Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 15: El baile de Dravenholt

Rael sintió un leve movimiento a su lado antes de abrir los ojos. La luz de la mañana se filtraba por la ventana, iluminando con suavidad los mechones dorados de Saira, que dormía profundamente contra su pecho. Por un instante, se permitió admirarla, grabando cada detalle en su memoria. Pero su tranquilidad se vio interrumpida por los golpes en la puerta.

Su mayordomo lo llamaba desde el otro lado. Rael suspiró con fastidio antes de levantarse con cuidado para no despertarla. Caminó hasta la puerta y la entreabrió apenas lo suficiente para ver a su sirviente.

—Señor, el desayuno está listo. ¿Quiere que alguien despierte a la señorita Saira?

Rael se pasó una mano por el cabello, fingiendo una ligera molestia.

—No. Déjenla dormir. No quiero que nadie la moleste —respondió Rael con firmeza, cruzando los brazos.

El mayordomo vaciló un momento antes de inclinar la cabeza.

—Como desee, mi señor. Pero… ¿No sería mejor que alguien la vigilara?

Rael frunció el ceño, su mirada volviéndose más dura, aunque en el fondo una sombra de preocupación lo atravesó.

—Yo me encargaré de eso. No quiero que nadie entre sin mi permiso.

El sirviente asintió, comprendiendo que no había espacio para discusión, y se retiró en silencio.

Rael cerró la puerta y regresó a la cama, donde Saira aún dormía. Se recostó junto a ella y con la yema de los dedos acarició su hombro con suavidad, trazando círculos apenas perceptibles sobre este hasta que ella comenzó a moverse. Sus pestañas temblaron antes de abrir los ojos, encontrándose con su mirada. Un rubor tiñó sus mejillas al recordar dónde estaba.

—Buenos días —murmuró él con voz ronca.

—B-Buenos días… —respondió ella, apartándose rápidamente, con una timidez inusual. Su voz sonó más suave de lo que pretendía, y el rubor que subió a sus mejillas la traicionó. No se atrevió a mirarlo directamente, temiendo que él notara cuánto la afectaba su cercanía. Rael, en cambio, solo sonrió con diversión, disfrutando de su reacción.

Saira se sentó en la cama y apartó las sábanas con cuidado. Su mente era un torbellino de pensamientos, abrumada por la cercanía que había compartido con Rael. Se levantó con la intención de salir de allí lo antes posible, pero cuando estaba a punto de cruzar la puerta, sintió una mano firme sujetándola por la cintura.

—¿Tan rápido me abandonarás, mi princesa? —susurró Rael en su oído antes de girarla lentamente para enfrentarla.

Él tomó su mano con delicadeza y, sin apartar su intensa mirada de la suya, la llevó a sus labios y la besó con suavidad. Saira sintió que su corazón se desbocaba en su pecho. Sin poder decir nada, apartó la mirada y salió apresurada hacia su habitación.

Cuando llegó, encontró tres vestidos exquisitos dispuestos sobre su cama. Eran deslumbrantes, confeccionados con las telas más finas y decorados con detalles meticulosos. El primero era de un rojo intenso con bordados dorados en forma de enredaderas, exudando un aire de autoridad y pasión. El segundo, de un blanco perlado con destellos de cristal, parecía sacado de un cuento de hadas, irradiando pureza y elegancia. El tercero, un azul profundo con detalles plateados que recordaban el brillo de las estrellas, le evocó la inmensidad del cielo nocturno.

Saira recorrió los vestidos con la mirada, sintiendo una punzada de emoción al imaginarse en cada uno. Era difícil elegir, pero finalmente, su corazón se inclinó por el azul. Sentía que ese vestido reflejaba la esencia de quién era ahora: fuerte, misteriosa, pero aún con un brillo propio. Sonrió, maravillada por la elección, y acarició la tela antes de empezar a vestirse.

Al bajar a desayunar, encontró a Rael ya esperándola en la mesa. Él la observó con una sonrisa satisfecha al verla con el vestido que había elegido.

—Veo que te ha gustado mi elección —comentó él con cierto orgullo, recorriendo su figura con la mirada. No podía negar lo bien que el vestido resaltaba la elegancia innata de Saira, cómo el tono azul profundo se fusionaba con la intensidad de sus ojos y cómo el brillo plateado realzaba la delicadeza de su piel. Era un reflejo de su propia fuerza y misterio, y él no podía apartar la vista.

Saira tomó asiento y lo miró con curiosidad.

—¿Por qué estos vestidos, Rael? —preguntó.

—Porque esta noche hay un baile en tu honor —dijo él con naturalidad.

—¿Un qué? —Saira parpadeó sorprendida.

Rael apoyó un codo en la mesa y la miró con diversión.

—Una celebración para presentarte oficialmente ante mi reino y los demás. Es hora de que el mundo sepa que eres mía.

Saira sintió un escalofrío recorrer su espalda ante su tono posesivo, pero en lugar de discutir, se concentró en la idea de la fiesta. Un baile… no sabía si sentirse emocionada o preocupada. Su mente divagó por un instante, imaginando el peso de tantas miradas sobre ella, la presión de representar algo más que a sí misma. Sin embargo, en el fondo, una chispa de emoción latía con fuerza, alimentada por la idea de bailar con él, de sentir su cercanía en un escenario donde todos los demás desaparecerían.

El día transcurrió entre preparativos y arreglos para la gran noche. Saira y Rael recorrieron juntos los pasillos del palacio, decidiendo sobre los elementos decorativos. Él insistió en que cada detalle debía reflejar la grandeza de la ocasión, mientras que ella buscaba algo más sutil y elegante. Discutieron sobre los colores de las cortinas, la disposición de las mesas e incluso el tipo de flores que adornarían el salón. Cuando llegaron al jardín, se detuvieron ante una gran variedad de flores. Rael sugería rosas rojas para simbolizar la pasión y la realeza, mientras que Saira prefería lirios blancos para aportar un toque de pureza y delicadeza. Entre risas y ligeras discusiones, terminaron por escoger una combinación de ambas, fusionando sus gustos en un equilibrio armonioso.

Cuando llegó la hora del evento, Saira se preparó con ayuda de las doncellas, quienes la peinaron y adornaron con joyas delicadas que resaltaban su belleza natural. Mientras una de ellas ajustaba su cabello en un elegante recogido, otra le colocaba una tiara fina que brillaba bajo la luz de las velas.




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