Cada paso que daba hacia adelante enviaba un torrente de energía a su cuerpo. Los gritos eufóricos de los asistentes iban a juego con el latir desaforado de su corazón, pero esta vez esas emociones no eran debido al miedo, ni siquiera la causaban los nervios que sabía, estaban debajo de la sonrisa que esbozaba. No, todas esas sensaciones eran producto de la anticipación.
De alguna manera su cuerpo se había preparado antes que ella para la lucha que venía y estaba vibrando para entrar en acción. Se sentía como si otra persona estuviese peleando debajo de su piel para salir, pero era consciente de que eso que arañaba y gritaba no era más que su poder tratando de escapar de su control, pero él no la controlaba, era ella quien lo hacía.
Ross seguía con la sonrisa desdeñosa en el rostro, su cuerpo enorme y trabajado estaba inmovil, pero sus ojos controlaban cada paso que daba hacia él. Maya sabía que estaba caminando sobre una trampa mortal, pero ya era muy tarde para arrepentimientos. Sin quitar la mirada de Ross se inclinó y tomó con la mano libre tantas piedritas como pudo para, tal como en su prueba de selección, ir tanteando el terreno. La sonrisa de su oponente creció cuando la primera piedra tocó el suelo rocoso y ella respiró con tranquilidad al ver que nada pasó. Podía ver el reto implícito en su rostro, la invitación a adentrarse en la boca del lobo, solo que en esta ocasión no había alternativa.
Las siguientes cinco piedras cayeron libres en el suelo, un paso tras otro se iba adelantando al centro de la arena, diez pasos y la gente bullía pidiendo acción, pero Ross no parecía tener prisa en atacar y ella ciertamente no iba a arriesgarse. Lanzó la última piedra que sostenía en sus manos y por tres segundos no pasó nada, Maya estaba a punto de avanzar cuando la tierra bajo sus pies tembló, primero leve y luego con tanta fuerza que el mundo explotó a su alrededor lanzando su cuerpo por los aires hasta que el suelo rocoso recibió a su espalda y un grito de dolor dejó sus labios.
Una bruma de arena y polvo se formaba frente a sus ojos y el dolor sordo en su cuerpo le impedía moverse con suficiente rapidez. Aún así, sabía que debía levantarse, que quedarse tendida podía causarle la muerte. Mordiendo sus labios para tragarse un nuevo grito, forzó a su cuerpo a tomar impulso hasta erguirse sobre sus rodillas, el hombro izquierdo le aullaba de dolor y la tela de cuero colgaba desgarrada desde su cuello; cuando Maya miró hacia el frente donde su contrincante había estado, ya Ross no estaba ahí. En su lugar, se encontraba un inmenso cráter lleno de lava volcánica. Esa era una de las sorpresas de los dioses.
La única señal que pudo percibir fue los vellos de su nuca erizarse segundos antes que una roca de tamaño familiar saliera disparada en su dirección. Ignorando el dolor, Maya lanzó su cuerpo hacia un lado con todas sus fuerzas aterrizando nuevamente en el hombro lastimado y esquivando por muy poco el impacto de la roca.
Ross estaba del otro lado de la arena y la sonrisa que llevaba en el rostro le recordó al gesto que ponían los cobradores de impuestos de Oguen, cuando sabían que encontrarán un caído; estaba jubiloso. Ella en cambio no podía creer que en menos de cinco minutos ya se hubiera lastimado medio cuerpo y activado una de las trampas. Eso de seguro debió de haber batido un récord.
El orgullo se le agujereaba cada vez que veía el estado en que se encontraba y la ira se disparaba en su cuerpo con solo mirar la sonrisa torcida en el rostro de Ross. Apretando los dientes volvió a impulsarse hacia arriba hasta estar lo más erguida que pudiera, tratando de demostrar lo menos posible cuán lastimadas tenía algunas partes. Sin embargo, no pudo disimular la expresión de horror al darse cuenta de qué era lo que le habían lanzado. Jack Ross estaba jugando sucio. Al lado de ella no descansaba una roca de tamaño descomunal como ella pensó, en su lugar había una enorme bola de hielo macizo.
Lo estaba haciendo público, Maya no podía salir de su asombro mientras observaba cómo la bola de hielo iba cediendo al calor del suelo. Ross controlaba el hielo, él no era como ella: una recién encontrada semi mextiza, si es que eso acaso existía; él era un profesional en el tema, con absoluto control sobre su poder. Ella en cambio… ella estaba perdida. Al parecer, Maya no era la única que había quedado anonadada con la revelación. El público había enmudecido y no tenía que mirar hacia arriba para saber que tenían toda la atención de los dioses puesta en ellos. A él no le importaba que supieran de su poder, quería que supieran el de ella.
Sabía que la provocaba, que buscaba que ella revelara su mano, Maya estaba segura que cada uno de sus gestos y actos era adrede, pero eso no frenaba al torrente de rabia que la estaba invadiendo, ni mucho menos la agitación de poder que despertó en su interior y que agitó el viento a su alrededor.
El rostro de Ross se iluminó ante esa pequeña demostración de poder confirmando a Maya sus sospechas, y trató con todas sus fuerzas de mantener a raya el torbellino que estaba formándose en su interior, no iba a darle lo que quería, cuando su poder saliera sería porque ella así lo quería.
Esbozando una sonrisa sarcástica, y caminando con más seguridad de la que en realidad sentía, elevó una de sus cejas y señaló con desdén hacia la bola de hielo que se hacía un charco a su lado.
—Al parecer el hielo no está solo en tu cerebro.
Lejos de molestarle, Ross hizo aún más grande la sonrisa en su rostro y elevó la mano derecha a la altura de su rostro. De inmediato sus dedos se escarcharon y formaron bolitas de hielo ante sus ojos.