Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 14: Un plan de escape fallido

Saira despertó con la luz de la ventana filtrándose entre las cortinas, bañando la habitación en un brillo tenue. Parpadeó con pesadez, sintiendo el entumecimiento de su cuerpo tras tanto tiempo en reposo. Un ligero dolor en el costado le recordó lo sucedido. Llevó una mano a la venda con suavidad y suspiró.

Un movimiento la sacó de sus pensamientos. La puerta se abrió y una criada entró con un gesto de alivio al verla despierta.

—¡Oh, milady! Al fin despierta —exclamó, acercándose rápidamente—. Ha estado durmiendo por un día entero.

Saira se incorporó lentamente, sintiéndose algo débil. Observó a la mujer con una expresión curiosa.

—¿Un día entero? —repitió con incredulidad.

La criada asintió con entusiasmo.

—El rey Rael ha estado muy preocupado por usted. Ha venido varias veces para asegurarse de que todo estuviera bien. Seguramente querrá saber que ha despertado, debo avisarle.

La mujer giró sobre sus talones, pero Saira levantó una mano para detenerla.

—Espera. Ayúdame a vestirme primero —pidó, con un atisbo de urgencia.

No quería verse frágil cuando Rael la viera. No quería que la compadeciera. Con esfuerzo, se incorporó, pero un latigazo de dolor recorrió su costado, obligándola a exhalar entre dientes. Cada movimiento le recordaba la herida aún en recuperación, pero apretó los labios con determinación.

La criada asintió y se apresuró a buscar un vestido sencillo pero elegante, de mangas largas para ocultar su estado. Con paciencia, la ayudó a vestirse, aunque cada prenda que deslizaba sobre su piel hacía que Saira contuviera la respiración. Sentía el ardor punzante en su costado con cada gesto, pero no se quejó. Cuando finalmente estuvo lista, la criada la peinó con esmero, eliminando cualquier signo de debilidad en su apariencia, aunque el temblor leve de sus manos delataba lo mucho que le costaba mantenerse erguida.

La criada la observó con una sonrisa satisfecha y luego hizo una leve reverencia.

— Ahora si, voy a avisarle a su majestad de que ha despertado —dijo antes de girarse hacia la puerta.

Saira la miró alejarse, pero no la detuvo esta vez. Se quedó en silencio, observando su reflejo en el espejo. Su mente estaba inundada de pensamientos, de dudas. ¿Por qué Rael había estado tan preocupado por ella? ¿Por qué ese extraño calor en su pecho cuando recordaba la forma en que la había mirado antes de perder la conciencia? Se mordió el labio, sintiendo que algo dentro de ella se removía con intensidad desconocida.

No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera de nuevo. Rael entró con una bandeja de comida y se detuvo al verla incorporada. Sus ojos oscuros la recorrieron con atención, deslizándose por su figura con escrutinio minucioso. Observó la rigidez de sus hombros, la forma en que su mano descansaba sutilmente cerca de su costado, como si intentara ocultar cualquier molestia. Su mirada se detuvo en su rostro, buscando rastros de agotamiento o dolor. Solo cuando pareció convencido de que estaba lo suficientemente bien, dejó escapar un leve suspiro, apenas perceptible. La criada, notando la tensión en el ambiente, se inclinó con discreción y se retiró, dejándolos a solas.

Rael avanzó hasta la cama y depositó la bandeja sobre la mesita cercana.

—Comerás —ordenó con tono firme, aunque su voz no era tan severa como de costumbre.

Saira lo miró de reojo.

—No tenías que traerme esto tú.

—Si no lo hiciera, te habrías saltado la comida —replicó él con una media sonrisa. Luego, su mirada descendía a su costado—. ¿Puedo ver la herida?

Saira dudó por un instante antes de asentir. Pensó que era mejor dejar que le viera la herida a morir de dolor. Con manos cuidadosas, Rael se inclinó y comenzó a desatar los vendajes. Su toque era ligero, pero el contacto directo con su piel la hizo estremecerse. Cuando la tela cayó a un lado, él deslizó los dedos con suavidad cerca de la herida, inspeccionándola con detenimiento. Saira contuvo la respiración cuando la mirada de Rael se desvió momentáneamente hacia su clavícula expuesta, y por un instante, el aire entre ellos pareció espesarse. Él tragó saliva, volviendo la vista a la herida, pero la tensión ya estaba instalada entre ambos, vibrante e innegable.

Rael notó su reacción y alzó la vista hacia ella, quedando demasiado cerca. La respiración de Saira se volvió errática mientras el ambiente entre ambos se cargaba de una tensión extraña y sofocante. Rael tragó saliva y apartó la mirada antes de centrarse en su tarea.

—Los atacantes eran hombres de Darian —dijo de pronto, rompiendo el silencio denso—. Querían capturarte.

Saira sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de ser usada como una pieza más en el ajedrez de Darian la revolvía por dentro.

—¿Para qué? —preguntó en un susurro, su mirada buscando la de Rael.

Había estado patrullando el área, inquieto desde que la herida de Saira comenzó a sanar y sus movimientos se hicieron más fluidos. Había notado su inquietud, la forma en que evitaba su mirada o cómo parecía perdida en pensamientos sombríos. Algo en ella le decía que no estaba bien, que su mente tramaba algo. Y cuando decidió salir a tomar aire, cuando el insomnio lo llevó a recorrer los pasillos en la noche, la encontró intentando huir.

Rael.

Rael apretó la mandíbula antes de responder.

—Para obligarme a rendirme. Para usar tu vida como moneda de cambio.

Su tono era sombrío, pero en su mirada había algo más: un brillo de furia contenida, de frustración, pero también de un miedo que no alcanzaba a admitir. Saira apartó la vista, incapaz de sostenerla por más tiempo.

Saira bajó la vista, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.

Aquella tensión, aquella cercanía la asustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Su corazón latía con demasiada fuerza, así que optó por acostarse de nuevo, alejándose de él. Rael la observó en silencio por un momento, su mandíbula tensa, como si luchara contra algo dentro de sí mismo. Pero entonces, con un suspiro contenido, se inclinó levemente y, con una torpeza poco común en él, deslizó una mano hacia su espalda y la atrajo suavemente hacia su pecho.




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