Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 8: Lo que se esconde bajo la montaña

Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 21

11:40 horas

Sentada en una de las sillas junto a la barra de la cocina en su cabaña al interior del bosque, ella descansaba su cabeza en la palma de su mano y miraba con hastio a Bastian.

Él no podía dejar de reír después de que ella le contara lo que había sucedido en la biblioteca, pero solo se había interesado en el hecho de que ella no había investigado lo que se supone que investigaría luego de conocer al príncipe Gallen Ragenyon.

—¡Y eso que lograste convencer a Dunslee! -había dicho Bastian, riéndose mientras meneaba con una paleta de madera el interior de un caldero, y el aroma que llenó la cocina era exquisito-. Te cegó un príncipe, hermana.

Le dejaba que se metiera con ella solo porque estaba terminando de cocinar y su estómago gruñía.

Su mente no dejaba de darle vueltas a lo sucedido, en realidad.

Había estado con el príncipe de esa nación y uno de los mejores generales del ejército de Ursian. Y sobrevivido para contarlo.

Aún más raro, la habían tomado con la guardia baja y se habían acercado a ella sin miramientos de quien era cada quien. Qué roles cumplía cada uno.

Llevaba años conociendo al general: el joven y caballeroso Clayton Rainarth. Pero el príncipe Gallen le sorprendió, por más que le doliera admitirlo.

Se había portado de una manera encantadora, como si de verdad pensara que podían ser amigos, unidos por el secreto que ahora compartían.

Tan natural.

Aun con el corazón latiéndole con fuerza ante todo lo que aquellos pensamientos implicarían, ella, decididamente, los sacó de su mente.

De manera definitiva, no creía en casualidades, y habían muchas cosas que aun no conocía.

Bastian le lanzaba miradas a medida que seguía cocinando, dándole a entender que tenía un nuevo chiste preparado para decir en voz alta, ya que ella había levantado sus muros mentales y los había fortificado para que él no invadiera su espacio, cortando conexión con el puente que unía sus mentes en una clara señal de <<no digas más>>.

Claro que eso no detendría a su hermano.

Pero, antes de decir nada, los sonidos al exterior de cascos de caballo chocando contra el suelo y acercándose le interrumpió.

Ella le lanzó a su hermano una mirada de advertencia, levantándose de su asiento, y Bastian le dio una sonrisa brillante, levantando las manos con inocencia.

Se acercó a la puerta, abriéndola justo cuando Julian subía los escalones hacia el corredor, quitándose una gruesa capa de encima en el camino. Hacía frío afuera, y las mejillas de Julian estaban algo sonrojadas cuando la miró, sus ojos azules animados examinándola.

Algo en la garganta de ella se atoró cuando se detuvo a su lado en la puerta sin decir palabra alguna, extendiendo hacia ella un pequeño cono de papel, en cuyo interior habían flores frescas.

Flores que, si no se equivocaba, eran flores del hielo y margaritas. Delicadas y hermosas, en un pequeño ramillete con pétalos azules y blanco.

Sentía sus mejillas calentarse al sonreírle a Julian y aceptar el detalle, y la sonrisa suave de él escondía mil cosas. Esa sonrisa le dolió, y sujetar su regalo también. Muy típico de él hacer esas cosas.

Abrió la boca, dispuesta a regañarlo, o no estaba segura. Lo que sea, pero una voz al interior de la cabaña le interrumpió.

—¡Apresúrense! -llamó Bastian de la cocina, y ella abandonó la serenidad de los ojos de Julian, que sostenían sin rechistar la intensidad de los grises de ella, para girarse hacia su hermano-. Jules, deja que te cuente lo que le sucedió a mi tonta hermana.

Ella le dio una mirada cargada de veneno.

—Tú cállate, idiota -espetó ella-. Yo misma lo voy a contar.

—¿Qué sucedió ahora? -preguntó Julian, riendo y pasando a su lado, pellizcándole el brazo.

Ella hizo una mueca, y ni siquiera pudo responderle porque, nuevamente, la montaña de impaciencia llamada Bastian le interrumpió.

—No. Anne va a quitarle la emoción a la historia. La cosa fue...

La comida estaba lista para servir, y ella dejó que Bastian hablara mientras los tres se metían a la cocina, se servían cada uno un plato e iban a sentarse en la mesa a comer. Estaba demasiado hambrienta como para discutir con él.

El pollo asado y ensalada iba desapareciendo de sus platos mientras Bastian relataba de una manera exagerada, con ella rodando los ojos cada de vez en cuando, bufando y aclarando distintos puntos. Julian soltaba risitas y sacudía la cabeza, aun cuando ella notaba que sus hombros se tensaban al escuchar las aclaratorias.

Julian solía incomodarse cuando ellos le contaban sobre algunas cosas en las que se metían. Se preocupaba porque pensaba que podrían atraparlos o dar un paso en falso. Y si, no era imposible, pero ellos se mostraban tan confiados siempre que terminaba cediendo.

<<No es como si fueran a relacionarlos con algún acto en contra del rey Thomas, ¿cierto?>>, solía decir Julian, dándoles miradas de sospecha y preocupación.

<<No tienes siquiera que preocuparte por eso, Jules>>, le respondían ellos siempre.

Julian elegía creerles.

No creía que fuera malo contarle que ahora tenía acceso a libros prohibidos. Después de todo, compartían muchas cosas con él.

No todo, pero sí mucho.

Él había interrumpido el tenedor de camino a su boca al escuchar sobre la presencia del príncipe en la biblioteca.

—Espera -intervino rápidamente, y Bastian parpadeó, enmudeciendo. Julian la miró directamente y ella se tensó-. Primero me dices que el General Rainarth es tu amigo...

—Yo nunca dije esas palabras en específico...

—...y ahora dices que en una biblioteca como esa, ¿conociste al príncipe Gallen Ragenyon? Debes estar bromeando.




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