El día estaba por comenzar, pero para Saira y Rael, el amanecer significaba mucho más que el inicio de una jornada más. Era un símbolo de su futuro, de un reino que comenzaba a renovarse bajo la promesa de unidad y paz. La noticia de su matrimonio había recorrido las tierras, y con ella, un nuevo aire de esperanza y transformación. Sin embargo, mientras el mundo fuera de sus paredes celebraba, dentro de esas mismas murallas comenzaban a gestarse las decisiones que marcarían el futuro de sus pueblos.
El consejo de Eldoria había sido convocado con urgencia. Los padres de Saira, el rey Ivor y la reina Elira, se habían reunido con ella y Rael en la sala del trono de su reino natal. Un reino que ahora parecía estar al borde de un cambio monumental. Después de todo lo que había sucedido, las heridas abiertas por años de guerra y conflictos no se curaban con un simple matrimonio. La paz requeriría mucho más, y esa tarde, en la sala del consejo, los dos monarcas se enfrentarían a la decisión más importante de sus vidas.
—Saira, hija mía —dijo la reina Elira, su voz cargada de una mezcla de orgullo y ansiedad—, después de todo lo que ha pasado, y tras la decisión de unirte a Rael, sentimos que ha llegado el momento de entregarte el trono. Tú has demostrado ser una líder fuerte, una mujer que ha sabido sobreponerse a las adversidades. Es hora de que asumas tu destino como reina.
Saira se quedó en silencio por un momento. Sus ojos recorrieron la sala, observando a los nobles y consejeros reunidos, muchos de los cuales la miraban con expectación. Podía sentir la pesada responsabilidad sobre sus hombros, pero también la fuerza de Rael a su lado, como un pilar de apoyo. Con una mirada firme, Saira se levantó de su asiento, su rostro serio pero lleno de resolución.
—Gracias, madre, padre —dijo, sus palabras resonando en la sala con un tono de determinación—. Acepto el trono, pero no como lo esperaba hace unos meses. No seré una reina sola. El reino no será mío, será de ambos. De todos nosotros. Mi decisión no es solo mía, sino de los pueblos de Eldoria y Dravenholt. Juntos, podemos construir un reino donde la guerra no sea el lenguaje común, donde la paz y la prosperidad no sean sueños lejanos, sino una realidad para todos.
Rael se levantó junto a ella, y sus manos se entrelazaron sin vacilar. Su presencia en la sala era tan imponente como la de Saira, aunque con una humildad que solo la verdadera nobleza puede transmitir. Miró a los padres de Saira con respeto y luego se dirigió a los presentes, con la voz profunda y sincera que lo había caracterizado durante toda su vida.
—Al unirme con Saira, no solo he ganado a la mujer que amo, sino una compañera para el reino —dijo Rael, su mirada fija y serena. Sus ojos se encontraron con los de Saira, y en ellos se reflejaba el futuro que ambos soñaban—. Mi lealtad no está solo con Saira, sino con todos ustedes, los pueblos de estos reinos. La unión de Eldoria y Dravenholt no es solo política. Es el comienzo de una nueva era. Hemos luchado demasiado tiempo por lo que nos separa, pero ahora es el momento de luchar por lo que nos une.
Las palabras de Rael resonaron en la sala, y un silencio pesado lo siguió. Pero al final, uno por uno, los nobles y consejeros asentaron con la cabeza, aceptando lo que ambos habían propuesto. El reino estaba listo para cambiar, y ellos serían los que marcarían el rumbo.
Esa misma tarde, en la plaza central de Eldoria, un solemne acto de proclamación tuvo lugar. Saira fue coronada como reina, pero su corona no era solo un símbolo de su linaje, sino de su dedicación a la paz y la unidad. A su lado, Rael la miraba con orgullo, y sus palabras al pueblo de Eldoria fueron claras y firmes:
—Hoy comienza una nueva era, no solo para Eldoria y Dravenholt, sino para todos los reinos que nos rodean. Unidos por amor, por la necesidad de un cambio, haremos de nuestros pueblos el ejemplo de lo que significa la paz. No más luchas, no más dolor. Nuestra guerra ha terminado. El futuro está ante nosotros.
El pueblo, que había estado dividido durante tanto tiempo, rompió en vítores y aplausos. La gente, cansada de las guerras interminables, veía por fin una esperanza real en la figura de sus nuevos monarcas. Saira y Rael no solo eran reyes; eran la promesa de un mañana mejor.
El banquete real que siguió fue una celebración que unió a nobles, consejeros, soldados y plebeyos en una sola voz de júbilo. Los platos rebosaban de manjares, los vinos corrían en copas de oro, y las danzas llenaban la sala. Durante ese festín, Saira y Rael compartieron una mirada silenciosa, sabiendo que el trabajo no había hecho más que comenzar. La tarea de mantener la paz y asegurar la prosperidad de sus reinos sería ardua, pero estaban dispuestos a afrontarla juntos.
La celebración fue completamente hermosa y a lo lejos los padres de Saira podían ver a su hija feliz junto con un hombre que siempre soñaron para ella. No era perfecto pero la amaba y con eso era suficiente para saber que está en buenas manos. Veían como ambos bailaban juntos sin importar que el resto los miraran con envidia o con amor. Eran ellos juntos porfin y eso era suficiente.
Días después, Rael y Saira se retiraron a una de las terrazas del palacio, mirando las vastas tierras que ahora gobernaban juntos. El viento soplaba suavemente, como una caricia en sus rostros.
—Lo hemos logrado, Saira —dijo Rael, con una sonrisa suave. Tomó su mano, entrelazándola con la suya—. Lo hemos logrado porque hemos decidido caminar juntos.
Saira miró hacia el horizonte, sus ojos reflejando no solo la belleza del paisaje, sino el futuro brillante que ambos habían comenzado a construir. A lo lejos, los campos de Eldoria y Dravenholt se extendían, verdes y prósperos, simbolizando la nueva era que habían forjado.
—Sí, lo hemos logrado. Y lo que hemos comenzado aquí, Rael, será más grande de lo que imaginamos. No solo hemos unido nuestros corazones, sino a nuestros pueblos. No hay más guerra, no hay más división. Solo hay paz y esperanza.