Reino de héreoes y dragones

57. Cansada

El camino hasta el jardín trasero donde se celebraría el Solsticio de Verano estaba siendo incómodo. Maya no podía evitar ver las miradas de reojo que William le daba a la princesa, o como se tensaba cada vez que la chica se acercaba demasiado a ella. Todo el héroe se ponía en guardia, y por alguna razón esa actitud le dolió. 

—No voy a lastimarla —dijo finalmente, sin poder guardarse más sus palabras. 

Nuevamente el cuerpo del hombre se puso en tensión y su mandíbula se apretó tanto que los dientes le rechinaban. Sin embargo, no dijo nada. Siguió avanzando con la mirada clavada en el frente y la mano muy cerca de la espada. Ella no iba a dejarlo ahí. 

—Sigo siendo yo. Esta es quien he sido siempre, no la lastimé antes y no lo haré ahora. —A su lado, Aurora lanzó una mirada de muerte al héroe y enlazó su brazo con el suyo. 

—Claro que sigues siendo tu. Yo sé que no me vas a lastimar. Yo también tengo poderes y a ti eso nunca te importó. 

Maya le dio una mirada agradecida a la princesa y dedicó una última mirada al héroe que ahora sí tenía los ojos puestos en ellas. Por un segundo pensó ver una sombra del William de antes, pero la desconfianza regresó tan pronto a su rostro que creyó haberlo imaginado. 

El jardín trasero estaba espléndido. La decoración era incluso más impresionante que el día de la gala de inauguración del torneo. Los faroles de luz llenaban la mayor parte del cielo, flotando sobre las mesas circulares que llenaban el espacio y bordeaban lo que parecía ser una zona de baile. Los arreglos florales se alzaban en cada esquina como gigantes y llenaban de color el jardín. Y al fondo, midiendo al menos unos 5 metros de alto estaba la fogata más maravillosa que Maya había visto en su vida. Tenía cintas de colores cayendo de los lados y la madera estaba labrada con bellos símbolos que hablaban de prosperidad y salud. Todo era mágico. 

Sus ojos se fueron moviendo por cada rincón del lugar, encontrando que ya los participantes habían llegado y estaban regados por todo el jardín. Esa vez no estaban separados por territorio. Siguió su búsqueda, recorriendo cada rostro amistoso y hostil que pasaba, buscando encontrar ese par de joyas verdes, pero en su lugar  se cruzó con los ojos grises y profundos de Kieran. Su cuerpo se paralizó de inmediato. 

El dios estaba de pie en una de las esquinas del salón, llevaba un traje oscuro que se adhería a cada parte de su cuerpo con perfecta precisión. Ella nunca lo había visto vistiendo pantalones y camisa de gala, él siempre vestía o bien como guerrero o una de sus tunicas, pero ahora, con el atuendo oscuro y la capa batiendo a su espalda de un dorado arena, no pudo por más que quedarse apreciando la perfección del hombre. Aunque Tristan era intimidante, el dios de los desiertos tenía algo que hacía que quisieras salir corriendo al verlo. Era peligroso, reservado y, tal vez, el hombre más hermoso que haya visto jamás. Maya no tenía que ser una bruja para darse cuenta que no debía meterse en su camino y aún así ella lo había provocado anteriormente. 

No fue hasta que la voz de Zyan llegó a sus oídos que pudo salir del letargo en que pareció haberse encontrado. Cuando se giró encontró al chico caminando a paso decidido hacia ella y sin poder evitarlo una sonrisa se abrió paso en sus labios. 

Zyan llevaba un traje entero en tonos jade y negro que resaltaba de manera espléndida el tono de sus ojos. Habían peinado hacia atrás su cabello y el chaleco que llevaba puesto marcaba su torso de manera tentadora. Maya no pasó por alto la manera en que la mirada del chico se oscureció al verla, ni cómo sus labios se abrieron en asombro mientras la recorría con los ojos. Fue levemente consciente de la risa que salió de Aurora a su lado, antes de decir que iría por ponche. Ella estaba concentrada en el joven que estaba cada vez más cerca de ella. Uno, dos, tres pasos y estuvieron frente a frente. La sonrisa creciendo en sus labios. 

Por un segundo no supo qué decir y se sintió cohibida bajo el escrutinio del chico, pero en el momento en que el rostro de Zyan se dividió en una sonrisa todo pasó a segundo plano para ella. 

—Estás hermosa, Maya. Más que hermosa. Lo que sea que le sigue a esa palabra, eso eres tú. 

Sintió el calor pasando de su rostro a su cuello y una risita nerviosa salió de sus labios antes de que pudiera controlarla. 

—Tu estás muy apuesto, más que apuesto. Lo que le sigue a esa palabra. 

Ambos se sostuvieron la mirada por unos segundos antes de explotar en risas. Eso era lo que le gustaba de Zyan, podía ser ella sin miedo a que la juzgue. Él la tomó de la mano y la llevó hasta la mesa en donde bebidas de todos los colores se veían en lujosos cuencos de cristal, mientras que personal de la cocina los iba sirviendo en brillantes copas que entregaban a los asistentes. De inmediato, ambos chicos compartieron una mirada burlona y volvieron a estallar en risas. Esto era justo de lo que habían estado hablando más temprano en el almuerzo.

Agradecieron a la mujer que les entregó las copas y Maya tuvo que tragarse un gemido de puro deleite cuando el líquido bajó por su garganta, esa era la bebida más deliciosa que había probado alguna vez en su vida. A su lado Zyan veía con ojos muy abiertos su copa mientras se empinaba de ella. Esto en definitiva nunca iban a verlo en Ormon. Ese pensamiento hizo que el rostro de Theo y el de su madre aparecieran en su memoria y sintió una oleada de nostalgia golpeando su cuerpo. No sabía si Theo ya se encontraría en casa o seguiría en el barco, no quería pensar en su madre sola en aquella choza viendo el humo de los fuegos esparcirse por los cielos.




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