Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 26: Madrugadas inquietas, lo habitual

 

Año Caxacius, Mes de las Letras, día 25

01:05 horas

Después de haberse dormido convenciéndose a sí misma que todo iba bien y que podía dar pasos calmados, al despertarse en medio de la madrugada tuvo que admitir que no todo iba bien.

Y, en definitiva, no podía dar pasos calmados.

Tras un logro de unas cuantas horas de sueño -¿Tal vez cuatro?- se había despertado sobresaltada. Negándose a volver a cerrar los ojos e intentar dormir –sin desear ser perseguida en sueños por captores que desprendían un putrefacto olor y sangre color negra, además de unas carcajadas psicópatas-, se resignó a salir de cama, asearse, vestirse, tomar dinero y salir de casa.

Bastian, durmiendo, aunque le dejó una nota.

Asher, durmiendo.

Los criados, durmiendo.

Nadie se enteró de su salida, ni siquiera los centinelas camuflados a los alrededores de la mansión.

La bóveda del cielo nocturno sobre su cabeza estaba surcada de titilantes estrellas, pero ella tenía su atención puesta en las calles que se extendían frente a sus ojos.

A esas horas de la madrugada, las calles de Castatis no bullían de actividad, hasta llegar a las zonas comerciales.

Con su capa cubriéndola y protegiendo su rostro, atravesó callejones y calles, despidió indigentes y criminales, evitando situaciones vergonzosas.

Si hubiera sido otra época, habría ido a su lugar seguro en el bosque, pero ahora habían demasiados peligros a considerar y el lago estaba manchado con advertencias. Ahora, tenía otros planes en mente.

Un par de susurros bajo las sombras de un edificio que le dejaba vislumbrar la fachada del Salón a lo lejos, al otro lado de la redoma que conformaba la Plaza del Aire, un intercambio de miradas y una promesa del pago completo cuando todo estuviera hecho, provocaron que un delgado niño se adelantara corriendo hacia la oscuridad, alejándose de ella.

Con unos buenos minutos hasta que el niño regresara, ella se dio su tiempo para reflexionar.

No podía dejar de pensar en lo mucho que deseaba castigar a los traficantes, y ahora que sabía que estaba a su alcance, no dejaba de pensar en que, si se confiaba y se volvía arrogante, el mínimo error podía traerle –a ella y a sus compañeros- terribles consecuencias.

Por eso había decidido mirar la situación desde todos los ángulos posibles.

Además, ¿Quiénes eran los Canther y cómo se habían empezado a relacionar con traficantes como Sawlorn, Brighsoth y Reid?

Más allá de que era un negocio que les dejaría mucha plata, por supuesto.

Pero era información que no obtendría de una manera simple.

No había pasado mucho tiempo cuando el mismo niño se había acercado a ella con las mejillas sonrojadas y extendiendo temblorosamente un rollo de papeles hacia ella, cerrando los ojos.

—No puedo conseguirle esa información, señora –ella trató de hacer una mueca ante la palabra <<señora>>-. Son círculos muy cerrados y sería un suicidio preguntar mucho, si me permite decirlo. La lealtad que le tenemos hacia Ojo de Halcón está intacta, pero…

Ella siseó y el niño se encogió visiblemente, abriendo lentamente los ojos.

—Ten cuidado con lo que dices en voz alta, Otis –espetó ella, y el niño volvió a temblar. Suspirando largamente, miró a su alrededor, tomando suavemente la muñeca de Otis llevándolo a un callejón cercano-. ¿Qué es eso? –preguntó, haciendo un gesto hacia los papeles que el niño sostenía.

Otis inspiró por la nariz, mirándola con unos grandes ojos oscuros y todo su pequeño cuerpo tenso, como preparado para recibir algún golpe, y su corazón se estrujó dolorosamente, la ira escalando por su columna.

¿Por cuánto tenía que pasar ese niño, viviendo en las calles y aguantando palizas por sus empleadores, hasta que le quitasen el castigo?

Ella jamás le pondría un dedo encima, y se aseguró de comunicárselo con su mirada hasta que el niño se relajó un poco.

Recordó sus tiempos en las calles tantos años atrás en unas tierras lejanas, su huesudo cuerpo cubierto de cortes, el frío atravesando violentamente sus huesos mientras se abrazaba a su hermano –que tenía la mirada perdida y su cuerpo inmóvil, sus ojos grises apagados-, intentando desesperadamente mantener el calor.

Sabía lo que era pasar hambre y no estar segura de que al día siguiente estaría viva o, mucho peor, si un día despertaría y su hermano no despertaba nunca. El milagro de tener un techo sobre sus cabezas jamás lo daría por sentado.

Se alejó de esos pensamientos lo más rápido que pudo: recordar eso y la imagen de su hermano en ese estado le destrozaba el corazón.

Parpadeando, regresó al presente, notando que Otis se había relajado en su presencia.

—Como dije, acercarse preguntando sería suicidio –comenzó el niño en voz baja, extendiéndole los papeles-. Pero estos son los planos de la casa de donde Sawlorn fue visto por última vez, y unos cuantos correos que entran y salen de allí.




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