Un desastre. No había otra manera de describir lo que estaba ocurriendo. A William le habían ordenado llevar a Maya al calabozo nada más esta quedara inconsciente. Él sabía que la chica se había ganado un castigo, pero no podía evitar recordar al joven sin vida en el establo y pensar que ya lo había tenido. Había sido el dolor el que la había llevado a hacer lo que hizo. Y fue eso lo que, por primera vez en la vida, le llevó a dudar al momento de cumplir la orden directa del dios Tristán. Pero al final la había cumplido.
Maya, al igual que Brice, su compañero de territorio, había sido dejada en uno de los calabozos subterráneos del palacio. Dos guardias custodiaban su puerta aún con ella inconsciente. Eso era suficiente para saber que no había sido el único impresionado con su poder. Él no quería ni imaginarse lo que sucedería una vez la chica estuviese despierta. No quería pensar en lo que sentiría cuando asimilara lo que había sucedido: Zyan estaba muerto y ella había atacado a los dioses.
Él mismo no sabía cómo sentirse al respecto. La pequeña niña humana que él había visto el día de la prueba de selección había desaparecido para convertirse en una guerrera a lo largo del torneo. Él aceptaba que cuando se enteró de la procedencia mágica de la chica se sintió en cierta forma desconfiado, en especial por la cercanía que esta tenía con Aurora, pero tal y como ella se lo había dicho ese mismo día más temprano: seguía siendo ella. Y siguió siendo ella cuando él se atravesó en su camino evitando que hiciera una locura y ella lo había mirada con los ojos llenos de rabia y dolor. Porque era eso lo que había en ella: dolor. Él más puro y desgarrador de los dolores.
Los dioses se habían encerrado en la sala de reuniones nada más abandonar los establos, de eso ya habían pasado casi tres horas, y todavía no habían salido del lugar. William no podía sacarse de la cabeza la mirada de Maya al momento de mirar a los dioses. La seguridad en sus ojos al decirles que todo lo que estaba ocurriendo era culpa de ellos. Era muy consciente de que habían muchas cosas que no sabía. Cosas que los dioses ocultaban. Pero hasta ese momento no pensó que la pequeña mestiza que vivía metiéndose en problemas pudiese, quizás, saber un poco más que él al respecto.
—¿Dónde está ella?
Esa voz tan familiar consiguió sacarlo de sus pensamientos. Aurora. No. La princesa Aurora, ella caminaba a paso acelerado en su dirección. Traía los ojos irritados debido al llanto y había cambiado su vestido de fiesta por pantalones de entreno. Ella había gritado y protestado al momento en que Tristan había ordenado encerrar a Maya. Ella le había pedido ayuda con la mirada y él simplemente se había limitado a cumplir su deber.
— Ya sabe dónde está, alteza.
Todo el rostro de la princesa se contrajo en una mueca de enojo e incredulidad, antes de lanzarse hacia las puertas detrás de él, donde los dioses se encontraban. William, como pudo, se interpuso en su camino.
—Aurora, por favor, no podía hacer nada para evitarlo. Es mi trabajo.
Pero a diferencia de Maya, Aurora no dudo ni un segundo en usar, por primera vez, su magia contra él. Así que lanzándolo contra la pared opuesta, la princesa abrió la puerta del estudio y entró sin mirar una sola vez en su dirección.
***
Estaba pasando de nuevo. Kieran no podía sacarse de la cabeza la escena del establo. Él había sentido la magia nauseabunda rondando en el aire desde el momento en que pisó el patio donde se haría el festejo. Había intentado convencer a Tristán de cancelar la fiesta, pero este dijo tenerlo bajo control. Que sus “héroes” ya se estaban encargando de cuidar los terrenos para que nada pasara. Estaba seguro que Maya Megalone no pensaba lo mismo. Pero también él había fallado. Había llegado tarde. Intentó ubicar la procedencia de la oscuridad, pero eran demasiados seres mágicos en un mismo lugar, el alcohol alteraba los aromas y debido al Lithia todo podía terminar siendo una equivocación, pero lamentablemente no fue así. Para el momento en que pudo rastrear el lugar del que procedía la magia ya lo peor había pasado.
Kieran había visto a la mestiza explotar de la manera más impresionante posible en contra de la oscuridad, que aunque no se parecía a lo que él recordaba, llevaba el mismo hedor que las anteriores. La chica, Maya, los había visto con tanto odio y certeza en su mirada que él mismo pudo verse reflejado en ella, hace muchos años atrás. Por unos segundos, Kieran llegó a pensar que el poder de la chica los atravesaría y pudo haber sido así, de no haber sido porque Tristan la dejó inconsciente.
Ahora, justo en ese momento, estaba tratando con todas sus fuerzas de no explotar contra el dios en cuestión. Llevaba años insistiendo en que las cosas estaban cambiando, que las señales estaban apareciendo igual que aparecieron hace miles de años en su hogar, pero su hermano lo había ignorado. Demasiado ensimismado en llevar una fachada como para pedir ayuda. Pero él sí había actuado. Yendo contra toda orden de Tristan, Kieran había estado preparándose para posibles escenarios, sin embargo los hechos recientes demuestran que incluso toda su precaución estaba demasiado atrasada en comparación al enemigo.
Ahora llevaban horas encerrados en un salón demasiado pequeño para contenerlos a todos, tratando de pensar cuál sería su acción. Pero su enojo solo fue en incremento al escuchar a Tristan decir que estaba trabajando en la situación. Él seguía creyendo que podría manejarlo solo.