Año Caxacius, Mes de las Letras, día 1
09:34 horas
Todo se había ido a la mierda.
Annelisa, sentada frente a él con una calma que lo exasperaba, lo miraba con un aburrimiento que le hacía exasperarse aún más.
Exasperación. Furia. Miedo.
Ninguna de esas emociones le gustaba, aunque intentara ocultar la última con todas sus fuerzas.
Ella no lo necesitaba con miedo, mucho menos ahora.
Le había dicho exagerado, dramático.
Él había querido gritar porque habían intentado secuestrarla y no había estado allí para ella.
Era su hermana y no había estado a su lado para protegerla.
Ahora no iba a despegarse de su lado, ni un segundo. Se lo dijo.
—Te estás ganando una bofetada, Bastian –fue la respuesta que Annelisa le dio, sus ojos brillando al mirarlo con fijeza. Él no había esperado que ella aceptara-. En primer lugar, yo sola puedo arreglármelas bien; segundo, te estás enfocando en lo incorrecto. Esas cosas fueron enviadas a buscarnos, a los dos, y…
—Exactamente por eso –interrumpió él, tensando su mandíbula al notar que ella quería protestar-. No lo estoy preguntando, Annelisa. Si estamos juntos es menos probable que nos hagan daño o logren llevarnos a la fuerza.
Ella gruñó, pero guardó silencio. Bien.
Sólo tenía que aceptar para hacer las cosas más fáciles para ambos. Debían tener cuidado. Incluso tendría cuidado con Julian, si es que a alguien se le ocurría fijar los ojos en su amigo por ellos.
Incluso con Asher. Tendría cuidado.
Por la mirada que Annelisa le dio, supo que ella sabía lo mucho que él necesitaba eso después de todo. Lo mucho que necesitaba ese control en sus vidas, y pareció suspirar, diciendo por lo bajo:
—Qué remedio…
Y sabía que ese era un gran sacrificio para ella, porque sabía que tenía muchas cosas que hacer. Sola. Porque se había esforzado en hacer las cosas por su cuenta, intentando ocultárselo.
Pero también sabía que se sentiría tranquila caminando por la ciudad con él a su espalda, de la misma manera que él se sentía seguro con ella al frente, dirigiendo sus pasos y una mano extendida.
—Tendremos que ser más cuidadosos –concluyó Annelisa.
Porque, desde el momento en que su hermana le contó lo sucedido, los tres extraños que la seguían, él casi pudo ver y sentir los finos, flexibles e interminables hilos que se extendían desde el momento de su nacimiento y se alargaban, comenzando a moverse hacia un futuro incierto, dependiendo de las decisiones que él y su gemela tomaran.
Y ser imprudentes no era una opción.
Entonces notó el cambio en los ojos grises de su hermana, que guardó silencio un minuto muy largo y miró por la ventana frente a la que estaban de pie, en uno de los salones de la mansión Vazzelort.
Él se cruzó de brazos, mirándola, y Annelisa fingió no verlo hasta que no pudo más y suspiró.
Los últimos días había estado suspirando mucho.
—Hay algo que no te he contado –dijo ella, y solo la incomodidad en su gesto le hizo no soltar el comentario sarcástico que saltaba en su lengua.
Algo le preocupaba, el tipo de preocupación que le parecía mortal.
Ella asintió, como si estuviera leyéndole la mente, que era exactamente lo que estaba haciendo.
—He tenido sueños raros, desde aquél día en el bosque.
Él recordó el día, como si no hubiera estado pensando en ello varias veces al día desde entonces. Algo le había pasado a su hermana, y él decidió darle tiempo hasta que estuviera lista.
Y entonces, por fin, su mirada estaba puesta sobre él, lista para hablar.
—Ese día encontré una pantera –comenzó a decir, su voz baja, aunque estaban solos en la mansión. O lo suficientemente solos como para que se sintiera segura de hablar-. Era rara, con pelaje negro y unas marcas brillantes que le recorrían el cuerpo –Annelisa desvió la mirada, parpadeando en la distancia de los amplios terrenos de la mansión, recordando lo sucedido, y él no apartó la vista de su rostro-. También encontré otra cosa, y esa cosa me cazó. Por poco me captura.
Algo de vergüenza, mezclada con ira, apareció en la voz de su hermana al confesar aquello. Y él evitó estremecerse por poco.
Sea lo que sea de lo que estuviera hablando, era obvio que no había sido un cazador. Aunque ella era lo suficientemente –mucho- orgullosa para dolerle decir eso, era ridículo. Había estado en peligro.
Nuevamente, sin su compañía.
—Llevo días leyendo sobre criaturas, intentando aprender sobre ellas y las distintas que hay –continuó, y él parpadeó, comprendiendo que realmente había estado trabajando en aquella biblioteca. Junto a un príncipe. Pero trabajando, al fin y al cabo-. La que mejor describe a lo que vi fue una a la que llaman Krohu, que descuartiza humanos para formar uno propio. Los posee para sí misma –un estremecimiento, y devolvió su mirada a los de él, y algo frío se deslizó por su garganta al notar una especie de abatimiento allí-. No fue agradable, Bastian. Ser impotente ante una criatura así, porque sabía que podía correr, pero en algún momento iba a atraparme, y esa cosa es casi indestructible. Y yo no sabía lo que sé ahora, y tú no sabes lo que yo voy a enseñarte.
Era cierto. Él no tenía idea de nada.
Annelisa tenía mucho que explicarle.
Su hermana dio un paso hacia él, uno pequeño, mirando nuevamente hacia los terrenos de la mansión.
—La única razón por la que estoy viva es porque la pantera me salvó, me dio tiempo –él se mantuvo allí, inmóvil, procesando todo, y miró también hacia afuera. El amplio césped verde, que era interrumpido en ocasiones por algunas farolas, arbustos y árboles, todo perfectamente cuidado. Las caballerizas al fondo, un pequeño punto entre unos árboles, y luego los inmensos muros que los rodeaban-. Hay millones de cosas para los que somos buenos, para las que estamos preparados, pero no para todo. Hay cosas que aún no entendemos y a las que somos vulnerables.
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Editado: 13.06.2023