Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 6: La capital de Ursian.

Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 19

10:00 horas

El tiempo caluroso de los últimos días, en los que la ciudad había tomado un ansioso ritmo por el calor las primeras horas del día, y luego encontraba consuelo en la tarde fresca, había cedido paso al acostumbrado clima frío y neblinoso de Castatis, regresando a la rutina a sus habitantes.

Ese día se encontró a si misma con la barbilla apoyada en una mano, reclinada sobre una de las mesas al exterior de un elegante restaurante en una calle del centro de la ciudad, mirando con aburrimiento a su alrededor.

Ella notó que nadie, en absoluto, parecía perturbado por lo sucedido el día anterior.

No había esperado revueltas, pero tampoco el olvido tan aparente.

Ni un susurro sobre el cuerpo sin vida que los guardia habían encontrado a orillas del rio Cylenn.

Pero, mientras esperaba por su comida junto a su gemelo y Asher, sentados alrededor de la mesa del restaurante, podrían decir que ella misma lo había olvidado. Aun cuando no era así.

Asher les había dicho que no buscaran a los que traicionaron a Roger Hatcher, no era momento, pero aun así...

—Annelisa, ¿me estás escuchando? -escuchó que Asher le decía y ella levantó la mirada hacia él, parpadeando.

¿Acaso Asher había estado hablando?

—No... ¿Qué decías? -preguntó ella, abriéndose paso fuera del estado de aletargamiento en que se encontraba.

Asher se quedó en silencio, sus ojos café puestos sobre ella y descubrió que su hermano también estaba observándola, ambos muy serios en sus trajes elegantes; el ligero oscurecimiento bajo los ojos de Bastian le hizo preguntarse si él veía en ella las secuelas de una noche sin haber dormido realmente.

Aun cuando el silencio de ambos podría darle las respuestas que quería, Asher alternó la mirada de Bastian hacia ella, inclinándose hacia adelante en la mesa.

—¿Qué sucede con ustedes dos? -preguntó en voz baja, tensa, y ella cerró los ojos por un momento antes de contestar.

—Se... -ella se interrumpió con un pequeño bostezo-. Se me hizo difícil dormir.

Asher se volvió hacia Bastian, quien estrechó sus hombros.

—Solo fue una mala noche -contestó Bastian y Asher se quedó mirándolos, en silencio.

Bien, no hacía falta mencionarle nada del día anterior cuando sabía exactamente qué fecha era.

Cuando había corrido a despertar a su gemelo, era bien entrada la madrugada y luego se habían dado cuenta de que no podrían volver a dormir: el agotamiento y sueño se habían esfumado.

El balcón de la habitación de Bastian les había parecido buena opción, por lo que se habían cubierto con una gruesa cobija para protegerse del frío y se habían quedado allí, con las cabezas inclinadas al cielo nocturno.

Entre las estrellas visibles buscaron aquella constelación que era un triste recordatorio de la vida a la que ahora no tenían acceso. Por suerte, en ese lado del mundo no lograrían observarla, así que se limitaron a mirar al cielo sumidos en una larga conversación, rememorando aquella vida que se les hacía tan lejana, irreal e imposible.

Preciada y sepultada en sus recuerdos.

Una fecha, una que no se podían arriesgar siquiera a mencionar en público o mostrarse afectados. Allí estuvieron hasta que las estrellas desaparecieron y los primeros reconfortantes rayos de sol bañaron el cielo.

La llegada de un mesero interrumpió sus pensamientos, acercándose a Asher y susurrándole algo al oído mientras discretamente le entregaba un papel y Asher lo tomó, leyendo su contenido una vez que el mesero se fue.

Ella y su hermano miraban en silencio cómo Asher, al terminar de leer, hacía una mueca de fastidio y se ponía de pie.

—Debo irme, lo siento -se disculpó Asher, mirándolos -. Si quieren quedarse a comer...

—No tengo hambre -respondieron los gemelos levantándose al mismo tiempo.

Ella alisó la falda de su vestido de un profundo azul marino que caía con soltura hasta los tobillos.

Asher había insistido en ir juntos a comer, tal vez en un intento de distraerlos, pero al parecer no podrían disfrutar de una comida tranquila.

De igual manera, no tenía apetito.

Había una verja que rodeaba las mesas situadas al exterior del restaurante, separándolos de la acera y la calle, y estaban cruzando la pequeña entrada cuando unas fuertes campanadas al oeste, resonando en toda la ciudad, les hizo detenerse y mirar en esa dirección, escuchando los murmullos ansiosos que recorrieron a las personas en la estrecha calle.

¿Qué significaban esas campanadas?

La confusión colectiva era razonable.

En Castatis se hacían sonar, comúnmente, cuando el rio Cylenn se desbordaba -pero estaba segura que no se trataba de eso ahora-, indicándole a los habitantes más cercanos que buscaran un lugar seguro; anunciaban la llegada del Rey de Ursian a la ciudad después de una campaña de conquista, con las manos llenas del botín del nuevo pueblo conquistado, jactándose e invitando silenciosamente a su pueblo a levantarse en su contra.




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