Relámpagos en la niebla

Capítulo 5: La Promesa de la Tormenta

Eryndra se encontraba en la sala del trono, su mirada perdida en la ventana que daba a la vasta extensión de tierras de Noctharis. La niebla siempre lo cubría todo, incluso sus pensamientos. Los días se deslizaban entre los muros de su castillo, con las horas marcadas por los gritos de los cuervos y el eco de las espadas que chocaban en la lejanía. No había paz, solo guerra y las sombras de lo que vendría. Pero algo en su interior había cambiado desde su encuentro con Kael. Algo que no podía controlar. Y lo peor de todo, algo que no quería controlar.

En sus noches más solitarias, cuando las estrellas brillaban con fuerza sobre el firmamento oscuro, Eryndra cerraba los ojos y veía su rostro. Kael. Siempre estaba allí, entre las sombras, sus ojos penetrantes observándola, desafiándola, invitándola a una batalla que no había comenzado, pero que ya había sido perdida. Sabía que era un enemigo. Sabía que su destino estaba marcado por la guerra, pero a pesar de todo eso, no podía dejar de pensar en él.

Se encontraba atrapada entre dos mundos: el que le había sido impuesto, el de la princesa heredera, la guerrera de Noctharis; y el otro, el que nacía en la quietud de la noche, en las conversaciones robadas y las miradas furtivas. En un rincón de su alma, algo había florecido. Un sentimiento inconfesable que la aterraba y la fascinaba. ¿Qué era eso que sentía por él? ¿Era solo una ilusión nacida del caos que los rodeaba, o algo más profundo, más real, algo que no podía ignorar?

No podía seguir engañándose.

Una tarde, mientras paseaba por los jardines del castillo, el viento acarició su rostro y las nubes se amontonaron sobre ella, anunciando otra tormenta. Era casi como si el cielo reflejara su tormento interno. Un rayo brilló en el horizonte y, sin pensarlo, sus dedos comenzaron a chisporrotear. El poder eléctrico que siempre había dominado la recorrió, pero esta vez no era una chispa de furia. Era un resplandor de confusión.

Su madre, la Reina Ilana, apareció de la nada, caminando hacia ella con su paso firme y su mirada profunda. La Reina era una mujer de mirada penetrante, que siempre parecía ver más allá de lo evidente. Nadie podía mentirle. Nadie podía ocultarle nada. Y Eryndra lo sabía.

"Estás distraída, hija", dijo la Reina Ilana, su voz grave, como un susurro de viento en la tormenta. "He notado que te comportas de manera extraña en los últimos días. ¿Qué sucede?"

Eryndra la miró fijamente, tratando de mantener su compostura, pero una punzada de incomodidad la atravesó. ¿Qué podía decirle? ¿Que estaba enamorándose en secreto de su enemigo? No podía. No podía traicionar su deber.

"Solo estoy cansada, madre", respondió Eryndra, un tanto más fría de lo que pretendía. "La guerra pesa sobre mis hombros."

La Reina Ilana la observó en silencio, como si estuviera analizando cada palabra, cada gesto. Luego, se acercó lentamente y posó su mano sobre el hombro de su hija.

"Recuerda quién eres, Eryndra. Eres la heredera de Noctharis, la hija del trueno. La tormenta no es tu enemiga, sino tu aliada. No dejes que tus sentimientos te debiliten. La gente espera mucho de ti, y yo también lo hago."

Las palabras de su madre calaron hondo en su corazón, pero también la hirieron. Eryndra sabía que debía ser fuerte, que su deber como princesa la definía, pero la presencia de Kael, la posibilidad de lo que podría ser entre ellos, la hacían dudar. ¿Podría seguir adelante con su destino sin traicionar sus propios sentimientos? ¿Era eso posible?

"Lo sé, madre", respondió, controlando la ira y el miedo que amenazaban con desbordarse. "No dejaré que mis emociones me controlen."

Pero la Reina no estaba convencida. Sabía que algo estaba ocurriendo en la mente de su hija, algo que no podía ser ignorado.

Eryndra había intentado evadirlo, pero no pudo. Durante las semanas siguientes, los pensamientos de Kael se apoderaron de ella con más intensidad. Su rostro apareció en sus sueños, en cada rincón de su mente, como una presencia constante. Era imposible escapar. A pesar de la guerra, a pesar de lo que significaba, algo dentro de ella la empujaba hacia él.

Una noche, mientras caminaba por los pasillos del castillo, Eryndra fue sorprendida por la figura que se materializó de entre las sombras. Era Kael.

No era la primera vez que se encontraban, pero algo en su postura, algo en su mirada, hacía que este encuentro fuera diferente.

"Pensé que te habías olvidado de mí, princesa", dijo Kael, su voz baja, como un susurro en la penumbra.

Eryndra lo miró, sin poder evitar que su corazón latiera con fuerza. "No soy tan fácil de olvidar."

Kael sonrió, un gesto pequeño pero significativo. En su rostro no había malicia, solo una extraña calma que parecía desafiar la tensión que siempre había existido entre ellos.

"No quiero que nos sigamos peleando, princesa", dijo Kael, dando un paso hacia ella. "Pero sabes que esto no puede continuar. Sabes lo que está en juego."

Eryndra no respondió de inmediato. La distancia entre ellos era pequeña, pero el abismo entre sus mundos era mucho más grande. Y, sin embargo, algo la impulsaba a acercarse más, a sentir esa atracción que no podía explicar. En su interior, el poder eléctrico chisporroteaba, como si respondiera a la intensidad de la situación.

"Lo sé", respondió finalmente Eryndra, su voz más suave de lo que había pretendido. "Lo sé muy bien."

Un silencio pesado llenó el aire entre ellos. Por un momento, ninguno de los dos se atrevió a romperlo. Y, sin embargo, Eryndra sintió que algo había cambiado. Kael ya no era solo el enemigo, el hijo del rey que había jurado destruir su reino. Era algo más, algo que ella no podía controlar.

Kael la miró, y en sus ojos, Eryndra vio algo que nunca había esperado ver: duda. Duda de sí mismo, duda de su misión, duda de todo lo que había sido enseñado a creer. La guerra no era tan simple como pensaba, y lo sabía. Él también lo sabía.




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