«William (10 años), Kallias (8 años)»
Unas pequeñas piedras se cruzan bajo la suela de mis botas, el pequeño crujido que me hace querer borrar todas las herida sobre mi piel, César es tan brusco a veces...quizá si soy una aberración como tanto proclama. Me dirijo a la frontera, un río que divide al reino oscuro del mío, me sobresalto cuando escucho unas piedras rebotar en el agua del río, escondo torpemente en un arbusto de espinas que a la corta me delata por mis chillidos del roce de las espinas en mi piel.
—Te vi, ¿Quién anda allí?. —Suelta una voz infantil pero, mandona. Con muchos nervios salgo de mi gran escondite y levanto mi mirada al otro lado del río, encontrándome con unos ojos amarillos y unas grandes alas con plumas negras, incluso más grandes que él.
Es la primera vez que veo a una hada oscura, de las que tanto se queja César. Quiero largarme pero, me detiene su grito que me obligo darme la vuelta.
—¿Qué te sucedió, niño?. —pregunta con aquella voz infantil.
—Un castigo sencillamente, vete, no debemos ni siquiera vernos. —susurro con ánimos de marcharme.
—Te puedo ayudar...hace unas semanas pase el examen de sanación. —Murmura el. Retrocedo unos pasos pero, siento aquel pinchazo en el alma que me dice que «confíe en él» tonta voz interior.
—¿Dolerá más?. —susurro tratando de agarrar el coraje para quedarme más tiempo.
—No, te lo prometo, te sanare tan rápido que ni recordarás que tenías esas heridas.
El niño oscuro se sienta en el pasto y yo le sigo el paso, una ventisca se asoma de repente que hasta inclusive puedo ver pequeños destellos en el río reuniéndose en medio de nosotros, en un abrir y cerrar de ojos mis heridas dejan de arder y al verlas ya no existen, volteo a ver al niño y tenía una sonrisa tierna en el rostro.
—Gracias...no se como pagarte.
—¡No tienes que pagarme! En cambio, cada que necesites ayuda di mi nombre y apareceré ¡Lo prometo!.
—¿Cómo te llamas entonces?
—Kallias ¿y tú?
—William... —susurro pero, a los segundos escucho unos gritos huecos provenientes del bosque oscuro que cada vez se hacen más claros y agudos. «¡Joven Kallias!» «¡Señorcito!» «¡Ingendro!» el insulto ya era de frustración, era una voz infantil, puedo escuchar como le cambia la sonrisa gentil a una nerviosa a Kallias cuando escucha el insulto.
—Disculpa, Yugo me busca, es hora de correr. —dice levantándose pero, se dio la vuelta antes de marcharse.
—No se te vaya olvidar susurrar o decir mi nombre, es una promesa. —añade perdiéndose en el bosque oscuro con agilidad.