Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 18: La decisión de la princesa

El sol se alzaba lentamente sobre el horizonte, bañando el palacio de Dravenholt con una luz dorada que parecía fundirse con el peso de los pensamientos que atormentaban a Saira. Su mente estaba envuelta en una maraña de emociones contradictorias, como si cada hilo de su corazón tirara en direcciones opuestas. Por un lado, el reino de Eldoria la llamaba, su deber como princesa pesaba sobre ella como una espada afilada, recordándole su responsabilidad, su familia, y el futuro que le esperaba en su tierra natal. Pero, por otro lado, la vida en Dravenholt, tan distinta, tan llena de complicaciones, de amor, y de traición, la mantenía atrapada en una red invisible, difícil de romper.

Esa mañana, Rael había salido de sus aposentos antes de que el sol terminara de asomar por el horizonte. Saira, envuelta en las sábanas de seda, había sentido el roce tibio de sus labios en su frente antes de partir, pero no había abierto los ojos. Lo escuchó vestirse en silencio, tomar su espada y marcharse sin una palabra, como si la distancia entre ambos se hubiese hecho palpable en las últimas horas. Cuando al fin se atrevió a mirar, la habitación se hallaba vacía, y sobre la mesa sólo reposaba una copa a medio vaciar y la marca hundida de su peso en la silla junto a la cama. Fue un gesto pequeño, casi insignificante, pero que caló hondo en su pecho. Recordó entonces cómo, en otras mañanas, él solía permanecer unos instantes más, peinando su cabello entre los dedos o susurrándole palabras que ella apenas comprendía. Y ahora, se había ido sin decir nada, como si los rumores, las sospechas y las intrigas hubiesen empezado a levantar un muro entre ambos.

Saira se encontraba en su habitación, mirando por la ventana hacia el jardín donde las flores comenzaban a abrirse al nuevo día. Los colores vibrantes de las flores se entrelazaban con las sombras de su incertidumbre. La guerra entre los dos reinos, las conspiraciones que aún rondaban en los pasillos del palacio, el amor de Rael que cada vez se volvía más intenso y más peligroso... todo eso formaba una mezcla compleja que le impedía pensar con claridad.

Ella había sido testigo del sacrificio de Rael, del peso que llevaba sobre sus hombros, y de cómo luchaba contra los traidores que, desde las sombras, deseaban destruir todo lo que él había logrado. Sabía que Rael no era solo un monarca luchando por su reino, sino un hombre atrapado entre las traiciones del pasado y la necesidad de proteger a quienes amaba. Pero ¿qué tan lejos podía ir ella en esta batalla? ¿Sería capaz de quedarse a su lado, a pesar de todo lo que estaba en juego?

La puerta se abrió suavemente, y una de sus doncellas entró, interrumpiendo sus pensamientos.

—Mi señora —dijo con suavidad—, la señorita Isolde quiere hablar con usted. Dice que tiene información urgente.

Saira asintió sin decir palabra, y la criada se retiró, dejando la puerta abierta para que Isolde pudiera entrar. La anciana llegó con su andar firme, pero con una expresión que dejaba claro que las noticias que traía no eran fáciles.

—Saira, querida —comenzó Isolde, su voz baja y seria—, hay algo que debo decirte. Las conspiraciones contra Rael siguen avanzando. Sabes que no puedes quedarte aquí sin tomar una decisión. Los nobles siguen jugando sus cartas, y el tiempo no está de nuestro lado.

Saira la miró con atención, el eco de sus palabras resonando en su mente.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, su tono teñido de duda y preocupación.

Isolde suspiró, su rostro marcado por años de sabiduría y sufrimiento.

—Debes tomar una decisión, Saira. Rael ha arriesgado su vida por ti, y lo que estamos enfrentando no es solo una lucha por el reino, sino por la supervivencia de todos. La guerra, los traidores… todo se ha vuelto más complicado. Si regresas a Eldoria, tu padre podría ofrecerte protección, pero perderías la oportunidad de cambiar el curso de esta historia. La pregunta es: ¿realmente puedes dejar todo esto atrás? ¿Puedes dejar a Rael y permitir que su reino caiga en manos de aquellos que lo traicionan?

El corazón de Saira latió fuerte, como un tambor resonando en sus oídos. Las palabras de Isolde eran un reflejo de sus propios temores. ¿Sería suficiente con huir a su reino y dejar que Rael luchara solo, o debería quedarse con él y enfrentar las sombras que se cernían sobre su futuro juntos?

—No sé qué hacer —confesó Saira, su voz temblando ligeramente—. Cada vez que pienso en volver, una parte de mí se siente traidora, como si abandonara a Rael en el momento más crucial. Pero, ¿puedo quedarme aquí? ¿No estaré poniendo en peligro a mi propio reino si decido quedarme?

Isolde la miró fijamente, su expresión llena de comprensión, pero también de firmeza.

—Solo tú puedes decidirlo, Saira. Pero recuerda esto: el destino no se forja solo por decisiones fáciles, sino por los sacrificios que estamos dispuestos a hacer por lo que amamos. Rael ha hecho su sacrificio, pero el tuyo, querida, será aún más grande.

En ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y Rael apareció en el umbral, su mirada fija en Saira. Parecía agotado, pero su presencia era como un faro de determinación. El peso de las responsabilidades que llevaba sobre sus hombros se reflejaba en su postura, pero había algo más en su mirada: la preocupación, la duda, la misma que ahora se reflejaba en los ojos de Saira.

—¿Todo bien, mi reina? —preguntó suavemente, su voz como un susurro cargado de emoción.

Saira se levantó, sintiendo una mezcla de alivio y culpa al verlo. A pesar de sus dudas, su corazón palpitaba solo con verlo. Rael era una presencia que la envolvía, que la hacía sentir segura, pero también vulnerable.

—Rael, necesito hablar contigo —dijo ella, su voz temblando ligeramente.

Isolde asintió y salió de la habitación, dejándolos a solas. Rael caminó hacia ella con pasos firmes, pero al llegar a su lado, se detuvo y le ofreció una sonrisa triste.




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