Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 10: Espectadores en la oscuridad

Capítulo 10

Espectadores en la oscuridad

Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 25

21:30 horas

El corredor, molestamente estrecho, estaba completamente a oscuras.

Varias veces sus botas pisaron cosas que prefería ignorar su origen, pero la desagradable suavidad dejaba mucho a la imaginación, enviando escalofríos por su espalda.

Tenía la sensación de que la humedad y fetidez se le pegaba a la piel, y ella se apresuró a salir de allí.

Pasando entre los corpulentos y malhumorados centinelas que custodiaban la entrada al corredor, les lanzó una mirada asqueada y cuando estuvo lejos, se permitió llenar sus pulmones de aire fresco.

Odiaba ir a ese lugar.

No sólo era el mal olor, si no que la gente que había conocido allí.

Muchos no le agradaban, por no decir nadie. Había estado sentada en la misma mesa que asesinos y ladrones sin moral o ética alguna, que no merecían ni un poco de respeto por las atrocidades de las que se enorgullecían.

No era que a ella le gustara ir para luego salir juzgándolos. Sólo era que había escuchado muchas de sus historias.

Y luego estaban aquellos bien vestidos, que a la luz del sol mantenían fachadas impecables de trabajadores, empresarios honestos; orgullosos y amorosos padres de familia.

Pero, al pisar ese lugar en la noche, se dejaban llevar por sus peores impulsos, las máscaras dejadas en la entrada. La peor escoria.

El anonimato era importante, sobre todo si formabas parte de ese último grupo. Aquellos de la aristocracia protegían ese lugar, así que nadie metía sus narices allí.

Era uno de los lugares más seguros de Castatis.

Pero <<seguro>> no significaba <<agradable>>.

Estaba bastante lejos de casa, y pronto Bastian comenzaría a ponerse nervioso y a hacer preguntas.

Y seguramente, se pondría furioso al enterarse a dónde había ido sola.

Únicamente había ido porque confiaba en su contacto, quien había insistido en que su presencia era necesaria para cerrar un acuerdo. No le había agradado la idea, pero no podía perder ese trato.

Y no quería involucrar a Bastian en ese asunto en específico.

A veces era difícil tener algo únicamente propio cuando se tenía un hermano –mellizo, para más- como Bastian, que siempre estaba sobre sus hombros. Lo controlador y sobreprotector que podía llegar a ser era molesto. Que actuara como si ella no fuera capaz de defenderse sola hacía que sus venas ardieran con furia.

Pero, para ser sincera, ella era exactamente igual con él.

Sin embargo, ese era un riesgo que debía correr ella sola.

Había avanzado unas cuantas cuadras, desapareciendo entre callejones y sus sombras. La luna iluminaba las frías calles, y ella escudriñó su entorno, sin dejar que su confusión la volviera descuidada.

Normalmente, en esos barrios había más movimiento en la noche que en cualquier otra calle de Castatis por la mañana. Pero esa noche estaban desoladas, y ella se aseguró de mezclarse con las sombras, convirtiéndose en algo menos que un susurro.

Pero, momentos después, se detuvo.

Al igual que su corazón, justo en la acera.

Un sonido atravesó la desolada y silenciosa noche. Un grito desgarrador, profundo.

Inconscientemente sus sentidos se expandieron, siguiendo el origen del sonido hasta un callejón cercano, un poco más adelante y a la derecha. Habían sido masculinos, llenos de desesperación

Cerró los puños con fuerza a sus costados, el eco de los gritos aun resonando en sus oídos.

<<Puede ser solo una pelea de calle, vagabundos luchando por un lugar en el suelo…>>.

Los gritos nuevamente cortaron el aire y el silencio, esta vez más fuertes y con dolor. Solos, sus pies se movieron hacia el callejón.

Con pasos silenciosos y en su cuerpo asentándose una fría calma, preparándose, se acercó a unas cajas que se apilaron a un costado, usándolas para tomar aferrarse a la cornisa de la construcción y tomar impulso para subir al tejado.

Caminó con cuidado por el tejado, solo un susurro deslizándose para evitar problemas al ser atrapada en la calle hasta quedar bajo la sombra de un edificio vecino, oculta tras una chimenea.

Observó la calle, divisando movimientos y agonizantes quejidos.

La vista que la recibió, frente a un edificio desvencijado y pobremente iluminado, la dejó sin aliento, su corazón tomando un nuevo y errático ritmo.

Había un grupo de soldados, el halcón azul de Ursian sobre los hombros y espalda de sus uniformes oscuros. Tenían acorralados a dos hombres.

Uno de ellos parecía realmente herido, casi sin poder sostenerse en pie. Tanto que su compañero tenía un brazo por debajo de los suyos para sostenerlo. Se quejaba de dolor y se aferraba al abdomen en un lugar en que su camisa parecía desgarrada y con manchas oscuras.

Pero, aun en la distancia, sabía que no eran hombres comunes.

Las características físicas que los diferenciaban de los humanos eran innegables: orejas puntiagudas, caninos alargados en situación de peligro, una increíble fuerza, superior a la de los humanos.

Y luego estaba eso.

Esa aura que parecía rodearlos, una crepitante y brillante energía que emanaban sus cuerpos y delataban su magia.

Esos hombres, en definitiva, eran feéricos.

El que sostenía al feérico malherido tenía una expresión que le hacía lucir como un feroz felino, empuñando una espada entre él, su compañero y los guardias.

El otro seguía quejándose, y ella supo que esas heridas habían sido hechas con algún arma de hierro dantus o madera de ébano, dejándole algún residuo en su organismo. Era la única explicación para que esas heridas no estuvieran sanándose ya.

Con un corto gesto de la espada que hizo el feérico que se mantenía en ´pie, algo comenzó a ondularse a cada lado de los feéricos.




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