Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 19: ¿Un amor prohibido o posible?

La luz del amanecer apenas tocaba las paredes de piedra del palacio, pero dentro de las cámaras privadas de Saira, la atmósfera estaba cargada de una intensidad que no tenía que ver con el día que comenzaba. Aunque las cortinas aún bloqueaban el brillo del sol, la claridad del momento se filtraba a través de las sombras que envolvían la habitación. La noche anterior había sido una de largas conversaciones y decisiones no tomadas, pero ese amanecer parecía marcar un punto de quiebre.

Rael y Saira se encontraban en un espacio de incertidumbre, donde los murmullos del destino parecían llamar con voz de viento, inclemente y arrastrante. Saira había pasado horas dando vueltas en su mente, sopesando las opciones, los compromisos y los riesgos. Pero cuando Rael entró en la habitación, su presencia fue como un ancla que la atrajo hacia el único lugar donde la paz realmente podría encontrarse: en su abrazo, en su amor.

Rael había llegado temprano, después de una noche de vigilancia y de conversaciones con sus consejeros más cercanos. Sabía que Saira estaba en una encrucijada, entre su deber hacia su reino y su amor hacia él, pero lo que más temía no era su elección, sino el futuro de su reino y la guerra que se acercaba a pasos agigantados. Las intrigas palaciegas no cesaban, y él no podía seguir perdiendo el tiempo sin aclarar sus propios sentimientos. Sabía que la princesa sentía lo mismo, pero ambos se habían estado guardando lo más profundo, como si las palabras pudieran romper el frágil equilibrio de lo que compartían.

Cuando Saira lo vio entrar, un dolor sordo se instaló en su pecho. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? ¿Por qué, cuando parecía que había encontrado en Rael algo que podría ser suyo para siempre, el mundo parecía empujarla hacia la distancia? Rael no era solo el rey de Dravenholt; era el hombre que había capturado su corazón, la esencia de una fuerza que Saira había empezado a temer tanto como amar.

Rael no dijo nada al principio. Se quedó en la puerta por un momento, observando a la princesa, como si quisiera leerla en silencio. Saira estaba sentada junto a la ventana, mirando al exterior, donde el jardín del palacio comenzaba a florecer, como si la primavera quisiera alentarla a tomar una decisión. Ella no lo miró de inmediato, pero podía sentir su presencia, tan sólida y palpable como una sombra al atardecer. La tensión entre ellos era casi tangible, un hilo invisible que los unía, pero también los separaba.

Finalmente, Saira rompió el silencio, su voz suave, pero cargada de dudas.

—Rael, ¿qué haremos? —preguntó, sin girarse hacia él. Su pregunta estaba dirigida más a ella misma que a él, una búsqueda de respuestas que no podía encontrar.

Rael dio un paso hacia ella, su figura tan imponente como siempre, pero esta vez había algo en su postura que no podía esconder: la vulnerabilidad. Su mirada, normalmente llena de determinación, ahora estaba teñida de un dolor silencioso.

—Lo que hacemos es sencillo, Saira —respondió, su voz grave pero cálida. Se acercó a ella lentamente, hasta quedar a su lado, mirando hacia el jardín también—. Lo que hacemos es unirnos. Unir nuestros reinos, nuestras vidas, nuestras promesas. Esto no es solo una decisión política, no es solo un acuerdo de paz. Es lo que más he querido en mi vida, Saira. Es lo que más quiero ahora.

Saira lo miró por fin, y en sus ojos encontró algo que no había visto antes: la verdad desnuda de lo que Rael sentía por ella. No era solo una cuestión de amor, sino de una conexión más profunda, una fuerza que los unía más allá de cualquier reino o guerra. Era el futuro de ambos, el destino que, aunque incierto, no podría ser cambiado por ninguna de las decisiones que tomaran. Pero, al mismo tiempo, una corriente de temor la invadió.

—¿Y si todo esto es un error, Rael? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Y si el precio que pagamos es demasiado alto? No solo para nosotros, sino para nuestros pueblos, para nuestras familias... No puedo dejar de pensar en las consecuencias.

Rael tomó un paso más, esta vez poniendo su mano sobre la de ella. Saira tembló al contacto, pero no retiró su mano. No sabía cómo explicarlo, pero en ese momento entendió lo que él quería decir sin necesidad de palabras.

—Lo sé, Saira. Sé que las dudas son legítimas. Pero lo que tenemos aquí es más que un simple matrimonio o una unión política. Es la posibilidad de cambiar la historia de nuestros reinos. No tengo todas las respuestas, pero lo que sí sé es que no quiero perder lo que tengo contigo. No quiero pasar mis días solo, luchando por algo que podría perder, mientras tú te alejas de mí.

Saira cerró los ojos por un momento, absorbiendo sus palabras, mientras una corriente cálida recorría su cuerpo. Rael estaba en lo cierto: su vínculo era más que una estrategia de guerra. Era más que cualquier juego de poder. El amor que sentía por él la había transformado de una princesa atrapada en su deber a una mujer decidida a forjar su propio destino, aunque el camino fuera incierto y peligroso.

Cuando abrió los ojos nuevamente, la decisión ya estaba tomada. No era un sí inmediato ni un no absoluto, pero una resolución interna, como si todo lo que había vivido hasta ahora se hubiera alineado con una verdad irrefutable.

—Entonces hagámoslo —dijo Saira, su voz firme pero suave—. Unamos nuestros reinos, Rael. Pero no solo por nuestros pueblos, sino por nosotros. Por lo que somos juntos. No será fácil, lo sé. Pero si me dejas, estaré a tu lado en esto.

Rael la miró profundamente, un destello de gratitud y alivio cruzando su rostro. Dio un paso hacia ella y la abrazó con una fuerza que dejó claro que, en ese momento, no había nada más importante que ella y lo que juntos iban a construir.

—Te prometo que no te arrepentirás, Saira. Juntos haremos de esto algo más grande que todo lo que hemos vivido hasta ahora.

En ese abrazo, Saira sintió la conexión profunda con Rael, como si no solo sus corazones se unieran, sino que los destinos de ambos, sus reinos, y el futuro de todos los que dependían de ellos, quedaran entrelazados en un solo lazo indestructible.




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