Reino de héreoes y dragones

52. Elementos

Era un gigante de al menos cinco metros de alto el que se imponía frente a ella. La arena se escurría de sus enormes extremidades como si de agua se tratara y en el rostro, como esculpido en piedra, se marcaban las facciones de un rostro que intentaba ser humano sin lograrlo del todo. Era monstruoso y ella no podía dejar de admirar lo majestuoso de su composición. En muchas ocasiones había leído sobre las bestias y criaturas que custodiaban Erano, y siempre había pensado que aquellos libros debían estar exagerando al respecto. No era así. 

El gigante estaba en posición defensiva frente a ella, no había realizado ningún movimiento en su contra hasta el momento y Maya no sabía si eso la debía aliviar o incrementar su preocupación. A lo lejos escuchaba a Ross tratando de pasar las trampas y llegar al terreno desértico donde estaban los huevos. Se estaba quedando sin tiempo. 

Con movimientos lentos retrocedió tres pasos mientras buscaba la manera de pasar al gigante. Su rostro de piedra, aunque no tenía expresión alguna, seguía cada uno de sus movimientos. Maya se concentró en lo que había a su alrededor, convencida de que allí mismo los dioses debieron haber dejado alguna pista para llegar a los nidos, pero a su alrededor lo único que se veía eran más dunas de arena que se levantaban imponentes; el sol había llegado a su punto más alto y podía sentir las botas de cuero enterrándose y el calor abrazando su cuerpo. 

Lentamente fue avanzando hacia el flanco derecho del gigante, moviendose un paso a la vez sin despegar los ojos de la enorme criatura frente a ella hasta que consiguió salir de su sombra y ver más allá de él, en una especie de piedra arenosa se alzaban ambos nidos y dentro de ellos los huevos de dragón relucían a la luz de sol. El gigante permaneció imperturbable durante toda la inspección al terreno y aprovechando eso a su favor, Maya tomó el impulso suficiente para correr por el flanco derecho, sus piernas no habían alcanzado a dar más de tres pasos largos cuando el enorme brazo del gigante bajó como una cascada en su dirección y con la mano en puño levantó una ola de arena contra ella.

El ardor desgarraba sus piernas mientras corría con todas sus fuerzas en dirección opuesta al gigante, la ola de arena detrás de ella se hacía más grande a medida que se acercaba, tanto así que por un segundo Maya pensó que otro gigante iba a aparecer en su lugar. Un grito entre frustración y agotamiento escaló de su garganta cuando saltó hacia el terreno rocoso y dejaba atrás los suelos arenosos de Kieran.

Dio al menos dos vueltas por el suelo y se clavó de costado contra una piedra puntiaguda antes de poder frenar el impulso con que aterrizó su cuerpo. Las lágrimas le saltaban de los ojos y sentía los labios agrietados por la falta de agua y el sol inclemente sobre su cabeza. Todo el cuerpo le temblaba, ya fuera por agotamiento físico, mental o simplemente por el miedo de haber estado a punto de morir ahogada en arena. No lo sabía, pero sí sabía que tenía que encontrar un modo de acabar con esto lo antes posible o iba a caer inconsciente.

Palpando el costado lastimado y evitando pensar demasiado en la viscosidad de la sangre debajo de su ropa desgarrada, tomó impulso en sus piernas y brazos para volver a ponerse en pie. El gigante había permanecido en la misma posición en la que se había levantado en un comienzo. Maya entendió entonces que su función era proteger los huevos de cualquiera que se acercara, de inmediato la ola de ira hacia los dioses, en especial Kieran, se disparó por su cuerpo y lanzando una mirada al cielo puso todo de sí para no mostrarle el dedo medio desde su lugar, pero no evito ni un poco la mirada de odio que arrojó en su dirección. Ella casi podía jurar que el dios sonreía desde su lugar en los cielos.

Tenía que regresar a las dunas. Dando una mirada hacia atrás se topó con el par de ojos fríos y plagados de odio de Jack Ross a menos de diez metros de distancia. No iba a poder encargarse de ambos problemas al tiempo, así que dándole la espalda a su contrincante volvió a entrar al terreno de arena. Una estrategia, eso era lo que necesitaba. Ya sabía que arrojarse de frente a los huevos no era una opción viable, al menos no sin tener algo con que atacar al gigante y para su desgracia luego del truco que hizo con Ross su poder había bajado de manera considerable, en especial con cada herida que se hacía, pues su cuerpo parecía empeñado en intentar curarse y eso al parecer, desgastaba su energía.

Su esperanza estaba en ganar tiempo para recargarse, sea como sea que aquello funcione. Dio pasos cortos sin llegar a mostrarse como una amenaza para el gigante, moviéndose sólo lo necesario para apreciar el entorno; trataba de crear una estrategia para atravesar, pero el sol encandilaba sus pensamientos y la obligaba a achicar los ojos mientras el sudor se escurría por sus pestañas y caía en gotas, grandes y perezosa, hacia la arena caliente. 

Maya se quedó inmóvil por algunos segundos que le parecieron horas, observando el lugar exacto en que la gota de sudor se había perdido en la arena. Una idea floja y más bien guiada por la desesperación fue acechando en su cabeza. Ella había podido invocar el viento y más tarde había prendido fuego al mismo para librarse de Ross, tal vez, si se esforzaba lo suficiente, también podía crear agua, y una vez el agua toque la arena… La excitación de lo que podría conseguir actuó como un resorte en su cuerpo. 

Necesitaba que el poder regresara. Trató, tal como le había estado indicando Anjana en los entrenamientos pasados, de buscar el hilo conductor que la llevara directo a la fuente de su poder y una vez allí tomar lo necesario y  moldearlo a lo que desee, de más está decir que los ejercicios nunca fueron precisamente exitosos, y en esos momentos estaba ocurriendo lo mismo. Con los ojos cerrados trabajó en controlar su respiración, en llevar sus pensamientos únicamente al cosquilleo de poder que vibraba en su interior, sin embargo,  pese a sus esfuerzos, el hilo o como sea que en realidad se llame, se le hacía  imposible de encontrar y las pocas veces que creía que había llegado a él este se escurría de sus manos. 




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