El castillo de Eldoria resplandecía con la luz de cientos de antorchas y candelabros, iluminando sus majestuosos salones adornados con estandartes dorados y guirnaldas de flores blancas. La gala real, una de las más esperadas del año, no era solo un evento de celebración, sino una reunión estratégica donde reyes, duques y diplomáticos se encontraban para reforzar alianzas. Para el rey Edric Valenwood, esta noche tenía un propósito claro: fortalecer la posición de Eldoria y asegurar un futuro próspero para su hija.
Saira, en cambio, lo veía de otro modo.
Sentada frente al gran espejo de su cámara, Saira permitió que las criadas trabajaran con esmero en su apariencia. Sus hábiles manos trenzaban delicadamente su largo cabello castaño, entrelazando finas hebras de seda dorada y pequeñas perlas que resplandecían bajo la luz de los candelabros. Una de ellas ajustó la tiara de plata sobre su cabeza, asegurándose de que se posara con gracia entre sus cabellos, mientras otra alisaba con cuidado las mangas abombadas de su vestido. La tela de suave gasa marfil estaba adornada con bordados de flores blancas que parecían florecer sobre la tela, extendiéndose en un patrón sutil hasta la falda, que caía en suaves pliegues hasta el suelo. Un fino encaje recorría los puños de las mangas y el escote cuadrado, realzando su porte con un aire de delicada sofisticación.
—Nunca había visto una belleza como la suya, alteza —comentó una de las criadas con un brillo soñador en los ojos—. Estoy segura de que esta noche habrá más de un noble dispuesto a rendirse ante usted.
—Dicen que no hay emoción más hermosa que la de ser cortejada por un rey —añadió otra, con una sonrisa traviesa—. Que sus palabras son dulces como la miel y que sus promesas pueden hacer latir el corazón como nunca.
Saira esbozó una sonrisa contenida, aunque en su interior no compartía la misma visión romántica del amor que ellas describían. Para ella, los compromisos reales eran más estrategias políticas que historias de ensueño.
—No sé si un noble enamorado sea lo que mi reino necesite —respondió con suavidad, sin querer desalentar su entusiasmo.
—Oh, pero el amor puede ser algo más que política, alteza —dijo la primera criada—. Puede ser un refugio, un fuego que da calor incluso en las noches más frías.
Saira miró su reflejo en el espejo, preguntándose si algún día conocería ese tipo de amor. Pero en su interior, sabía que su destino era otro.
Sin embargo, a pesar de su apariencia impecable, en su interior libraba una batalla.
Sabía perfectamente lo que su padre deseaba de ella.
—El futuro del reino está en tus manos, hija mía —le había dicho esa misma mañana el rey Edric Valenwood, observándola con la severidad de un monarca y la preocupación de un padre—. Una unión con un aliado poderoso traería estabilidad y prosperidad. Es tu deber considerar lo que es mejor para Eldoria.
—¿Y qué hay de lo que es mejor para mí? —preguntó Saira, manteniendo la mirada fija en su padre.
—Eres la princesa de Eldoria, Saira. Tu destino nunca ha sido solo tuyo. El reino depende de ti.
Ella desvió la mirada, sintiendo el peso de aquellas palabras como una cadena invisible. No quería que su única contribución al reino fuera su matrimonio.
—Quiero ser recordada por mis actos, no por con quién me case —susurró.
El rey suspiró y suavizó un poco su expresión.
—Lo sé, hija. Pero a veces, los sacrificios son necesarios.
Saira no respondió. En su interior, la lucha entre el deber y su deseo de libertad seguía ardiendo.
Pero Saira no quería ser recordada solo como una pieza de ajedrez en el juego de la política. No quería que su legado se redujera a un matrimonio por conveniencia. Ella deseaba gobernar por su propio mérito, demostrar que su inteligencia y capacidad podían guiar a su pueblo sin necesidad de ataduras impuestas.
Aun así, comprendía la importancia de esta noche. Su pueblo dependía de las alianzas que su padre forjaba, y causar una buena impresión en los invitados era crucial. Apretó las manos sobre su regazo, conteniendo su frustración mientras una de las doncellas ajustaba los últimos detalles de su vestido.
—Estás hermosa, alteza —dijo una de ellas con una sonrisa—. Pareces una reina ya.
Saira respondió con un asentimiento leve. Quisiera que eso fuera suficiente, pensó.
Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. La figura de Darian, su fiel guardaespaldas, apareció en el umbral con su postura firme y su rostro impasible.
—Es hora, mi princesa —anunció con voz serena.
Saira se puso de pie y se miró una última vez en el espejo, pero antes de salir, la voz de Darian la detuvo.
—No pareces muy emocionada por la gala —comentó él, cruzando los brazos con una leve sonrisa—. ¿O es que temes que uno de esos nobles caiga rendido a tus pies y te proponga matrimonio antes de que termine la noche?
—Porque no lo estoy —admitió ella con sinceridad, girando para mirarlo—. Todo esto... es solo un juego político. Yo quiero algo más.
Darian la observó con paciencia. Desde que era niña, siempre había sabido que Saira no era como otros nobles. No anhelaba el poder por el poder mismo, sino por lo que podía hacer con él.
—¿Y qué es ese “algo más”? —preguntó él con suavidad.
Saira suspiró y miró por la ventana, hacia la ciudad iluminada en la noche.
—Quiero ser recordada por mi liderazgo, por lo que haga por mi gente, no por el hombre con el que me casen. Amo a Eldoria con todo mi corazón, pero a veces siento que me exigen dar más de lo que tengo. No sé si alguna vez podré amar a alguien como se espera de mí.
Darian apoyó una mano en el pomo de la puerta y la observó con una expresión más relajada.
—El amor no es algo que se impone, Saira. No es un deber ni una estrategia. Es encontrar a alguien que vea quién eres en realidad y siga eligiéndote todos los días. Tal vez no sea un rey o un noble. Tal vez sea alguien que simplemente te entienda.