Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 1: Moneda de plata

Acá va mi excusa: porque no
nos conocemos. Porque nos
vamos a conocer y porque
no quiero que te quedes sin
dar el paso. Interpreta eso.

 


El mercado de la ciudad se encontraba saturado de personas, como de costumbre, y resultaba algo difícil caminar por el estrecho camino pavimentado que atravesaba todo el mercado, con los cuerpos andando de un lado a otro y los escandalosos vendedores que llamaban desde sus puestos a la gente, ofreciendo su mercancía a viva voz.

Habían puestos en el mercado que quedaban ocultos intencionalmente, con toldos oscuros entre otras carpas que dificultaban la vista hacia ellos y lo que vendían, y solo los que sabían lo que buscaban podían encontrarlos, o aquellos con suficiente curiosidad y buen ojo.

En uno de esos puestos, el encargado miraba con el ceño fruncido a la joven frente a él, cuyos fríos ojos grises examinaban las distintas armas expuestas en el interior de la tienda y en la mesa.

Ella había estado caminando sin rumbo fijo por el mercado y casi no había notado el espacio que había entre el puesto de una mujer vendiendo alfombras y otro de lo que parecían figuras de madera, pero al vislumbrarlo, retrocedió hasta encontrarse con la mesa donde ahora el hombre exhibía armamento.

Pesaba uno de los cuchillos de caza en sus manos, y miró furtivamente al vendedor. Lucía impaciente, su nariz ligeramente fruncida y casi bizqueando. No le importó.

Un momento antes él había empujado hacia ella una bolsa de cuero pequeña con algo que, según el hombre, era hierro Dantus molido. El precio le parecía exagerado, pero él insistía en que era un producto difícil de conseguir y cada moneda valía la pena.

La bolsa, a pesar de ser pequeña, le parecía sumamente siniestra, y la rechazó rápidamente.

La idea de tener en sus manos un material que había sido usado en contra de tantos seres mágicos, tanto feéricos u otros, le enviaba escalofríos a lo largo de la columna vertebral. Decenas de miles habían caído a manos de humanos empuñando hierro Dantus, y los que no caían eran sometidos a horribles torturas.

El vendedor seguía intentando venderle otros objetos que, a juzgar por el precio que le colocaba a todo, había notado por su apariencia cuidada que podría cubrir el gasto sin rechistar, pero ella lo esquivó, señalando unos objetos alargados atrás de él y conteniendo el impulso de avergonzarlo con la mirada. Aun así, fue interrumpida antes de hablar.

—Señorita -dijo el hombre, alternando la mirada entre ella y un punto más allá de su espalda, luciendo ahora más inquieto que exasperado-, le ruego que si no va a comprar nada siga su camino y vuelva mañana. Impide que otros vean la mercancía y, sin ánimos de ofender, no parece ser una chica que utilice armas o siquiera les interese.

Cuidando que su rostro no reflejara su molestia, se preguntó por qué siempre la frase que seguía después de <<sin ánimos de ofender>> te terminaba ofendiendo.

Ella se giró para mirar a su alrededor y tal como había pensado, no había nadie que pareciera interesado en acercarse a ese puesto: todas las personas pasaban la mirada de largo, llevando desde canastas de fruta a tela, o cualquier otra cosa que la gente obtuviera de los mercados.

Pero miró más allá, siguiendo la dirección de la mirada de los ojos del vendedor, y logró notar a un robusto hombre frente a un puesto de frutas cercano. De entre los pliegues de su capa sobresalía el pomo de una espada y mientras fingía interesarse en la fruta, pareció darse cuenta de que era observado y se giró hacia ellos.

El mercenario, como pudo reconocerlo, se tomó un momento para evaluarla con ojos agudos y ella sostuvo su mirada, negándose a retroceder.

Un momento después, el mercenario se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección opuesta, perdiéndose rápidamente entre la muchedumbre.

Ella regresó la mirada, con una media sonrisa adornando su rostro, hacia el vendedor que parecía haber estado aguantando la respiración.

—Por supuesto, una larga fila de personas se empujan por acá para comprarle -dijo ella sin ocultar su sarcasmo, y tras señalar la inexistente fila de personas a su espalda, el hombre tuvo la decencia de parecer avergonzado-. Ambos sabemos que soy la única que, justo ahora, está interesada en comprarle, así que deje de hacerse el complicado.

El vendedor se la quedó mirando por un momento, parpadeando, y ella alzo una ceja en un leve gesto de exasperación.

Finalmente, con lentitud, en el rostro del hombre se formó una sonrisa, hasta que comenzó a reír con ganas, sus ojos brillando con diversión.

—Dioses, eso fue excelente -exclamó, sin dejar de reír y frotándose el pecho. Ella, por su lado, se tensó ante la expresión-. Señorita, aunque acaba de espantar a uno que me dejaría la misma cantidad de ganancia como de problemas, tiene razón. Pero debe entenderme, tampoco quiero llamar la atención: no quiero convertirme, a los ojos de los demás, en el principal proveedor de juguetes para los soldados de la ciudad.

A pesar de que dudaba mucho que la Guardia de Ursian recurriese a un comerciante local para obtener sus armas, el hombre tenía razón. Era posible que le tomaran en cuenta, a juzgar por la cantidad de armas y artilugios de hierro Dantus que ofrecía: desde pesadas cadenas hasta el hierro molido que le había ofrecido antes.

Las cadenas de hierro Dantus, los juguetes favoritos del Rey de Ursian y sus fieles, usadas para sofocar la magia de los feéricos y esclavizarlos.

Hacia mucho tiempo que no se veía a un ser mágico caminar libremente en Tierras Mortales, al haber sido cazados por los hijos de Ursian por ordenes de su Rey y obligándoles a retroceder a Tierras Inmortales.

Si, los feéricos eran mucho más fuertes y rápidos que los humanos, pero el uso de hierro Dantus tanto en armas como en celdas, los había incapacitado y vuelto vulnerables, algo que los humanos habían aprovechado para masacrar gran cantidad de ellos.




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