Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 26
21:30 horas
Cuando finalmente el carruaje se detuvo a un lado de la acera, Bastian abrió la puerta y salió inmediatamente al exterior.
Le siguió Asher Vazzelort, con su cabello peinado hacia atrás; ambos lucían impecables y apuestos en sus trajes a la medida.
Ella se asomó por la puerta, el cabello castaño-dorado recogido en lo alto de su cabeza con tirabuzones enmarcando su delicado rostro, y tomó la mano que Asher le ofrecía para ayudarle a bajar del carruaje.
El frío le hizo estremecerse dentro de su vestido de encaje carmesí, a pesar de la suave y cálida tela de su capa que cubría sus brazos y hombros desnudos.
Bastian le ofreció su brazo, y juntos caminaron tras Asher.
Ignoró la mirada de reproche que su hermano le daba, culpándola de llegar tarde y, en su lugar, detalló la presuntuosa arquitectura de la mansión de los Rudyard.
Con grandes ventanas en forma de arco que rozaban el segundo nivel y dejaban ver las figuras que se movían en el salón, bailando, bebiendo, o simplemente charlando, gozando de la pomposidad que ofrecían sus anfitriones.
Estaban cerca de la entrada cuando Asher se detuvo repentinamente, seguido de inmediato por ellos, que le miraron con fijeza.
Asher permaneció inmóvil, dándoles la espalda, y ella comenzaría a examinar su alrededor en busca de algún peligro cuando él habló.
Giró levemente para mirarlos, su semblante serio iluminado por una de las lámparas a los lados de la acera.
—¿Cuáles son sus planes para hoy? –inquirió Asher, su voz grave y con una advertencia.
Ella le miró con la misma seriedad.
—Robaremos la atención de la fiesta, como de costumbre –respondió, un sarcasmo hastiado saltando en su voz.
Asher inclinó la cabeza hacia el cielo nocturno al tiempo que inspiraba con fuerza, pero ella no retiró su palabra.
¿Por qué le hacía caso a sus respuestas cuando hacía preguntas tan innecesarias? No eran unos bebés, mucho menos estúpidos.
Pero Asher jamás dejaba de preocuparse.
Bastian, por su parte, pellizcó el brazo de su hermana, haciéndole fruncir el ceño hacia él.
—Deja de molestar –le susurró antes de ponerle una mano en uno de los hombros de Asher, que abrió los ojos con un ruego para mirarle-. Ash, no te preocupes, venimos como simples invitados de los Rudyard, nada más.
Con un nuevo suspiro, Asher asintió, liderando el camino nuevamente.
Para aquellos que no conocieran a Asher Vazzelort como ellos lo hacían, su postura solo revelaba a un hombre poderoso y serio que, inconscientemente, llenaba todo un lugar con su sola presencia. Nadie lograba ver la angustia que se asomaba a sus castaños ojos.
Era la misma angustia que veía cada vez que salían juntos.
Solía preocuparse de cada paso que daban, desconfiar de cada persona que se dirigía a ellos, temiendo de que lo que dejen ver de ellos los lleve a meterse en un problema del que ni siquiera él podría sacarlo.
Y, en esencia, eso era lo que molestaba a Annelisa.
Asher asumía que, en todos esos años, no habían aprendido nada y seguían siendo unos niños imprudentes, incapaces de cuidarse las espaldas por sí mismos.
Pero captó lo que decía la mirada de su mellizo: necesitaban al Asher despreocupado y confiado.
Ella asintió.
Cuando llegaron a la entrada, el portero abrió la reja y tras unos pasos en el interior, Asher tomó la aldaba y llamó tres veces a la puerta.
Unos momentos después, la pesada puerta de caoba fue abierta por una mujer alta, con una afilada nariz y cabello corto negro.
Al mirarlos, la mujer sonrió ampliamente.
—¡Oh, si son los Vazzelort! –exclamó la mujer, haciéndoles entrar a un gran vestíbulo de paredes mostaza-. Asher, cuánto tiempo.
—Madeleine, es un placer verte –dijo Asher, y los tres ofrecieron una respetuosa reverencia a la mujer, que correspondió al saludo con otra-. Luces muy bien.
—Gracias, querido. Pero no existe nadie que pueda hacerles competencia a tus sobrinos –dijo Lady Madeleine Rudyard, sus ojos brillantes mientras se inclinaba para mirarlos, un paso atrás de Asher con las barbillas en alto-. Me sorprende lo mucho que han crecido, estoy feliz de que hayan venido.
—Gracias por la invitación –dijeron ella y su hermano al unísono.
Lady Rudyard se detuvo por un momento, examinando los agradables y serios rostros de los mellizos, y luego a Asher, que tenía su característico gesto indescifrable y sonrió en respuesta.
—Siempre están invitados –dijo Madeleine, haciendo un gesto con la mano-, pero Asher sigue negándose a dejarse seducir por las fiestas. Por favor, pasen al salón, la fiesta apenas comienza.
La mujer señaló hacia el gran arco en la pared a su izquierda y ellos se acercaron.
El salón, con un techo alto y decorado con diversos tonos de verde y detalles dorados, tenía un ambiente ligero aun con todas las personas que lo ocupaban; entre aquellos que bailaban en medio del salón logró ver a los músicos que tocaban agradables y animadas melodías, a parte del murmullo y risas de las personas.
Al adelantarse, ella buscaba entre los trajes y vestidos elegantes algún rostro conocido o, al menos, aquél que les había hecho ir a la fiesta.
Asher se separó de ellos para ir a saludar, y el corazón de ella dio un salto cuando, entre aquellos rostros encontró el de Julian, que se iluminó al encontrarlos y caminó directo hacia ellos.
—Tiene que ser una broma –dijo Julian, incrédulo y sus ojos azules bailando sobre ellos.
Bastian adoptó una expresión muy seria, acomodando los puños de su chaqueta.
—Lo creas o no, Jules estamos aquí –dijo su hermano gravemente, y Julian rió, aun sin creérselo.
—Razón por la cual estoy genuinamente extrañado y ofendido. Ustedes odian estas cosas de socializar, nunca aceptan estas fiestas, ni aunque yo se los pida –señaló Julian, cruzándose de brazos.
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Editado: 13.06.2023