Caxacius, Mes de la Hoguera, día 23
13:13 horas
Tú y tus soldados llegan a la ciudad y se arma un escándalo, ¿acaso no se puede tener un día pacífico en éste lugar?
Aún con todo y los rumores que recorren la ciudad tras su llegada, me da gustAño o de que estén aquí. De que estés aquí.
Hay mucho de qué hablar.
No voy a expresar mis inquietudes sobre lo que me escribiste, la desaparición de la mitad de tus tropas… Lamento mucho eso. Pero, al mismo tiempo, y perdona mi egoísmo, me alegra de que estés bien.
Espero que no tengas problemas, Clay.
Por cierto, ¿no te parece mucha casualidad que haya conocido a tu querido hermano y luego apareces tú? Espero que quede como eso, un hecho inédito que parece casi milagro. Algo muy tonto.
Pura casualidad de la que espero que no haya sido gracias a ti.
Aunque no veo por qué harías eso.
Espero verte pronto,
Lyntieri.
A penas y había logrado terminar de leer la carta que su hermana escribía, mordiéndose el labio y un extraño gesto de cansancio, cuando Annelisa había doblado el papel, sellándolo dentro de un sobre y se había levantado de la mesa, sin dar muestras siquiera de haber notado su presencia frente a ella.
Alzó una ceja, mirándola salir del salón con paso decidido, tomando una capa y cubriendo su ropa para montar de cuero.
Un momento después, supo que ya había salido de casa, algo en sus venas susurrando una advertencia al sentir que se alejaba.
Silenció sus preocupaciones innatas.
Sabía para quién iba esa carta y, a pesar de que en un principio le había parecido excesivo las precauciones que Annelisa y Clayton Rainarth se tomaban para ser una especie de amigos -que mantenían conversaciones por medio de cartas y ocasionales encuentros-, entendía que era necesario.
Rainarth era uno de los altos mandos del ejército. Por lo tanto, vigilarlo era lo más lógico, buscando cualquier resbalón para hacerle caer.
Que Annelisa estuviera involucrada con él –de manera no romántica, como tanto insistía ella en mencionar, o como fuera-, no le había causado mucho entusiasmo. Pero Clayton había apoyado muchas veces a su hermana de distintas maneras, y su evidente interés en protegerla y mantenerse a su lado a pesar de los peligros le había hecho darle un voto de confianza.
No era trabajo de Clayton Rainarth proteger a su hermana. No era trabajo de más nadie a parte de él. Pero Annelisa no era una tonta.
Si ella confiaba en el general, él también.
Y también estaba el otro tema que hacía sus hombros tensarse.
Julian.
Estaba jodidamente aterrado por su amigo, su hermano. Aterrado e impotente no era una buena combinación para él, y le hacía querer romper montañas con sus puños. A penas y podía imaginarse cómo se sentía Annelisa.
Aun podía recordar la mirada que su hermana había compartido con Julian en el santuario de Diéva. Él se había puesto nervioso y se le había roto el corazón al ver la devastación en ambos, en sus personas favoritas.
Había sido un reflejo de lo que él sentía, pero Julian y Annelisa…
Eran otra cosa, muy en el fondo, por mucho que le costara admitirlo para sí mismo. Incluso si su hermana no notaba lo que estaba frente a sus narices, si no quería verlo.
No, debía seguir repitiéndose que no era un final.
Con esos pensamientos, obligó a la tormenta en sus venas a aplacarse. Apagó el fuego de sus impulsos de bestia sobreprotectora de los que su hermana se quejaba tanto, y obligó a sus manos a relajarse para no arruinar la pintura que tanto le estaba costando terminar.
Frunció el ceño, bajando el pincel y tomando un pañuelo para limpiarse las manos empapadas de pintura, detallando el lienzo.
El contorno era sombrío. Tentáculos de oscuridad que se extendían desde todas direcciones hacia el centro de la pintura, el cual era una explosión rica de colores.
Un suelo bañado de motas rojas y lilas, bordeando árboles de aspecto peculiar. Eran altos, pero se encontraban doblados en una posición imposible, como si un fuerte viento los azotara pero se negaran a ser arrancados del suelo.
La energía que había logrado plasmar en el paisaje… Era buena, pero no era suficiente. No le hacía honor a la imagen en su mente.
Era como si pudiera verlo a través de los ojos de algún soñador con sueños muy vividos, un soñador que podía hacer lo que deseara y viajar por los lugares que deseara. Sin miedos ni preocupaciones.
Solo explorar el mundo. Disfrutar de sus colores, sabores y sonidos.
El contorno oscuro amenazaba con devorar los colores, pero los mantuvo a raya. No permitió que su visión se acortara para dejar de ver los colores. Sentía que él si lo había permitido con esa pintura.
Le tuvo envidia a ese soñador. Quería conocer a alguien capaz de ver al mundo así y le enseñara a hacerlo también.
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Editado: 13.06.2023