Año Caxacius, Mes de las Letras, día 20
13:10 horas
Odiaba las jaulas.
Durante años, sus padres y Asher les habían advertido de jaulas, las que eran capaces de privar de su libertad a cualquiera que tuviera el infortunio de ser encerrado en una.
Aun a esas alturas, Asher seguía advirtiéndoles.
Pero jaulas no eran únicamente aquellos cubos, barrotes de hierro, algunos con propiedades mágicas que te encerrarían en su interior para siempre, incapaz de defenderte y manteniéndote con vida. O por el contrario, estaban aquellas que te debilitaban progresivamente, bloqueando tus propias capacidades.
También estaban aquellas casas bonitas con todas las comodidades que alguien podría imaginar, pero eso podía ser solo la fachada.
¿Cómo vivían los habitantes de esa casa?
Otras veces, las jaulas te protegían.
Ella misma había fingido estar en una jaula, bajo una mesa, inmóvil y en silencio. Hacer eso le había hecho pensar que así se salvarían ella y su hermano.
Encerrados en una jaula imaginaria mientras sucedía una masacre frente a ellos, mientras su mundo era destruido.
Para otros, las jaulas estaban en sus mentes.
Puede que estuviera exagerando, pero ese día sentía que la mansión Vazzelort era su jaula.
Si bien era cierto que no tenía planeado salir ese día, que Asher les diera expresamente la orden de no salir…
Le crispaba los nervios.
<<Estén alertas y no salgan a menos que yo se los diga>>, había dicho Asher con una mirada seria en sus ojos castaños. Su postura estaba rígida frente a ellos en el salón, por lo que ni ella ni su hermano abrieron la boca para protestar. Ese era el Asher a quien no se le podía persuadir. <<No es una consulta>>.
Así que, con total certeza, el día había sido extraño.
Si bien al amanecer el clima estaba tan fresco y sereno como un día cualquiera en Castatis mientras el otoño se abría paso, tras la orden de Asher fue consciente de un nuevo velo que cayó sobre la ciudad.
La gravedad en la mirada de Asher daba mucho en qué pensar.
Por lo menos no se había ido sin explicar, para sorpresa de los mellizos.
Unos minutos después de que se hubieran ido de la fiesta, un grupo de soldados de la guardia de Ursian había irrumpido en al salón, avanzando tan rápido entre la multitud que no dieron tiempo siquiera de reaccionar a su presencia.
Golpearon y esposaron a cinco personas, llevándoselos a rastras.
Entre el gran número de disfraces exóticos nadie había logrado decir con certeza a quienes habían arrestado. O eso dijeron.
Pero Asher pronto les daría el informe detallado, nada se le escapaba nunca.
Ella, por su parte, estaba sorprendida de que lo que Clayton y Gallen le dijeron fuera real.
Había seguido los consejos que le dieron solo porque… Nunca se sabía.
Aunque a esas alturas ya debería relajarse un poco en su desconfianza hacia ellos: Clayton Rainarth era su amigo en secreto desde hace años, y la había apoyado en cada uno de sus planes altamente cuestionables en los que se había metido, al igual que ella había hecho con él; y luego estaba el príncipe Gallen Ragenyon, quien se había autoproclamado su amigo antes de que ella dijera nada.
Gallen no sabía nada de ella, y aun así la quería de su lado.
¿Por qué?
Sospechaba que era algo más que por ser una amiga cercana a Clayton.
Buscándoles sentido a sus interrogantes había pasado todo el día dando vueltas por su casa y entrenando, la anticipación ante la llegada de Asher carcomiéndola.
El paso de las horas y no haber visto a su hermano en todo el día -ya que se había encerrado en su taller de dibujo en una racha de creatividad, para sorpresa de nadie-, solo añadía más tensión al ambiente.
Muchas veces se encontró toqueteando el colgante de plata y esmeraldas, su única silenciosa compañía en ese inmenso hogar.
Practicaba su lanzamiento de cuchillos en la sala de entrenamientos, y una silueta se atravesó en sus pensamientos, una silueta con un rostro que no podía distinguir pero que la perseguía en sueños. Pero sí que reconocía su voz, esas risas sádicas que era una de las razones de sus pesadillas.
La rabia y el dolor la invadieron, terminando en el lanzamiento de un cuchillo con más fuerza de la necesaria. El cuchillo se incrustó en el centro de la diana de madera. Un segundo después, se abrió una grieta y la diana se rompió a la mitad, cayendo al suelo con un estrépito.
Ella parpadeó, enderezándose y jadeando débilmente. Más allá de la furia, descubrió que en sus venas la energía chisporroteaba violentamente, fluyendo a través de sus huesos, sus venas y su piel.
Sintió la sangre abandonar su rostro y el corazón latir con furia, la rabia dando paso al terror.
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Editado: 13.06.2023