Podía sentir los latidos acelerados dentro de su pecho. Negar que estaba asustada sería estupido puesto que el miedo se había pegado a su piel como si de una capa de mugre se tratara. Iban a matarla. La colgarían o decapitarían por lo que ellos consideran sus crímenes. Una risa histérica se estaba formando en su garganta y la tuvo que tragar para no terminar de empeorar su situación, pero no podía creer que se le estuviera acusando de fingir ser una humana, cuando ni ella misma sabía que no lo era. Como pudo volvió a recorrer con sus ojos el salón y se sorprendió al ver en el resto de los dioses miradas curiosas más que acusatorias, en especial en el caso de Romy. La diosa no había pronunciado ni media palabra en su contra y eso ya era mucho. Aunque si Maya lo pensaba mejor, había una buena razón para que esta estuviese tan callada y tenía nombre y apellido.
Su cabeza se movió lo más rápido que pudo hasta que dio con el par de ojos verdes que estaba buscando. Reagan también había permanecido callado en una esquina del salón, esta vez no había intercedido por ella, ni siquiera teniendo en cuenta que era el dios responsable de su territorio y por ende debería ser él quien la juzgue. En su lugar estaba pareciendo un niño castigado en el rincón del salón de clases, y tal vez eso era justo lo que era.
Cuando su mirada se topó con la del dios, ese par de joyas verdes como el pasto le hablaron sin necesidad de palabras, Maya no sabía cómo, pero era como si supiera exactamente lo que él quisiera decirle. Él no podía ayudarla. Si los dioses estaban siendo reprendidos de alguna manera por Tristan, entonces ella podría utilizar eso a su favor. Maya dio una última mirada al dios antes de ver brevemente en dirección a la hada de pie junto a ella, entendiendo en esos momentos lo que sus palabras quisieron decir. Usaría las reglas y el error de los dioses a su favor.
—Tengo que volver a disculparme, mi dios — suavizó su voz tanto como pudo sin exagerar y trató de mostrarse lo más desconcertada posible ante las acusaciones que se le hacían. Volviendo a mirar a cada uno de los dioses con el ceño fruncido en preocupación, antes de agregar — y temiendo a importunar aún más debo decir, que en las reglas del torneo nunca se dijo que un mestizo no pudiera participar. A menos que yo, al igual que mi contrincante Ross, haya entendido mal.
Tristan parecía que estaba a punto de explotar. Pero Maya sabía que esa había sido la jugada perfecta, estaba utilizando las propias y absurdas reglas del torneo para salvar su pellejo, y en esta ocasión ella no había sido la única en meterse en problemas, lo que la llevaba a la segunda parte de su discurso.
—¿No debería estar Jack Ross también aquí? — Maya llevó la vista a cada rincón del salón como si esperara que Ross se materializara por arte de magia en alguno de los sillones.
Sin embargo, su comentario solo sirvió para terminar de desesperar al dios de luz, quien, sin ningún aviso, dio rienda suelta a su poder e hizo explotar todo en la habitación, lanzando su cuerpo por los aires hacia la pared más cercana.
El dolor era peor que al momento de despertar en la habitación, esta vez sentía como si estuviera envuelta en llamas, pero no era fuego lo que la rodeaba, era algo mucho más potente, más puro. Con lentitud, forzó a sus párpados a levantarse, los sonidos de la habitación poco a poco fueron regresando a sus oídos y fue así como se hizo consciente del caos que la rodeaba. Los dioses estaban gritando, podía sentir la vibración de poder proveniente de cada uno de ellos apoderarse poco a poco del salón. Intentó, en vano, levantarse para ver mejor lo que ocurría, pero solo consiguió que un quejido lastimero escapara de sus labios. Aún no sabía qué era lo que la estaba quemando, y cuando intentó volver a levantar su cuerpo, un par de manos se cernieron con delicadeza en sus hombros e impidieron que se levantara.
Como siempre, no tuvo que mirar para saber de quién se trataba. El olor al bosque lo delataba por completo. Reagan la ayudó a sentarse lo mejor que pudo contra la pared y con dedos gráciles y callosos levantó su mentón para que sus miradas se encontraran. A pesar del dolor, no pudo evitar perderse en los rasgos tan familiares del dios, todo en él se le hacía familiar. Era como escabullirse hacia el bosque a su lugar seguro.
—Voy a curarte, pero necesito que te quedes quieta, ¿de acuerdo?
Incapaz de hablar se limitó a darle un asentimiento con la cabeza, deseando que quitara lo más pronto posible el dolor de su cuerpo y desapareciera lo que fuera que estuviera quemando su piel. Las manos de Regan se iluminaron frente a sus ojos y como si de un bálsamo de tratara fueron aliviando el ardor que se había apoderado de sus extremidades. Un suspiro vergonzoso abandonó sus labios para el momento que el dios había terminado su trabajo y este le regalo una sonrisa que no pensó ver esbozar nunca a alguno de ellos. Al menos no dirigida a alguien como ella. Era una sonrisa de afecto.
—Me voy a encargar ahora de Anjana, quédate aquí.
Anajana. La cabeza de Maya se volteó tan rápido hacia donde había visto por última vez a la hada, que un tirón de dolor desgarró su cuello, pero nada de eso importaba porque al otro lado del salón la hada que había sido su confidente y guardiana se encontraba tendida en el suelo y un hilo de sangre azul brotaba de sus labios. En menos de un parpadeo ya Reagan se encontraba sobre ella, sus manos mágicas paseándose sin descanso por las heridas, que aunque Maya no veía, debían estar regadas por todo el cuerpo de la hembra.