Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 1: La princesa de Eldoria.

Eldoria era un reino bañado por la luz dorada del amanecer, con extensos valles de hierba esmeralda y ríos cristalinos que surcaban la tierra como venas de plata. Sus bosques, densos y antiguos, susurraban historias de tiempos pasados, y sus ciudades eran testimonio del esplendor de una dinastía que había gobernado con justicia por generaciones.

En el corazón de este reino se alzaba el Castillo de Valenwood, una majestuosa fortaleza de piedra blanca y torres imponentes que rozaban el cielo. Desde allí, la princesa Saira Valenwood miraba su tierra con una mezcla de orgullo y pesar. Con sus cabellos marrones cayendo como un velo liso hasta su cintura y sus ojos reflejando la determinación de su linaje, era la imagen de la nobleza eldoriana. Su pueblo la amaba no solo por su belleza, sino por su inteligencia, su compasión y su innata capacidad de liderazgo.

A menudo, Saira bajaba a la ciudad, caminando entre los puestos del mercado, donde los mercaderes la saludaban con respeto y los niños corrían a su encuentro con sonrisas radiantes. Detenía su andar para hablar con las ancianas que tejían en las plazas, escuchando sus historias y preocupaciones. En las panaderías, aceptaba con gratitud el pan caliente que los artesanos le ofrecían, mientras en la herrería observaba con interés cómo se forjaban las espadas que protegerían su reino. No era una princesa distante, sino una hija del pueblo, alguien que conocía los nombres de quienes la servían y que entendía el peso de su responsabilidad para con ellos.

Desde que tuvo uso de razón, Saira había sido entrenada para ser reina. Había aprendido estrategias de guerra, política y diplomacia. Sabía cómo manejar a los nobles en la corte y cómo hablar con los campesinos en los mercados. Su voz era fuerte y segura en el consejo real, y su presencia en las festividades era suficiente para inspirar esperanza en tiempos de incertidumbre.

Parte de su entrenamiento incluía largas horas en la sala del consejo, donde escuchaba a los ministros debatir sobre impuestos, tratados y conflictos fronterizos. Debía memorizar leyes y precedentes, anticipar las estrategias de sus aliados y oponentes, y aprender el delicado arte de la negociación. Su tutor, el canciller Althar, la ponía a prueba con dilemas políticos complejos, obligándola a tomar decisiones rápidas y justificarlas con lógica implacable.

Sin embargo, ese amor y devoción venían con un peso. Su destino había sido escrito antes de que pudiera siquiera comprenderlo. No había margen para los sueños personales, ni espacio para el anhelo de una vida más allá de los muros del castillo.

Suspiró, dejando que el viento fresco de la mañana despeinara suavemente su cabello. Sentía la jaula invisible de su posición cerrarse a su alrededor cada día. Las decisiones que se tomaban por el bien del reino siempre parecían aplastar su propia voluntad. Las alianzas, los acuerdos comerciales, los compromisos matrimoniales... Todo estaba dictado por la política, sin espacio para el corazón.

A su lado, una sombra familiar se movió con silenciosa vigilancia. Su guardaespaldas, un hombre alto y de porte imponente, con el rostro curtido por los años y las batallas, la observaba con la atención de un padre preocupado. Durante toda su vida, él había estado a su lado, enseñándole a blandir una espada, a defenderse y, sobre todo, a desconfiar. Para el mundo, era su protector. Para ella, era la única figura paterna que realmente había sentido cercana.

Un recuerdo cruzó su mente, un día lejano en los jardines del castillo. Aún era una niña, con el cabello recogido torpemente y las manos aferrando una espada demasiado grande para ella. "No es la fuerza, es la técnica", le había dicho Darian, guiando sus movimientos con paciencia. Cuando logró esquivar su primer golpe correctamente, él sonrió con orgullo y revolvió su cabello. "Algún día serás más fuerte de lo que crees, princesa."

"Hoy es un día importante, princesa", dijo con su tono firme pero amable.

Saira giró la cabeza y encontró su mirada. "Todos los días lo son, para alguien que heredará un reino", respondió con un deje de ironía.

Saira contuvo una risa amarga. "Responsabilidades que otros han decidido por mí."

Él no respondió de inmediato. En su mirada se mezclaban el orgullo y la tristeza, como si entendiera mejor que nadie la carga que ella llevaba. "Ser reina significa sacrificios. Pero también significa poder cambiar las cosas."

Saira suspiró y bajó la vista. "Amo a mi pueblo, Darian. No hay nada que me haga más feliz que verlos prosperar, que saber que confían en mí. Pero a veces... a veces me pregunto si soy algo más que una pieza en este juego de alianzas y poder. Si alguna vez podré elegir algo por mí misma."

Darian la observó en silencio por un momento antes de apoyarse en la baranda junto a ella. "Siempre has sido más que una princesa, Saira. No eres solo el destino que otros te imponen. Y aunque hoy sientas que cargas un peso imposible, recuerda que el amor que sientes por tu gente es tu mayor fortaleza, no tu prisión."

Ella cerró los ojos un instante, dejando que sus palabras calaran en su alma. "Solo desearía que fuera más fácil."

Darian esbozó una sonrisa ligera y posó una mano en su hombro. "Nada que valga la pena lo es, mi niña. Pero si alguien puede hallar su propio camino dentro del deber, eres tú."

Ella sostuvo su mirada por un instante más antes de desviar la vista hacia el horizonte. Las murallas de Eldoria se extendían más allá de lo que el ojo podía ver, igual que el destino que la aguardaba.

Y en su corazón, una sensación desconocida se agitaba. Como si, en el tejido inmutable de su vida, una nueva hébra estuviera a punto de entrelazarse, cambiando su destino para siempre.

Holaa, aqui estamos de nuevo con otra historia, que sin dejar de lado de realeza, se añade otro toque más...interesante.




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