Reinos Ocultos

Bienvenidos a Neoma

Neoma era un pueblo ridículamente supersticioso; con apenas tres mil habitantes; casas pintadas del mismo color. Los bosques que lo rodeaban eran enormes y oscuros, daban un miedo absurdo, al igual que sus historias. La mayoría de la gente era vieja y olorosa, algo que no mejoraba el panorama. Cada rincón parecía diseñado para poner a prueba mi paciencia, sobre todo los citadinos que llegaban buscando una “vida tranquila”, evitando que este lugar olvidado por Dios terminara de irse al carajo. Y, curiosamente, ellos daban más miedo que mis propios vecinos.

Ese lugar era un imán para religiosos raros, programas paranormales, youtubers idiotas que buscaban historias de terror y periodistas que creían que las desapariciones de adolescentes tenían algún misterio profundo.

Casi siempre pasaba lo mismo: una chica que "se escapaba con su novio" y desaparecía. Para los adultos, eso era el fin de la historia. Pero los que todavía íbamos a la escuela nos enterábamos más rápido que nadie sobre qué pasaba con ellos: esos chicos terminaban en pueblos cercanos o en la ciudad. Se les notaba en las redes sociales y, tarde o temprano, alguien los encontraba en el grupo de WhatsApp. Era un pueblo pequeño; la mayoría de los que se largaban no podían evitar presumir sus vidas afuera.

—La maldita de Sandra está en la playa —gruñó Mari, mi mejor amiga, mientras revisaba su teléfono.

—Eso te pasa por contarle tus metas a tu némesis—Respondí, reprimiendo una carcajada mientras veía como Mari fruncía el ceño.

—¡Maldita desgraciada! —se quejó, indignada.

Mari era ruidosa, intensa, pero encantadora. Mi madre insistía en que era una mala influencia, pero ella había estado conmigo más que nadie. Incluso más que mi mamá.

Mi mejor amiga estuvo conmigo durante los extraños experimentos de botánica de mi madre, los cuales consistían en criar hongos de mierda alrededor de la casa. Eran asquerosos, pero parecían ser lo único que le daba algo de paz luego de que murió mi padre. Sin embargo, cuando terminó su fase botánica comenzó con la brujería y el espiritismo. Ahora vivíamos aisladas, y mamá apenas comía o dormía.

Esa situación me estaba desgastando. Lucinda, mi madre, parecía estar cada vez más desconectada de la realidad y ya no sabía cómo mantenerla conmigo. Temía que los servicios sociales nos separaran, no podía dejarla sola. Era una mala madre, pero seguía siendo mi mamá, aunque a veces no lo pareciera. Además, le prometí a papá que la cuidaría.

Miré el cielo nocturno y suspiré. Papá era un buen hombre con muy mala suerte. Vivir en este lugar trastornaba a las personas. Era inevitable que muchos jóvenes quisieran irse al cumplir la mayoría de edad. Aquí, desde muy pequeños, aprendíamos a memorizar qué plantas eran venenosas y a cuidar de los más pequeños. La flora venenosa crece en el patio de juegos de cada casa. Como una advertencia constante de que este lugar era normal.

Gran parte del turismo se debía a sus bosques, que tenían el paisaje de un verde vibrante. Algo que a los citadinos les encantaba, pero a quienes vivíamos de aquí nos estaba llevando a la locura.

—No puedo evitar sentir que te molesta… No, estoy segura de que te molesta más que esté con Luca a que haya salido de este pueblo de porquería—comenté, intentado no reírme.

—¡Es que cómo la elige a ella! —se quejó Mari haciendo puchero.

—Quizá porque tiene algo de bruja. Nadie sale de este lugar sin un poco de magia— le respondí con fingida seriedad, abriendo los ojos para asustarla.

Mi actuación surtió efecto; Mari palideció, y yo no pude evitar soltar una carcajada. Ella también terminó riéndose, aunque ofendida.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo, por décima vez en la noche, respiré profundo varias veces antes de tomar la llamada.

—¡¿Dónde mierda estás?! —gritó mi madre al otro lado de la línea.

—No es luna llena, mamá —la corté, suspirando.

—¡Eso no importa y lo sabes, Samantha!

—No ha oscurecido del todo —le respondí con paciencia. Miré mi reloj para asegurarme. Apenas eran las nueve y media. Tenía que ser cuidadosa con el tiempo que pasaba fuera, especialmente antes de las once con once.

Mi madre tenía una obsesión extraña con esa hora. Por supuesto, eso no me salvaría de la reprimenda, pero al menos tendría tiempo para llegar a casa.

—Ya estoy yendo, mamá.

—Dime que no estás cerca del bosque.

—No estoy cerca del bosque, mamá. Te quiero, te veo al rato —mentí antes de colgar.

Mari me miró divertida.

—“Te quiero, mami, te veo al rato” ¡Qué ternura! —me dijo, lanzándome besos de forma exagerada.

—Adiós, Mari —dije mientras me levantaba.

Las calles estaban casi desiertas. Neoma no era el tipo de lugar donde la gente salía a disfrutar la noche, aunque había bares y restaurantes abiertos. Los residentes sabían que no era prudente andar por ahí. Alguna vez llegué a escuchar que él también lo ordenaba.

El alcalde del pueblo, Rafael Williams, era un hombre extraño y excéntrico. No le gustaban las reuniones de consejo ni las quejas por la invasión de citadinos. Solía decir que los turistas eran buenos para el pueblo y siempre minimizaba las desapariciones. Pero los rumores decían que sabía más de lo que admitía.

«Él lo sabe todo», susurró una voz en mi cabeza tan clara y dramática como siempre.

Es probable, Careo —respondo en voz alta en tanto que voy caminando. —Parece la única explicación clara de porque está reaccionando con tanto cuidado el alcalde.

Careo, un ser incorpóreo ligado a mi magia, había aparecido en mi vida cuando tenía doce años. Su voz en mi cabeza era un recordatorio constante de que no estaba sola, aunque a veces deseaba estarlo

«No confío en él» continuó Careo, refiriéndose al alcalde.

—Solo intenta hacer su trabajo —dije, aunque ni yo misma lo creía.

«Es un cobarde, lo cual me sorprende bastante considerando su sangre»




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