Tras la reunión con la nobleza, Rael se encontraba en su despacho, repasando mentalmente todo lo que había sucedido. La actitud de Saira, su temple bajo la presión de los nobles y la forma en que logró imponer orden con un solo gesto lo habían dejado impresionado. No era solo una princesa rebelde con ideas desafiantes; había demostrado una inteligencia y una fortaleza que podían ser verdaderamente valiosas. Por primera vez, comenzaba a verla bajo una luz diferente.
Recordó el momento exacto en que sus pensamientos sobre ella cambiaron. En la reunión, mientras los nobles alzaban la voz en protesta y el ambiente se tornaba caótico, ella se había levantado con una elegancia imponente. Con un simple movimiento de su mano, el silencio cayó sobre la sala. Su voz, firme y clara, no dejó espacio para objeciones. Rael había visto a muchos líderes hablar con seguridad, pero ninguno con la mezcla de dignidad y desafío que irradiaba Saira en ese instante. En ese momento, supo que no era solo una prisionera con la que debía lidiar, sino una igual en el juego del poder.
Decidió buscarla y, cuando la encontró aún en el pasillo camino a sus aposentos, dudó un instante. "Saira", pensó en llamarla por su nombre, pero lo descartó de inmediato. "Princesa", tampoco le sonaba adecuado. Finalmente, carraspeó y la detuvo con un ademán.
—Has hecho un buen trabajo manteniendo el orden en la sala —dijo Rael, con una sinceridad que sorprendió a ambos—. Para ser una prisionera, te portas demasiado bien. Siendo honesto, esperaba más resistencia de tu parte, más oposición... pero, de algún modo, has logrado que todo fluya mejor de lo que imaginé. No sé si debería agradecerlo o preocuparme.
Saira parpadeó, claramente sorprendida por su repentino cambio de actitud. Durante días, su relación había sido una constante batalla de voluntades, con enfrentamientos que incluían acaloradas discusiones, desafíos a plena vista del consejo y hasta un intercambio de golpes durante un entrenamiento. En aquel enfrentamiento, cada movimiento era un reto, cada golpe una forma de imponer su dominio. En un instante de descuido, ella logró derribarlo, pero Rael, con la rapidez de un depredador, la arrastró consigo al suelo. Quedaron inmóviles por un segundo, respirando agitadamente, con los cuerpos tensos por el esfuerzo y la proximidad. Rael recordaba la forma en que sus ojos se encontraron en ese momento, ardiendo con desafío y algo más que ninguno de los dos se atrevió a nombrar. Pero ahora él le reconocía su valor sin burlas ni doble intención, como si de pronto viera en ella algo más que una adversaria.
—Gracias… supongo —murmuró ella, sin saber cómo responder. Luego se enderezó y adoptó su tono habitual de desinterés—. Estoy cansada, volveré a mi habitación.
Rael entrecerró los ojos, sintiendo que aún quedaba algo en el aire, algo que ella no decía. Antes de que pudiera añadir nada, Saira giró sobre sus talones con determinación.
—Y no creas que esto cambia nada —añadió sin mirarlo, su voz firme pero con un leve matiz de duda—. Solo fue una tregua momentánea, no un acuerdo permanente.
Rael asintió y la vio marcharse. Algo dentro de él se removió al notar la confusión en su rostro, pero no le dio más vueltas.
Horas más tarde, cuando llegó la hora de la cena, se dio cuenta de que Saira no había bajado al comedor. Se preguntó si estaría realmente cansada o si simplemente quería evitarlo. Durante días, sus enfrentamientos en la mesa se habían convertido en una extraña rutina, una forma de interactuar con ella incluso en medio de la hostilidad. Sin esas discusiones, la cena parecía carente de algo. Por alguna razón que no lograba entender, la idea de que ella pasara la noche sin comer lo incomodaba. Pensó en mandar a una criada con su cena, pero descartó la idea casi de inmediato. Luego consideró dejarla sin cenar hasta que decidiera bajar por su cuenta, pero la imagen de ella acostándose sin haber probado bocado le resultó extrañamente molesta. Frustrado consigo mismo, tomó la bandeja y decidió llevarle la cena él mismo.
Cuando llamó a la puerta de su habitación, Saira abrió con el ceño fruncido, sólo para encontrarse con Rael sosteniendo una bandeja con su cena. Por un instante, él dudó, preguntándose en qué momento había empezado a preocuparse por su bienestar de esta manera. No era propio de él. No era racional. Y, sin embargo, ahí estaba, llevándole la cena como si fuera lo más natural del mundo.
—No bajaste —dijo él, como si eso fuera razón suficiente para justificar su presencia—. Supuse que seguirías cansada.
Ella entrecerró los ojos, pero finalmente aceptó la bandeja. Rael, al ver que Saira estaba comiendo de manera distraída, se acercó a la puerta de la habitación.
—¿Puedo entrar? —preguntó, con una voz que reflejaba una mezcla de seriedad y curiosidad.
Saira, al principio sorprendida por su insistencia repentina, lo miró de reojo antes de responder con desdén:
—¿Qué quieres, Rael? Ya dije que no quiero hablar más hoy.
Rael no pareció intimidado por su tono. Se acercó un paso más, observando cómo ella seguía comiendo en silencio. Sin dar su brazo a torcer, su expresión se volvió más decidida.
—No vengo a hablar —respondió—, pero me aseguré de que tu comida estuviera bien preparada. Deberías comértela toda, Saira.
Ella lo miró con desconfianza, pero no dijo nada más. Rael se quedó allí, observándola con atención, como si vigilara no solo lo que hacía sino también cómo lo hacía. Rael observó a Saira con detenimiento mientras ella comía en silencio. Cada pequeño movimiento de su mano al llevarse un bocado a los labios, el leve roce de su cabello cuando lo apartó, cómo sus ojos permanecían fijos en la comida, pero con una expresión que no lograba descifrar... Todo lo memorizaba en su mente. Cada gesto, cada cambio en su postura, lo analizaba y desmenuzaba en busca de algo más profundo, algo que no terminaba de comprender. Rael se encontró preguntándose por qué sus reacciones hacia ella le resultaban tan desconcertantes, por qué su presencia lo afectaba de esa manera, haciendo que su mente se nublara con pensamientos contradictorios. ¿Era solo curiosidad lo que sentía? O tal vez había algo más en juego. Necesitaba tiempo para descubrirlo, pero no podía evitar que su mente volviera constantemente a esos momentos compartidos.