Año Caxacius, Mes de las Letras, día 9
21:09 horas
Volver al salón del baile resultó ser más fácil de lo que hubiera imaginado.
Todos los meseros y cocineros estaban agitados, así que escabullirse al cuarto de descanso, cambiarse de ropa y salir no fue un gran reto. Al encontrarse con una de las meseras que pudo reconocer le dio las gracias por haberla dejado encerrarse a descansar.
Descubrió a Bastian y a los Chadburn en el mismo lugar donde los había dejado, pero no logró ver a Asher.
Los Chadburn le sonrieron mientras que Bastian se unía a ella, claramente aliviado.
Él le había pedido que intentase regresar antes de que Asher preguntase mucho.
El salón, a pesar de haber sido decorado tan bonito y elegante, le parecía un lugar totalmente aburrido. Los demás a su alrededor conversaban animadamente, bailando con las suaves melodías que brindaba un grupo de músicos al costado del salón.
Suponía que para esas personas estaba bien, pero para ella era una muerte lenta asistir a esas fiestas, cansada de llevar máscaras e incluso llevarlas para divertirse. Mirando a su hermano, sabía que era lo mismo para él.
Bastian fruncía el ceño, sus ojos apagados como cuando estaba viajando en otros mundos.
Ahí no podían abrirse para compartir los detalles de todo lo que había presenciado, en la intimidad de sus mentes. Era peligroso, y una manera de llamar la atención si alguien sabía dónde buscar. Había demasiada gente.
La emoción de llevar a cabo la misión había terminado, y estaba por proponerle un nuevo plan a su hermano para matar el aburrimiento cuando…
—¡Ay! –exclamó ella en voz baja, girándose para mirar.
—Lo siento, Anne –era Joanne Chadburn, que no parecía sentir en absoluto haberse acercado por atrás y pincharle las costillas con los dedos.
Ella se relajó un poco y Joanne se acercó. Junto a Bastian, miraban en silencio a la madre de Julian, quien hacía lo posible para evitar ser oída por nadie más que ellos, aunque sin ser sutil en absoluto.
—Chicos, váyanse de aquí –susurró, apremiante-. Enriz y yo los cubrimos con Asher.
Ellos se le quedaron mirando, parpadeando una vez.
Confundidos ante el repentino aborde de Joanne, Annelisa miró a Enriz. El padre de Julian le guiñó un ojo, llevándose la copa de vino blanco a los labios.
—Jules se debe sentir solo en casa –dijo Enriz Chadburn, sus ojos brillando en complicidad.
Eso había sido suficiente para que ambos se escabulleran de aquella mansión hacia los carruajes y salir en dirección a la mansión Chadburn.
Desde que habían llegado a la fiesta, una pieza faltaba, y ella sentía aquella necesidad de ver a Julian. Saber que estaba bien, escuchar su voz, tocar sus frías manos que le devolvían el apretón con afecto…
Pero el ceño fruncido de Bastian, sentado frente a ella en el interior del carruaje, le distrajo de sus pensamientos.
Ahora que estaban solos, pudo aflojar un poco, solo lo mínimo, sus garras mentales para hablarle desde su lado del puente.
<<¿Qué sucede?>>, le preguntó ella.
Bastian, como hacía cada vez que algo le molestaba profundamente, se quedó mirando un punto fijo con el ceño fruncido.
Desde su lado del puente le dejó ver varias imágenes, recuerdos de esa noche desde su punto de vista.
Bastian caminaba entre las personas lentamente, sin alejarse demasiado de los Chadburn. Mirando fijamente a la muchacha que acababa de entrar a la zona de las cortinas, vistiendo unos pantalones negros ajustados, una camisa de botones blanca con tirantes. Cabello castaño-dorado recogido en una coleta sencilla. Era ella.
Era invisible entre los demás, pero apenas llegó a la mesa de sus objetivos Bastian sintió el cambio, aun en la distancia. El instinto innato de desear sacarle los ojos a todo aquél que la mirara de aquella manera.
El deseo de Bastian de arrancarle la cabeza a Karl Gakster por haberle puesto un dedo encima.
Luego estaba Bastian cerca de la mesera nerviosa a la que ella le había intercambiado sus tareas. Le robó pensamientos y recuerdos superficiales, pero fueron suficientes.
Hacía que la nalgada que ella había recibido pareciera un juego.
—Te seguí en cada segundo que estuviste como mesera –dijo Bastian, y había algo oscuro deslizándose en su voz. El tan peligroso tono que su hermano usaba cuando no le esperaba nada bueno al mundo-. No les voy a perdonar jamás por tocarte. Por nada de lo que han hecho a lo largo de sus vidas con un montón de gente.
Y podía escuchar la promesa implícita.
Su hermano siempre cumplía con su palabra.
Los labios de ella se curvaron ligeramente.
—Después de hoy, ninguno de ellos saldrá ileso –respondió ella con simpleza.
Aun no podía quitarse la asquerosa sensación que le había quedado en el cuerpo después de que el hombre aceituna la tocara, con la inmensa necesidad de echarse un buen baño con sales aromáticas. O la amenaza disimulada de Sawlorn.
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Editado: 13.06.2023