Año Caxacius, Mes de las Letras, día 16
15:20 horas
—Ya. No lo soporto, ¿de qué viene esa sonrisa? –escuchó que Bastian le preguntaba.
Una sombra se movió a su lado, y una nueva voz se unió a la de su hermano, con una nota extraña en el tono.
—Sí, Annelisa, ¿de qué viene esa sonrisa? –preguntó Julian un segundo después.
Ambos se quedaron de pie frente a ella, muy serios y exigiendo respuestas con sus miradas oscuras.
Ella suspiró, dándose cuenta de que, efectivamente, estaba rebosante de energía y eso le hacía sonreír.
No tenía mucho tiempo de haber llegado, y ya los muchachos la estaban interrogando.
Se habían reunido en el patio trasero de la mansión Chadburn, en una tarde de entrenamiento para los tres. Esperaban a Asher para empezar.
Bastian y Julian habían estado allí desde temprano, pero ella se había escabullido de su hermano para hacer algunas cosas en la ciudad, sola, antes de la hora del entrenamiento.
Su estancia en la biblioteca secreta de Owen Dunslee no había sido tan entretenida por un rato, ojeando libros variados, sin atreverse a acercarse al que realmente deseaba leer.
Su propio cerebro saboteador no se lo permitía.
Cobarde.
Pero la irrupción del príncipe Gallen, con su sonrisa encantadora y tonterías habituales, había cambiado la situación, aligerando el ambiente.
Hablaron sobre libros, algunas novelas que Gallen había leído mientras se las recomendaba, y ella hizo lo mismo con él.
En algún momento, Gallen había mirado el libro que ella tenía en sus manos, luego hacia el final de la habitación, a la oscuridad que cubría misteriosamente el techo excepto por el tragaluz.
Una mirada acusatoria y suspicaz se apoderó de sus ojos verdes, mirándola.
—No lo has abierto –indicó Gallen, su voz igual de condenatoria que sus ojos.
Ella alzó una ceja, a la defensiva mientras se levantaba y colocaba el libro en su lugar.
—Estoy entretenida –replicó ella, pero Gallen ya se había puesto en movimiento.
Se acercó a ella en su elegante traje, con una mirada determinada.
—Así no, mi dulce Annelisa, deja…
—No me llames así.
—… de ser una cobarde y enfréntate a ello –dijo mientras rodeaba sus hombros con un firme brazo y la arrastraba al final del pasillo, donde en la mesa junto al gran mapamundi descansaba el rollo de pergaminos que habían encontrado la última vez que estuvo allí.
O, mejor dicho, que el Guardián les había lanzado.
Ella se había tensado pero, resignada, dejó que el príncipe la llevara al lugar.
Gallen parecía estar dándole ánimos como si estuviera a punto de enfrentarse a algún reto mortal o a un horrible destino, sin apartarse de su lado. Y es que ella, en el fondo, sentía como si justo eso fuera suceder, sus músculos tensos y su corazón latiendo erráticamente.
Pero cuando el príncipe la miró, sus ojos verdes reluciendo con la luz que entraba por el tragaluz, parecía decir <<pase lo que pase, estoy aquí para acompañarte>>.
Tomando una bocanada de aire, ella extendió los pergaminos con cuidado sobre la mesa. Ambos tomaron asiento para leer, hombro a hombro.
El corazón se le apretujaba en el pecho de la manera más extraña con cada testimonio que leía, las familias que habían sufrido maldiciones impuestas en su sangre por poderosas criaturas. Algunos de ellos afirmaban que los propios Dioses los habían maldecido.
Al parecer, los Dioses y otras criaturas poderosas eran fáciles de irritar.
No le sorprendió, ya que tenía formada su propia opinión sobre los Dioses, y solo hizo que la furia trepara por su columna.
Mientras que habían dejado al mundo en manos de personas poco… fiables, también llegaban a divertirse jodiendo a familias enteras por simplemente decir que hacía mucho frío.
Dejaban maldiciones en familias, sin ser capaces de remediarlo.
Algunas familias tenían maldiciones cuyos efectos le dejaron un sabor amargo en la garganta, e incluso Gallen tenía una mirada sombría y un ligero tono verde en la piel.
Todas esas familias pertenecían al territorio de Ursian, lo cual registró con algo de confusión.
Ni una sola familia de Sorcus, Herea o el resto de las naciones o continentes.
Únicamente Ursian.
Pero supuso que, estando en Ursian, tampoco habría mucha oportunidad para contactar a otras familias en la misma situación en el resto del mundo.
Esas familias llegaron a contratar mercenarios, cazadores, para intentar darle caza. Pero cuando se alejaba lo suficiente, el recipiente de la maldición sucumbía ante la misma sin siquiera tener oportunidad.
Con ese conocimiento, las familias dejaron de intentar cazar al culpable de la maldición.
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Editado: 13.06.2023