Reino de héreoes y dragones

55. Despedida

El solsticio de verano había llegado y con él, un sentimiento de nostalgia se había adherido a cada pequeño espacio del corazón de Maya. Este sería el primero que pasaría lejos de su madre y los pequeños y revoltosos hermanos de Theo. Y aunque sabía que seguramente en el palacio vería y probaría cosas que nunca imaginó, daría lo que fuera por poder celebrarlo en su pequeña choza a las afueras de Oguen o bailar en la plaza de su ciudad hasta que los pies le dolieran. 

El sol todavía no había terminado de salir, pero ella no podría, ni aunque quisiera, volver a conciliar el sueño, pues en cada uno de ellos se encontraba con el rostro de su madre y eso solo hacía que la opresión de su pecho fuera mayor. La extrañaba. Lo hacía de manera tan intensa que por un momento olvidó cuáles fueron las razones que la llevaron allí, la mentira de los dioses y toda aquella misión en la que se había metido.

A su lado, envuelto en mantas, se encontraba Theo. Su cabello castaño había crecido lo suficiente para llegar a taparle los ojos y las pestañas casi rozaban sus pómulos, mientras su pecho subía y bajaba lentamente; estaba plácidamente dormido. Maya sabía que él también extrañaba a su familia, y más que eso, que estaba preocupado por ellos. 

Ayer cuando regresó a su habitación, luego del desastroso encuentro con los dioses, sus amigos la habían estado esperando, incluso Aurora estaba ahí, pero su alegría fue efímera, porque  con solo dar un vistazo ella supo que algo estaba mal con Theo. Fue solo cuando todos se habían ido que él se lo contó. Había recibido una carta de Aitana, la segunda desde que habían llegado al castillo, y en esta ella le decía a Theo que debía regresar de inmediato. Al parecer algo había pasado, pero no podía ser dicho en la carta. Maya le había dicho que se iría con él, pero Theo se opuso, le dijo que ella tenía una misión y que confiaba en que podía hacerlo junto a Anjana, Zyn y Aurora. Él le prometió que regresaría.

Maya no había quedado muy convencida de esa promesa, pero aún así, tal como cuando eran niños y ella se sentía agotada de las pesadillas o sueños extraños que solía tener,  le pidió que se quedara a dormir esa noche y él sin siquiera dudarlo se metió a su lado en la cama. Maya le había vuelto a contar todo lo referente a los dioses para tratar de despejar su mente, porque aunque no lo dijera, lo conocía lo suficiente para notar el tormento en sus ojos. La incertidumbre de lo que podía estar esperándolo en Ormon.

Tratando de no despertar a Theo, retiró las sábanas de su cuerpo y se levantó con cuidado de la cama. Había pasado toda la noche tratando de convencerse de que podía hacer esto sin él, pero la verdad era que no estaba tan segura. Sacudiendo esos pensamientos de su cabeza, le dio una última mirada al joven en su cama y se encaminó hacia el baño. De seguro un poco de agua tibia podría aclarar sus pensamientos y tranquilizar su corazón.

El baño no resultó tan tranquilizador como ella esperaba. El agua no había estado tan tibia como le habría gustado y eso, sumado a todo lo que la perturbaba en esos momentos, consiguió que su estado de ánimo se ensombreciera, pero, lo verdaderamente alarmante fue tener que salir huyendo de la bañera cuando el agua se calentó tanto de repente que por poco la cocina viva. Maya miraba el agua hervir en su tina y por un momento fugaz creyó que podría tratarse de los dioses, de algún tipo de castigo, pero tan rápido como el pensamiento llegó, salió de su cabeza. Era absurdo, por más poderosos que fueran no tenían cómo saber el momento exacto en que ella entraría a la bañera. Lo que solo dejaba una respuesta, que era incluso más descabellada que la anterior.

—No, no. Es imposible. —Los ojos de Maya estaban fijos en el agua, y aún cuando su mente estaba aturdida, se obligó a cerrar los ojos y pensar en aguas cálidas y templadas. Cuando abrió nuevamente los ojos y acercó la mano a la bañera el agua estaba tibia.

El inconveniente de la bañera decidió que era mejor mantenerlo para su entero conocimiento, eso no era algo que aportaría nada bueno al estrés que estaba manejando Theo en aquellos momentos. Su amigo había salido a su propia habitación para asearse y bajar juntos a desayunar. Él estaría partiendo antes del medio día en un barco de regreso a Ormon, y aunque Maya sabía que la angustia de lo que había pasado en casa lo perturbaba, también lo hacía el dejarla sola en aquel lugar lleno de dioses y monstruos, así que ella se encargó de decirle que estaría bien y en menos de lo que creían estarían ambos en Oguen. Aunque no lo decían, ambos sabían que no sería así.

Terminó de pasarse la blusa sobre la cabeza y una vez ajustada se dirigió al tocador de la esquina de su alcoba. Estaba llevando uno de los tantos conjuntos que Aurora se encargaba de dejar en su armario, era verde jade y tanto el pantalón como la minúscula blusa eran de seda y caían con fluidez sobre su cuerpo,  dejando sus hombros y parte de su abdomen al descubierto, la moda era muy parecida a la de su territorio y eso de alguna manera la reconfortaba.

Sin dar un último vistazo a su aspecto abrió la puerta y se dirigió hacia la habitación de Theo, pero este salió antes de que ella pudiera siquiera levantar los nudillos y llamar. Llevaba el cabello lavado y la barba recién afeitada resaltaba sus pómulos marcados . Theo olía a cítricos y madera, y Maya se vio tragando un nudo que no había notado se formó en su garganta. No podría hacer esto sin él. Lo sabía, pero no podía decirlo porque si lo hacía él se quedaría y no podía ser tan egoísta.

El chico, como si pudiera adivinar sus pensamientos, pasó uno de sus brazos por los hombros de ella y la acercó a su cuerpo.




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