Relámpagos en la niebla

Capítulo 11: El Secreto Descubierto

La mañana que siguió al baile fue más sombría de lo que Eryndra habría querido. Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de los grandes ventanales del castillo, bañando la sala principal en una luz tenue y fría. El aroma a tierra mojada llegaba desde las afueras, como una señal de que la tormenta que había acompañado a su baile había dejado su huella. Pero dentro del castillo, el aire estaba cargado de una tensión aún más palpable.

Eryndra estaba de pie frente al espejo, ajustando su vestido oscuro, los cabellos enmarañados en ondas que caían con gracia sobre su espalda. Sin embargo, no podía evitar sentir que algo se cernía sobre ella. La sensación de inquietud la había perseguido desde la mañana, cuando una de sus criadas había llegado con noticias preocupantes.

Alguien había visto a Eryndra y Kael, aunque no habían reconocido completamente sus rostros, las figuras enmascaradas del baile habían despertado suspicacias, especialmente porque ninguno de los dos debía ser visto en tales circunstancias. Y la noticia de ese encuentro, como era de esperar, había llegado rápido a los oídos equivocados.

En ese preciso momento, las puertas del salón se abrieron de golpe, y la figura de su madre, la Reina , apareció en el umbral. Su rostro, normalmente sereno y lleno de sabiduría, estaba arrugado por la preocupación, los ojos brillando con una mezcla de rabia y desesperación.

"Eryndra", dijo con voz grave, como si la misma tierra temblara bajo sus palabras, "tenemos que hablar."

Eryndra se giró, un leve temblor recorriéndole la columna vertebral. La tensión que había estado evitando por tanto tiempo había llegado a su puerta. Su madre la observaba fijamente, su mirada intensa y penetrante.

"Lo sé", respondió Eryndra, sabiendo exactamente de qué venía. "¿De qué se trata?"

Su madre caminó hacia ella, sus pasos medidos y tranquilos, pero sus ojos no mentían: una tormenta se estaba desatando en su interior. "Tu secreto ha sido descubierto, hija. Se ha rumoreado sobre tu relación con Kael. Ya sabes lo que eso significa."

Eryndra se tensó, sintiendo cómo el peso de la situación se hacía más pesado en su pecho. No quería oír lo que su madre estaba a punto de decir. No lo podía permitir.

"¿Y qué quieres que haga?", replicó Eryndra, la voz firme, pero con un toque de desespero. "¿Renunciar a lo que siento? No puedo. No lo haré."

La reina la miró fijamente con expresión dura. "Este amor es una locura, Eryndra. No puedes permitirte ser vulnerable con él. Kael... Kael no es de los nuestros. Es el hijo del Rey Alistair, nuestro enemigo. Has visto lo que su padre nos ha hecho. ¿Cómo puedes confiar en él después de todo esto?"

El corazón de Eryndra dio un vuelco. La respuesta de su madre la alcanzó como una daga fría. "¡No! ¡No puedes decir eso! Kael es diferente. No es su padre. Tú no sabes lo que hemos compartido, lo que hemos vivido. No puedes juzgarlo por lo que su padre ha hecho."

La Reina se acercó aún más, su tono más bajo, pero no menos firme. "Lo que Kael ha hecho es irrelevante, Eryndra. Lo que importa es lo que sus lealtades representan. Tú, como heredera de Noctharis, tienes una responsabilidad. La guerra no es algo que se pueda dejar de lado por un capricho. Tú, más que nadie, deberías saberlo."

Eryndra apretó los puños, su ira creciendo con cada palabra de su madre. "¡No es un capricho! No es algo que pueda controlar. Lo que siento por él es real. ¿Qué quieres que haga, madre? ¿Destruir todo lo que soy solo para cumplir con las expectativas de un reino en guerra?"

"Eso no es lo que te pido", replicó, su tono volviéndose más suave, pero sin perder su autoridad. "Te pido que seas sensata. La guerra es una amenaza constante. Y Kael, por mucho que te lo parezca, es solo una cara más del enemigo. El hijo de Alistair... él no te ama. Solo te está usando. No puedes permitirte ser tan ingenua."

Eryndra sintió una ola de emociones encontradas. El amor por Kael, el miedo de perderlo, la rabia por la duda que su madre había sembrado en su corazón. Pero lo que más le dolía era la incomodidad de verse atrapada entre dos mundos: su amor por Kael y su deber como princesa.

"¡No lo entiendes!" gritó, dando un paso atrás, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. "Kael no me está usando. Si no crees en mí, entonces no me entiendes a mí tampoco."

La Reina no respondió de inmediato. En lugar de eso, la miró fijamente con una mezcla de preocupación y dolor. Sabía que Eryndra estaba perdida en sus propios sentimientos, que no veía más allá del amor que la envolvía. Pero el amor, como siempre le había enseñado a su hija, no era suficiente cuando el reino estaba en juego.

"Te equivocas, Eryndra", dijo finalmente, con voz baja pero llena de peso. "El amor no basta cuando se juega con la vida de todos los que te rodean. Tienes que ver más allá de tus deseos personales."

Eryndra sintió el ardor de la tristeza en su pecho, pero se negó a ceder. "¿Qué quieres que haga entonces?", preguntó, su voz temblando por la furia y el dolor. "¿Que deje que la guerra decida por mí? ¿Que abandone todo lo que siento por Kael solo porque él es el hijo de Alistair? No, madre, no lo haré. Ya basta de mirar tanto por los demás dejándome a mi de lado. Lucharé por Kael y por mi pueblo, como una buena princesa haría, luchar por lo que quiere"

La reina permaneció en silencio por un largo momento, observando a su hija. Luego, en un tono más suave, pero aún con una advertencia implícita, dijo: "Te estoy advirtiendo, Eryndra. No confíes ciegamente en él. Si lo haces, la única que sufrirá serás tú. Y todos los demás en Noctharis."

Eryndra, incapaz de soportar más, se volvió hacia la ventana, mirando el horizonte cubierto de niebla, donde su mente viajaba directamente a Kael. Pensó en la calidez de sus brazos, en las promesas no dichas, en todo lo que había compartido con él en secreto.

"Te amo, Kael", susurró, tan solo para sí misma. "Y no voy a dejar que nadie me diga lo contrario."




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