Reino de Sombras y Esmeraldas

Capítulo 29: Círculo de fresnos

 

Año Caxacius, Mes de las Almas, día 2

09:10 horas

Llegado el momento, ella y su mellizo habían tomado caminos separados con sus grupos.

Castatis era grande, y esa había sido su medida para cubrir el terreno; desde temprano vigilaron las distintas propiedades en las que rondaban los patrocinadores de aquél asqueroso lío, contando cuánto personal de seguridad tenían para evitar sorpresas.

Cuando descubrieron las razones por las que Sawlorn, Brighsoth y Reid tenían a tanta gente ayudándolos -corriendo un inmenso y estúpido riesgo en caso de alguna fuga-, todos en el grupo se habían asqueado y enfurecido, y en su mente se habían formulado decenas de planes homicidas muy dolorosos, pero fue Rumi quien la sorprendió proponiendo un plan, sus ojos chispeando de rabia.

Ella y Bastian estuvieron de acuerdo con incluir el plan en el inicial con entusiasmo: no habían deseado dejarlos libres después de todo lo que sabían y la idea de Rumi era bastante… Complaciente.

Después de todo, parte del plan inicial era seguir de cerca a varios del séquito de Sawlorn.

Se encontraba para ese momento siguiendo a Karl Gakster, su amplia espalda y pesado cuerpo manteniéndose siempre a unos metros delante de ella. Caminaba con su gran barriga como si fuera el dueño de todos y lanzaba comentarios sucios a cada mujer con la que se cruzaba.

Las mujeres parecían avergonzarse bajo sus atenciones, bajando sus cabezas o dándoles falsas sonrisas antes de alejarse.

Aun recordaba la ira que había sentido cuando Gakster la había dado una nalgada frente a todo el mundo, así que cuando el tipo se sentó en una taberna a tomar, pidiéndole a gritos una bebida a la mesera, ella se acercó y vertió discretamente un líquido transparente e inodoro en la botella de whiskey que la mujer transportaba.

Eso ayudaría a prepararlo para Rumi.

Abandonó a Karl Gakster para seguir a otros dos hombres en sus rutinas, sin encontrar nada sospechoso o que delatara sus participaciones evidentes; no les puso nada en sus bebidas. A ellos no.

Cuando se encontró con Lia, Nion y Fai, tampoco habían notado algo que resaltara. Solo Lia y Nion habían vertido de los líquidos transparentes en las bebidas de sus objetivos.

No se encontrarían con Bastian, Rumi, Luther y Slate sino hasta mucho después, y se encontró intentando suprimir el hormigueo en su piel al estar tan separada de su hermano.

El sol se inclinaba hacia el horizonte plagado de montañas, colocando una delicada tela dorada sobre el cielo y ella se quedó tras una roca en el risco de una montaña al noreste de Castatis. Tras un descenso empinado había un camino de tierra que atravesaba el pueblo más cercano y múltiples bosques hasta llegar a Castatis discretamente.

Ella se había situado en una zona alta para vigilar. Cerca estaba Nion, cuyo cabello color arena sobresalía tras el arbusto que usaba como escondite, y estaba silbando despreocupadamente una melodía hasta que una piedra le golpeó en la cabeza, y se asomó por encima de su escondite con un siseo solo para descubrir a Lia al otro lado del camino, mirándolo con un gesto de molestia desde su escondite tras un árbol.

Nion le hizo un gesto obsceno a Lia antes de mirarla a ella, darle una mirada avergonzada y ocultarse tras su arbusto nuevamente. Ella rió, sin poder evitarlo.

Fai se mantuvo oculto y en silencio.

Un sonido ajeno a los habituales del bosque le hizo susurrarles una advertencia y preparar su arco. Pronto, en el camino aparecieron unos caballos arrastrando un par de grandes contenedores de madera con rejillas en el techo.

Avanzaban rápidamente y Nion encendió el mechero en el extremo de una esfera rellena de un líquido rojizo mientras ella disparaba su primera flecha.

Se incrustó en una de las ruedas delanteras del primer contenedor, haciendo que se tambalearan violentamente; los caballos se alarmaron y el conductor intentaba no caerse.

Disparó una segunda flecha –que se incrustó junto a la cabeza del conductor del segundo contenedor a modo de reto-, mientras Lia y Nion lanzaban nuevas esferas bajo los carros, que un segundo después explotaron, encendiendo un fuego de advertencia.

El fuego se extendió y el conductor del primer contenedor bajó de un salto, pero Fai ya estaba allí. Se produjo un choque entre sus espadas mientras ella se acercaba con rapidez.

De la parte trasera del contenedor saltaron dos guardias más y se acercaban a Fai, que acababa de dejar inconsciente al conductor, pero ella le disparó una flecha al hombro de uno de los guardias, quien soltó un aullido que se silenció medio segundo después al golpearlo en la cabeza con el mango de su cuchillo.

Fai luchaba con el otro guardia, pero debían ser rápidos.

Muy consciente del fuego que crecía bajo los carros y los golpes amortiguados que sonaban en su interior, del propio rugido en sus venas que le exigía derramar sangre, golpeó al guardia en la parte trasera de las rodillas, haciéndole caer y Fai terminó el trabajo.

El rugido en sus venas contrastaba con la absoluta calma en la que se sumergió. Su cuerpo vibraba de energía, pero su mente se instaló en una fría calma que le resultaba familiar y que disfrutaba.




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