Capítulo 5: Traición en la sombra
El aire nocturno era frío y llevaba consigo el olor a cenizas y destrucción. Saira jadeaba mientras corría por los terrenos traseros del castillo, sintiendo cómo el gélido viento azotaba su piel expuesta a través de los desgarrones de su vestido. Cada rama que rozaba su cuerpo arrancaba un pedazo más de tela, dejando rastros de su huida. A su alrededor, las sombras de los árboles se extendían como figuras fantasmales, agitadas por el viento. Su corazón latía con tal fuerza que sentía los latidos en su sien, y sus pulmones ardían con cada bocanada de aire. Aun así, no se detenía. Su mente estaba en una sola cosa: encontrar a Darian.
—¡Darian! —llamó con la voz entrecortada, el miedo y la urgencia haciendo que su corazón latiera con fuerza.
El sonido de pasos apresurados atrajo su atención y giró rápidamente. Un suspiro de alivio escapó de sus labios al ver la figura alta de su guardaespaldas emergiendo de entre las sombras.
—Gracias a los dioses, Darian, pensé que…
No pudo terminar la frase. Un destello de acero relució en la penumbra y, en un parpadeo, una hoja afilada se posó bajo su garganta. El alivio se convirtió en frialdad absoluta, como si un abismo se abriera bajo sus pies.
—No tan rápido, princesa —susurró Darian, su voz desprovista de la lealtad que ella creía conocer.
Saira sintió un nudo formarse en su estómago mientras su mente trataba de comprender lo que estaba ocurriendo. La traición de Darian golpeó su alma con la fuerza de un vendaval, dejándola tambaleante, incapaz de distinguir si lo que vivía era una cruel pesadilla o la más amarga de las realidades. Su respiración se volvió errática, y por un instante, deseó que todo fuera un malentendido, que él soltara el arma y le dijera que solo era una prueba, un engaño sin consecuencias. Pero la frialdad de la hoja contra su piel era demasiado real, al igual que la mirada despiadada de aquel que alguna vez fue su protector. Su mente giraba en un torbellino de recuerdos y dudas, buscando desesperadamente una razón, una explicación que hiciera que todo esto tuviera sentido.
—Darian… —susurró con incredulidad. —Baja el arma. ¿Qué estás haciendo?
Él sonrió con sorna, inclinándose un poco más hacia ella, haciendo que la frialdad de la hoja rozara su piel.
—Lo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Cumplir con mi verdadero deber.
El dolor en su pecho no provenía del filo amenazante, sino de la revelación. Años a su lado, confianza ciega depositada en él… y todo había sido una mentira.
—¡No puede ser…! —susurró, sin poder ocultar el temblor en su voz. —Tú… tú eres un espía.
—Muy perspicaz —se burló Darian con una risa baja y amarga. —Nunca te diste cuenta, ¿verdad? Y pensar que siempre te creíste tan lista. Cuánto me he divertido viendo cómo confiabas ciegamente en mí.
La rabia reemplazó poco a poco su incredulidad. Saira intentó apartarse, pero él fue más rápido, torciéndole el brazo con facilidad antes de empujarla contra un árbol. En un movimiento hábil, sacó una cuerda de su cinturón y comenzó a atar sus muñecas al tronco.
—Darian… ¿qué estás haciendo? —preguntó Saira, con la respiración entrecortada.
Él soltó una carcajada.
—Solo asegurándome de que no intentes nada estúpido. No me hagas esto más difícil de lo que ya es. Aunque, siendo sincero, estoy disfrutando verte así de indefensa. Nunca imaginé que la altiva princesa de Eldoria terminaría temblando atada a un árbol. ¿Dónde quedó esa mirada desafiante? —se burló, deslizando la punta del cuchillo con lentitud por su cuello, apenas ejerciendo presión, pero lo suficiente para que un escalofrío le recorriera la espalda.
—Darian… —su voz se quebró, pero se forzó a mantener la compostura—. No puedes hacer esto.
—Oh, pero ya lo estoy haciendo —susurró, inclinándose más cerca, su aliento rozándole la mejilla—. ¿Sabes? Siempre me resultó fascinante cómo confiabas en mí a ciegas. Qué ingenua eras, pequeña princesa.
Saira sintió el ardor de las lágrimas amenazando con escapar, pero se negó a dejarlas caer. No le daría el placer de verla completamente rota. No aún. Inspiró hondo, obligándose a ignorar el temblor de sus manos y la presión en su pecho. Si iba a caer, lo haría con dignidad. Dibujó una sonrisa amarga en sus labios y, con una mirada gélida, susurró:
—Temblaré por el frío, pero jamás por miedo a ti, Darian. ¿O acaso necesitas engañarte a ti mismo para sentirte superior?
—¿Por qué? ¿Quién te envió?
Darian pasó un dedo por su propia barbilla, como si meditara si contarle o no.
—Oh, querida princesa… ¡tanto que hablaste de él sin siquiera saberlo! Rael Vossler. Sí, el mismo hombre que te cautivó en la gala es el que ha estado tirando de los hilos desde el principio.
Los ojos de Saira se abrieron de par en par.
—¡No! Él… él ni siquiera me conocía hasta esta noche.
—¿Eso crees? —Darian se inclinó un poco más, bajando la voz. —Rael te ha estado observando desde hace tiempo. Necesita a alguien como tú en su reino, con tu influencia sobre la gente, con tu carisma… pero, sobre todo, con tu sangre real. Eres la pieza clave en su plan para doblegar Eldoria.
Saira negó con la cabeza, pero cada palabra que él decía se sentía como una daga clavándose en su corazón.
—No… no puede ser.
Darian sonrió con malicia.
—Una vez en Dravenholt, verás que las cosas no son tan distintas. Solo hay una diferencia: allí, ya no tendrás la libertad de rechazar lo que Rael quiera de ti.
—No soy una esclava —espetó Saira con furia.
—Oh, claro que no. Serás su futura reina, la joya de su corona. Solo que, bueno, las reinas también tienen cadenas, aunque sean de oro. ¿No es hermoso? —Darian rió con crueldad, inclinándose hacia ella con burla—. ¿Sabes cuántas mujeres darían lo que fuera por estar en tu lugar? Deberías sentirte honrada.
Saira lo fulminó con la mirada, su voz un filo de acero a pesar de su respiración agitada.