Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 7: El enfrentamiento con Rael

Saira sintió una mezcla de furia y desdén al ver las puertas de la fortaleza abrirse ante ella. La piedra oscura del castillo de Dravenholt se alzaba majestuosa y amenazante, como un depredador esperando devorarla. A su alrededor, soldados con armaduras negras vigilaban cada uno de sus movimientos. A pesar de la opulencia de las estancias que cruzaba, el ambiente era frío, carente de la calidez de su hogar. Era un lugar construido para la guerra, para la conquista, y ahora la querían a ella como pieza clave en ese juego.

En cuanto cruzó el umbral, dos criadas de rostros impasibles se acercaron a ella y, sin previo aviso, la tomaron por los brazos. Saira intentó resistirse, pero las ataduras y el cansancio de su viaje la hacían vulnerable.

—El rey ha ordenado que os preparen adecuadamente antes de la audiencia —dijo una de ellas con tono neutro.

-Perfecto prisionera pero arreglada..- habló ella con ironía.

No tuvo oportunidad de protestar cuando la llevaron a una cámara adornada con un baño de piedra tallada y jarras de agua caliente. Con brusquedad, le retiraron el vestido raído, exponiendo los moretones de su piel. Saira no permitió que su humillación se reflejara en su rostro; en cambio, mantuvo la cabeza en alto mientras las mujeres la lavaban con manos firmes pero cuidadosas. Sentía el agua caliente deslizarse por su piel, llevándose la suciedad del viaje pero dejando atrás la sensación de cautiverio.

El aroma de los aceites perfumados llenaba el aire, y aunque en otro contexto habría sido relajante, para Saira solo era otra señal de su impotencia momentánea. Se obligó a no ceder al desánimo. Mientras peinaban su cabello y alisaban los pliegues de un vestido de tonos oscuros, ceñido al cuerpo, que transmitía autoridad, su mente trabajaba sin descanso. Se imaginó la escena de su enfrentamiento con Rael, visualizándolo sentado en su trono con esa mirada calculadora, esperando que ella se doblegara. Pero en su mente, ella permanecía firme, devolviéndole cada palabra con la misma fuerza con la que blandía una espada. Sabía que intentaría doblegarla, pero no lo permitiría. No importaba cuánto la prepararan para encajar en sus expectativas, ella seguiría siendo Saira Valenwood, heredera de Eldoria. Quizás este vestido era una prueba de que querían moldearla en algo que no era, pero no dejaría que nadie dictara su destino.

Finalmente, la guiaron a una sala amplia iluminada por antorchas. Al fondo, sentado en un trono de ébano y acero, estaba él. Rael Vossler. Alto, de porte regio y con la presencia de un conquistador nato. Sus ojos oscuros la escudriñaron con intensidad, con la calculadora expresión de un hombre que siempre obtenía lo que quería.

Saira no se inclinó, ni bajó la mirada. No iba a darle ese placer.

—Tienes valor para presentarte así ante mí —dijo Rael con un deje de burla.

—¿Así cómo? —preguntó Saira, arqueando una ceja, desafiante.

Rael sonrió levemente, acercándose un poco más.

—Con la cabeza en alto, como si estuvieras en tu propio castillo y no en el mío. Como si tu destino no estuviera en mis manos.

—No tuve elección —respondía ella con voz firme. —Si la hubiera tenido, jamás habría puesto un pie en este sitio.

Rael se levantó del trono y se acercó lentamente. Era imponente, su presencia dominaba la habitación, pero Saira no retrocedió ni un paso.

—No eres la princesa débil y sumisa que me describieron —comentó con interés, ladeando la cabeza.

—Y tú no eres el rey noble y justo que deberías ser —replicó ella con desafío.

Rael sonrió de lado, divertido ante su resistencia. Sus ojos destellaban con un brillo peligroso, uno que denotaba tanto curiosidad como satisfacción. Para él, los mejores retos eran aquellos que se resistían a ser dominados, que no caían de inmediato a sus pies. Chasqueó los dedos con aire de superioridad, y un sirviente le entregó una espada.

—Si crees que puedes desafiarme, demuéstralo —dijo, lanzándole otra espada a Saira.

Ella la atrapó en el aire, sintiendo el familiar peso del acero en sus manos. No esperaba esto, pero si había algo en lo que destacaba, era en el combate. Tomó posición, con la determinación ardiendo en su interior. No se trataba solo de orgullo, sino de mostrarle que no era una presa fácil.

Rael atacó primero, un golpe rápido y calculado que Saira logró desviar con destreza. El choque del metal resonó por la sala, un eco de desafío entre ambos. Su cuerpo menudo le permitía moverse con agilidad, esquivando ataques con una fluidez casi felina. No era solo velocidad; cada uno de sus movimientos estaba cargado de intención, calculado al milímetro para contrarrestar la fuerza bruta de su oponente.

El vestido oscuro que le habían dado para la audiencia ondeaba con cada giro, pero no era un estorbo; sus años de entrenamiento le permitían adaptarse a cualquier circunstancia. Sujetaba la espada con firmeza, sus dedos envueltos en la empuñadura como si fuera una extensión de su propia voluntad. Su mirada se mantenía fija en la de Rael, sin titubeos, mientras el rey probaba su resistencia con ataques cada vez más agresivos.

La batalla comenzó con una danza de estocadas y paradas, ninguno cediendo ante el otro. Saira se deslizó con una gracia letal, aprovechando su tamaño para atacar desde ángulos inesperados, obligando a Rael a ajustar su defensa. La sorpresa en los ojos del rey era evidente; no había esperado una oponente con tanta destreza. Y eso solo hacía que el enfrentamiento fuera más emocionante para él. Por ello escondió su incredulidad y la convirtió en desafío.

Los soldados y cortesanos observaban en silencio, sorprendidos por la resistencia de la princesa. Saira no era solo ágil, sino astuta, y Rael lo notó con cada movimiento. Por primera vez en mucho tiempo, sentía la emoción del verdadero combate.

Finalmente, con un movimiento calculado, Rael desarmó a Saira, haciendo que su espada cayera al suelo con un tintineo. En lugar de burlarse, la miró con una expresión de algo parecido a la admiración, cosa que al darse cuenta cambió a ser de seriedad pura al ver porque ella suponía una amenaza que debia neutralizar de inmediato.




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