraban.

El silencio vibraba de expectación y el aire, al igual que ella, parecía estar cargado de poder. Maya evitó mirar a los dioses y se concentró en los rostros de la multitud, pero aquello fue todo menos tranquilizador. La gente parecía estar ansiosa de ver correr la sangre en la arena — Tal vez así era— sus miradas hambrientas no eran ni de cerca los rostros glamorosos que había visto cuando se bajó en el puerto hace ya poco más de un mes. Aquí, dentro de la arena, la influyente gente de Atland se veía hambrienta. Maya sabía muy bien de eso, y aunque sus estómagos no estuvieran vacíos, tal vez su alma sí lo estaba.

Se concentró en su respiración y en el toque cálido de la mano de Zyan sosteniendo la suya. Con una sola mirada pudo notar lo tenso que estaba el cuerpo del joven a su lado. La manera en que esos ojos verdes recorrían cada centímetro de la arena buscando las amenazas y sopesando las consecuencias de aquella prueba. Ella no olvidaba como él le había dicho que sabía que no iba a ganar, pero que haría lo posible porque ella lo hiciera, esas palabras empezaron a pesarle enormemente en esos momentos, porque, si tal como William dijo, esa prueba sería un duelo entre ellos, entonces habían muchas probabilidades de que él fuera su oponente y ella sabía que de ser así, la dejaría ganar.

Como si pudiera sentir el rumbo en que iban sus pensamientos, la mirada de Zayn se dirigió hasta ella y pese a la tensión en su cuerpo y la expectativa vibrando en el aire, le regaló una sonrisa radiante, una que hizo que su corazón se acelerara y sus manos hormigueaban con las ganas que tenía de tocarlo. Él recorrió su rostro con la mirada y sin importar el resto de personas a su alrededor bajó su rostro a la altura del suyo y llevó sus labios hasta su oreja.

 — Deja de analizar todo, Maya. Si me voy hoy me iré feliz, porque sé que tú estarás más cerca de ganar.

Cuando sus labios tibios rozaron el lóbulo de su oreja, cada terminación nerviosa de su cuerpo despertó y las partes antes blandas en su cuerpo empezaron a tensarse. Eran demasiadas sensaciones nuevas, cada una de las emociones que estaba sintiendo con Zyan eran inesperadas, aterradoras y fascinantes. Nunca pensó que se convertiría en una chica hormonal como las que veía pasearse por la plaza de Oguen coqueteando  a los oficiales de la guardia, pero ya en esas debía aceptar que tampoco pensó que conocería a un hombre como Zyan. 

Y no se refería solo al físico, sino a su forma de ser. Esperaba encontrarse en medio de hombres brutos disputando quien tenía más fuerza e intentando matarse entre sí, pero desde el primer momento él, al igual que ella, había expresado abiertamente su descontento, había dejado claro que solo estaba ahí por el dinero y que el torneo le parecía una estupidez. Ese había sido el primer paso para ver en su dirección, el resto se fue formando en el camino. La manera de ayudarse, el coqueteo infantil, las miradas robadas… Cada cosa fue tomando forma hasta que la tentación fue demasiada para resistir.

Cuando sintió que Zyan estaba por retirarse, rodó un poco su rostro y permitió que sus labios se rozaran levemente, no podía decirse que había sido un beso, pero tampoco había sido nada. Entre ellos nunca era nada. Y lo comprobó con el pequeño gruñido que él dejo salir sobre sus labios enviando al infierno la poca cordura que le quedaba.

 — No quiero que te vayas, te quiero aquí, conmigo. Así que esfuerza tu trasero y  procura ganar.

Él desplegó una sonrisa amplia y presionó casi fugazmente los labios sobre los suyos dejando una sensación vibrante en su boca al separarse. Sus ojos brillaban entre la luz de la mañana y ella se maravilló de lo hermoso que se veía, con su piel tostada, y esos ojos verdes y traviesos viéndola con intensidad.

Zyan sabía que estaba perdido. Lo supo desde el momento en que creyó que moriría en la prueba de selección y una chica diminuta le había salvado la vida. No podía negar que se había sentido intrigado por los rasgos de sus ojos cuando la vió por primera vez, pero tampoco podía mentir diciendo que le había atraído de buenas a primeras. No, eso solo llegó cuando la vió moviendose entre el bosque. La gracia de sus movimientos , la astucia que brillaba en sus ojos y la inocencia en su rostro lo habían encantado.

Ahora después de un mes de estar conviviendo dentro de las ostentosidades de los dioses y las mentiras que lo rodeaban, se encontraba cautivado con la chica a su lado. Nunca, en sus veintitrés años, se había sentido de la manera en que ella lo hacía sentir: como si cada sonrisa fuera un premio. Cada momento juntos un tesoro que proteger y su propia existencia una misión por hacerla feliz. Ella seguía siendo inocente y él mentiría si dijera que no se sentía bien al saber que era él quien se estaba llevando sus primeras veces, aunque aún no habían llegado a esa primera vez y sabía que cuando lo hiciera iba a quedar perdido para siempre.

Esa era, tal vez, la única razón por la que no quería irse del torneo, porque sabía que cuando se fuera su ausencia le iba a dejar un hueco en el corazón, pero también era consciente que ella era especial. Distinta. Y si algo necesitaba este mundo topado de mierda era gente como ella, así que se haría a un lado y rogaría a los dioses vivos y muertos porque Maya Megalone ganara este torneo e hiciera del mundo, su mundo, un lugar mejor.




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