Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 14: Sin descanso ni treguas

 

Año Caxacius, Mes de la Hoguera, día 30

13:59 horas

Su corazón latía furiosamente y se apretaba en su pecho, los rostros de la gente y edificios a su alrededor distorsionándose ante sus ojos.

Podía decir que su mente estaba igual o más agitada que su corazón, los recuerdos de la última hora y otros de unos cuantos años atrás mezclándose en su mente, y tuvo la agónica sensación de ahogarse.

Un pozo profundo cavándose a sus pies, haciendo que los contornos de su vista se tornase oscuro.

<<Salgan de mi cabeza, por favor. Salgan todos>>, dijo ella en su mente, esquivando a la gente y bloqueando el puente que se mantenía en su consciencia, unida a la de su hermano. Podía sentir que él estaba nervioso por ella, pero la dejó en paz por el momento.

A penas había llegado junto a Bastian y Asher a casa cuando tuvo la necesidad de salir de allí, sus pies llevándola a las calles de la ciudad para evitar colapsar dentro de las paredes de su habitación

Habían regresado de la mansión de los Chadburn, en la que un convaleciente Julian yacía postrado en una cama, pálido y recuperando fuerzas luego de haber caído repentinamente.

Por lo que Joanne y Enriz le habían contado, Julian había estado quejándose por el calor antes de que una violenta tos le había robado el aire de los pulmones, haciéndole caer.

Todos cayeron con él, en pánico.

Al enterarse, ellos acudieron a la casa de los Chadburn tan rápido como pudieron.

Ella había sido la primera en entrar en la habitación, el corazón latiendo rápida y dolorosamente, seguida por Bastian y Asher, descubriendo a Joanne y Enriz sentados en un tranquilo silencio a los lados de la cama donde Julian descansaba.

Ella caminó hasta el pie de la cama, mirando el delgado y pálido rostro de Jules.

A decir verdad, no había parecido que hubiera sufrido algún tipo de ataque o que le doliera algo. Solo estaba… Durmiendo.

Su pecho subiendo y bajando acompasadamente.

Enriz Chadburn levantó la cabeza hacia ellos.

—Está bien –afirmó serenamente, respondiendo a la pregunta no formulada que pesaba en el aire-. Sólo necesita algo de descanso.

Ella miró a Joanne, que extendió su mano para tomar la toalla que estaba sobre la frente de Julian, humedeciéndola nuevamente.

Algo en su interior se agrietó violentamente ante el escenario que le ofrecían. La mirada suave y llena de añoranza que tenía Joanne al observar a su hijo, la misma que tenía Enriz.

Los padres de Julian, preparados para esa situación y conscientes de que no podían hacer nada para curar a su amado hijo, y que solo podían limitarse a aliviar su fiebre con paños húmedos y esperar a que se pasara el mal rato.

Después de un momento, Enriz y Joanne se levantaron de sus asientos tras mirarse y se dirigieron a ella y a su hermano, que seguían mirando a Julian en silencio.

—Quédense cuánto deseen, los dejaremos solos –escuchó que decía Joanne, su esposo encaminándose a la puerta de la habitación seguido de Aher. La mujer tomó gentilmente la mano de ella, y fue entonces que ella parpadeó, enfocándose en el rostro de la madre de Julian-. Julian estará feliz de verlos.

Cuando finalmente ella y su hermano se quedaron solos, hombro a hombro en la habitación de su amigo, ella sintió sus labios temblar.

Se acercó para sentarse al lado de Julian en la cama, intentando no moverlo, y ella pensó que hacía demasiado frío. Él estaba cubierto hasta el pecho por una sábana ligera.

Tras lo que había pasado, lucía tan tranquilo durmiendo que cuando ella tuvo el impulso de tocarle la frente, dudó por un momento, dejando la mano suspendida a medio camino.

Temía que fuera a deshacerse si lo tocaba.

Pero, intentando que su mano no temblara, ella tocó el cuello de Julian, descubriendo la alta temperatura de su piel.

Percibió a Bastian moverse para sentarse al otro lado de la cama, pero ella seguía mirando con el ceño fruncido lo pálido del rostro de Julian, de una manera poco natural, y subió la mano para tomar la toalla, que se había recalentado en poco tiempo.

Antes de reemplazarla, ella apartó con delicadeza y profundo cariño el cabello húmedo que caía por su frente. La respiración de Julian cambió, removiéndose en sueños, y escuchó a Bastian reír por lo bajo.

Ella miró de reojo a su hermano con exasperación, pero él había volteado para mirar hacia una ventana de la habitación, el fantasma de una sonrisa en su rostro.

Devolvió la mirada hacia Jules, descubriendo el tenue color rosado que había aparecido en sus mejillas. Y deseó guardar ese momento.

Aun mientras Julian no estaba en condiciones para hablar, estaba respirando.

La vida aun en su cuerpo. Respirando.

<<Sabemos que lo que hay en mi sangre puede parecer nada ahora, lejano e improbable, pero puede consumirme más rápido de lo que se consume un papel en el fuego>>, había dicho Julian.

Considerar que la vida de Julian era un milagro no debería siquiera ser una cuestión. No para él. Él debía vivir.

Levantó la cabeza hacia Bastian.

—Todavía hay tiempo para detenerlo –dijo ella en voz baja, y su hermano la miró.

—¿El qué? –inquirió Bastian, alzando una de sus cejas.

Ella, que había estado acariciando el cabello de Jules, se dio cuenta de lo permisivo que había sido su gesto y se retiró desganadamente, limitándose a sujetar su fría mano.

—La maldición –respondió ella, evitando mirar a su hermano-. Hay que encontrar al demonio que la pronunció. Si no hacemos nada, esto seguirá progresando y yo…

Finalmente, expresaba aquello que le preocupaba y dolía tanto, pero los fuertes sentimientos le impidieron terminar la frase. Por suerte, Bastian no necesitaba más explicaciones.




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