Eryndra no pudo dejar de pensar en Kael desde su último encuentro en el borde del bosque. La niebla, los árboles, y sobre todo, sus palabras, se habían grabado en su mente con una claridad casi dolorosa. "No te mataría. No aún", le había dicho, y ese "aún" había quedado flotando en el aire, lleno de promesas ominosas y de una verdad que no quería aceptar. ¿Por qué, entonces, no la atacaba? ¿Por qué, siendo su enemigo, parecía contenerse?
El día siguiente a su encuentro, Eryndra se despertó con una sensación incómoda en su pecho. La niebla que siempre rodeaba el castillo de Noctharis parecía más densa que nunca, como si se hubiera infiltrado también en sus pensamientos. La princesa sabía que, en su reino, la información era poder, y en este momento, lo que más necesitaba era saber más sobre Kael. Si iba a mantener la guerra con el reino de Velmora, no podía permitirse desconocer a sus enemigos, especialmente a uno tan... extraño.
Decidió ir al salón de los archivos, un lugar oscuro y lleno de papeles antiguos y pergaminos sellados que la mayoría de las veces eran olvidados por el paso del tiempo. Nadie osaba entrar allí, ni siquiera los consejeros, pues había algo en ese espacio que siempre había estado envuelto en misterio. Pero hoy, la princesa no temía nada. Necesitaba respuestas.
Entre las estanterías cubiertas de polvo y pergaminos amarillentos, encontró lo que buscaba: un viejo libro de genealogías y linajes. Lo abrió con dedos impacientes, pasando las páginas llenas de antiguos registros y nombres. Mientras recorría las líneas escritas con tinta desvanecida, su mirada se detuvo en una sección que mencionaba a los reyes de Velmora.
"Alistair, el Destrozador de Reinos", decía el texto, haciendo que la mandíbula de Eryndra se tensara. Sabía bien quién era él. Su padre había hablado de él en incontables ocasiones: un hombre despiadado, decidido a destruir Noctharis y a borrar su linaje de la faz del mundo. Pero fue el siguiente nombre el que la hizo detenerse completamente.
"Kael, el hijo de Alistair, heredero del reino de Velmora".
El corazón de Eryndra dio un vuelco, y una sensación extraña la invadió. Kael, el hombre con quien había tenido ese extraño encuentro en la niebla, no solo era el hijo del rey que tanto odiaba, sino que era también un guerrero entrenado desde su infancia para destruir a su familia y su reino. Era la semilla del enemigo que, inevitablemente, tendría que destruir.
Pero algo más llamó su atención mientras continuaba leyendo. En los registros antiguos, el linaje de Alistair no era el único en destacarse. El libro hablaba de una antigua maldición sobre los descendientes de su familia, un poder oscuro que se había transmitido de generación en generación. El hijo de Alistair, Kael, también heredaría este poder, algo desconocido para muchos, pero que lo convertía en una figura peligrosa para Noctharis. Esta fuerza misteriosa era capaz de desterrar a las sombras, manipular la oscuridad y crear tormentas tan poderosas como las que Eryndra misma dominaba.
“Entonces, no solo es un hombre. Es un arma”, pensó Eryndra, el peso de esa revelación apoderándose de su mente. Kael no solo era un simple príncipe. Él también era la amenaza encarnada, tan poderosa y destructiva como ella misma.
Eryndra cerró el libro con un golpe seco. La intriga por Kael crecía dentro de ella, tanto como el temor. Sabía que se acercaba una confrontación, y que si no actuaba con astucia, podría perder más que una guerra: podría perder su vida. Su corazón latía con fuerza, impulsado por una necesidad de conocerlo mejor, de entender a su enemigo, a pesar de saber que, en última instancia, la batalla entre ellos sería inevitable.
Esa tarde, cuando la niebla se espesaba y caía la penumbra sobre el castillo, Eryndra decidió salir. Sabía que, aunque sus pensamientos la consumían, necesitaba confrontar lo que había aprendido. No podía mantenerse en las sombras, temerosa de un hombre cuyo destino estaba entrelazado con el suyo. Si Kael había sido enviado por su padre para destruirla, entonces ella debía entender su mente, sus deseos, su verdadera naturaleza. La guerra se libraba en más frentes de los que imaginaba.
Y así, en la oscuridad de la noche, Eryndra cabalgó hacia el lugar donde todo había comenzado: la llanura cubierta de niebla, un terreno que parecía ocultar secretos oscuros. Sus ojos buscaban entre la bruma, su mente trabajando con rapidez mientras Umbra avanzaba a su lado, alerta.
No pasaron muchos minutos antes de que lo viera: Kael, parado en el mismo lugar en que se habían encontrado la última vez, como si esperara su llegada. Su figura se recortaba contra la niebla, alto, desafiante, y tan imponente como el mismo reino que representaba.
Eryndra se detuvo, con los ojos fijos en él. Sabía que lo que había entre ellos era algo más que una simple enemistad. Había algo visceral, una atracción peligrosa, y, al mismo tiempo, una necesidad de destrucción mutua que los mantenía a raya.
—Has venido, princesa —dijo Kael, su voz profunda y llena de ese mismo tono desafiante que ella había aprendido a temer.
—Vine a ver si tus palabras eran ciertas —respondió Eryndra, con una sonrisa fría—. Dices que no me matarías. ¿Eso sigue siendo cierto?
Kael la miró fijamente, pero no respondió de inmediato. Algo en su mirada indicaba que estaba considerando sus opciones, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto de Eryndra.
—Todavía no —dijo finalmente, pero esta vez, su tono no era tan seguro. Había un trasfondo de duda en sus palabras, algo que lo hacía parecer menos confiado que la última vez. Como si algo en su interior estuviera luchando.
Eryndra lo observó, sintiendo cómo su propia tensión aumentaba. Sus dedos se cerraron sobre las riendas de Umbra, la electricidad chisporroteando en su piel, ansiosa por liberarse.
—¿Por qué no? —preguntó ella, su voz más baja ahora, más cargada de incertidumbre. Aunque no lo admitiera, algo en su pecho latía más rápido cada vez que sus ojos se cruzaban. ¿Por qué no podía simplemente verlo como un enemigo? ¿Por qué, en lugar de eso, sentía que había algo más detrás de sus ojos oscuros? Algo que no podía entender.