Tengo la mano entumecida de tanto escribir. El frío está empezando a invadir la sala, así que supongo que es de noche. Al no tener ventanas, no puedo verlo. Rhen no necesita ventanas, ni velas, ni nada, la verdad. Su poder es la luz. Me encanta, y además, al ser su roc blanco, queda aún mejor. Mi don es distinto, más mortal, más agresivo. Yo controlo la temperatura, el estado de cualquier cosa que toque. También puedo manipular el fuego y el hielo gracias a eso, así que es como si tuviera tres dones en uno.
Me respaldo en la silla mientras me crujo los dedos de las manos y me masajeo luego la mano izquierda, con la que escribo. El hecho de ser zurda hace que tenga que escribir con la mano en posiciones extrañas para no emborronar la tinta. De todos modos, tengo el borde de la mano manchado de negro.
–Teniente Galeyra –me llaman a través de la puerta. Hoy ha venido mucha gente, y estoy ya harta. No sé como Rhen no se cansa. Aunque… No, él siempre está cansado, angustiado, fundido. Su vida es así cada día.
–Pasa.
Entra el soldado y se pone a contarme cosas que le han comunicado que debe decirme, documentos que debo revisar, zonas de la base que tengo que comprobar y, en fin, todo de lo que Rhen se encargaba siempre.
Cuando termina, asiento y salgo de la sala. Me toca dar la vuelta de noche, que consiste en revisar yo misma las murallas. También a los que están de guardia.
Un escalofrío me recorre la columna entera cuando el frío de la noche me golpea el cuerpo al salir a las murallas. Resoplo y empiezo mi faena.
Me voy asomando, voy comprobando que todo esté en su sitio, que no haya ningún movimiento raro en las afueras. Compruebo también que los soldados de guardia están por lo que deben estar, y los saludo cuando paso por su lado. Las pequeñas antorchas de aceite son cada varios metros, así evitamos encender demasiadas luces. Además, así nos es más fácil ver si hay movimiento fuera.
Una vez compruebo que todo está en su sitio, y que las torres de alerta, de las fogatas, tienen el material listo por si algo pasa, me voy hacia el edificio en el que llevo todo el día y subo al ático. Dormiré en su cuarto.
Abro tan solo un poco la puerta y me meto rápido. Su olor aquí me invade todavía más, pero la calidez de la habitación hace que todo me parezca más íntimo. Tiene todo desordenado a su modo. Todo menos las armas y armaduras, que las tiene en un armario sin puertas, allí bien colocado todo.
Miro su escritorio, que también está lleno de cosas de trabajo, y su silla tiene una de las chaquetas de cuero de jinete sobre el respaldo. Su cama está hecha, pero se nota que la ha hecho rápido y corriendo, sin pararse a hacerla bien. Me acerco y paso las yemas de los dedos sobre las sábanas suaves y oscuras de su cama de matrimonio. Huelen a él. Me siento sobre el borde del colchón y levanto la almohada. Bajo esta hay un papelito doblado. Una nota. La desdoblo con ilusión y leo lo siguiente:
«Veo que has entendido que me refería a mi almohada y no a la tuya. Solo quería decirte algunas cositas. ¿Por qué? Porque puedo y porque quiero.
Las pecas de tus mejillas me encantan. Sí, esas que casi no se ven porque son muy claritas; a esas me refiero. Cuando miro el cielo nocturno, lo único que soy capaz de ver son tus pecas llenando el firmamento. Y las constelaciones son tu sonrisa, tus ojos.
Oye, ¿conoces a mi amiga La Furia? Búscala y encontrarás un sueño que te regalo.
R. Mandras»
La Furia. Esa es su espada. Dejo la nota sobre la cama, sintiendo mi corazón acelerado por la emoción de sus halagos. Además de la ilusión de saber que ha montado una red de notitas escondidas. No tiene tiempo para eso, pero aun así lo ha hecho.
Voy hasta el armario de armas y me encuentro con su espada de lucha cuerpo a cuerpo; no la de jinete, que es la que se ha llevado.
Busco detrás del soporte de La Furia y me encuentro con el tacto rugoso del papel. Lo saco con una sonrisa en la boca y mariposas en el estómago y paso los ojos por las letras, empapándome de ellas.
«¿Conoces la historia de Ilynea y Ahmur? La leyenda cuenta que la diosa de la vida se enamoró del dios de la muerte, pero no podían estar juntos. Uno arrebata, la otra da. Hermoso. No preguntes por qué me he acordado de esto ahora. Quizá porque me recuerdas a una posible hija de esos dos. Eres tan mortal, tan agresiva... Eres muerte. Y pese a eso, tu corazón insufla vida a la gente. Yo estaba muerto antes de que llegaras a mi vida; tú hiciste latir mi corazón. Tú eres ilusión, nervios, emoción, placer, amor, vida, agresividad, poder. Lo eres todo. Y lo eres todo para mí, también.
Te he prometido un sueño. Mi sueño es verte ser libre, volar con Zayve por el cielo nocturno, ese que tanto te gusta, y sentir el viento en tu cara, despeinarte... Ese es mi sueño: que seas libre de vivir.
P.D: mi última nota la encontrarás entre la primera década de la Guerra de Separación y la famosa Matanza de Mayo.
R. Mandras».
Apoyo mi espalda contra la pared mientras releo la nota una y otra vez. ¿Cómo puede ser tan romántico? Con lo serio que parece y ahora resulta que me ha dejado algunas notitas entrelazadas con mensajes de amor de su puño y letra.