La sala del trono en el castillo de Velmora era tan fría como el corazón de su rey. El aire estaba denso con la presión de los secretos que flotaban en el ambiente. Kael se encontraba de pie frente a su padre, el Rey Alistair, su espada de guerra descansando a su lado. A pesar de que la figura de su padre se erguía con una autoridad inquebrantable, Kael no podía evitar sentir una pesadez en su pecho. Sabía que lo que estaba por venir cambiaría el rumbo de su vida.
El Rey Alistair, alto y severo, observaba a su hijo con ojos oscuros llenos de una furia contenida. Aunque su rostro estaba implacable, había algo en la atmósfera que le decía a Kael que esta conversación no sería como las demás. Su padre lo había citado a su presencia sin previo aviso, y Kael había llegado sin saber qué esperar. No podía evitar pensar que algo mucho más grande que un simple consejo de guerra estaba en juego.
"Kael", comenzó Alistair, su voz profunda y cargada de autoridad, "sé que has estado distanciado últimamente. No has estado en el campo de batalla como esperábamos. En lugar de estar luchando por nuestra causa, te has enfocado en... cosas que no tienen cabida en un reino en guerra."
Kael tragó saliva, sabiendo a dónde quería llegar su padre. Sabía que el amor que sentía por Eryndra había comenzado a poner en peligro no solo su deber hacia su reino, sino también su lealtad hacia su propio linaje. No podía seguir ocultando lo que sentía, pero también sabía que cualquier confesión sería fatal.
"No sé de qué hablas, padre", respondió Kael, intentando mantener la compostura. "Mi lealtad está con Velmora, siempre lo ha estado."
Alistair lo miró fijamente, sin perder detalle de cada palabra que salía de los labios de su hijo. Un destello de sospecha brilló en sus ojos. "No te engañes a ti mismo, Kael. Sé lo que está ocurriendo. He recibido informes sobre tu relación con Eryndra, la princesa de Noctharis."
El nombre de Eryndra provocó un golpe en el pecho de Kael, como si algo en su interior se hubiese roto. Durante semanas había luchado con sus sentimientos, con la decisión de no poner en peligro a la mujer que amaba ni a su reino. Sin embargo, su padre había descubierto su secreto, y con ello se desmoronaba todo lo que Kael había intentado proteger.
"Es solo... un malentendido, padre", dijo, forzando una sonrisa que no llegó a ser convincente. "Nada ha cambiado. Mi deber sigue siendo el mismo."
Alistair se levantó de su trono y dio un paso hacia él, acercándose peligrosamente. "¿Un malentendido? ¿De verdad crees que soy tan ciego? ¿Que no puedo ver lo que ocurre entre tú y esa mujer?" La furia en su voz se hizo más evidente. "Eres un hombre de guerra, Kael, no un niño. La guerra no permite debilidades. Y el amor... el amor es la mayor debilidad de todas."
Kael lo miró fijamente, el miedo y la rabia combatiendo dentro de él. Sabía que su padre nunca entendería lo que sentía. Para Alistair, todo lo que no estuviera relacionado con la conquista o el poder era una distracción innecesaria. Y ahora, por culpa de sus propios sentimientos, se encontraba atrapado en una encrucijada.
"Si lo que dices es cierto, entonces ¿qué debo hacer?", preguntó Kael, su voz más baja de lo que hubiera querido. "¿Qué opción tengo, padre? ¿Seguir luchando por una causa que no me pertenece, o seguir lo que mi corazón me dicta?"
Alistair lo observó durante unos segundos, como si estuviera evaluando su hijo. Finalmente, se cruzó de brazos y habló con una tranquilidad inquietante. "Tienes dos opciones, Kael. La primera es que sigas siendo leal a Velmora, a tu familia y a la guerra. Olvida a la princesa Eryndra. Arranca ese amor de tu corazón. No te engañes con promesas vacías. Si la guerra continúa, si Noctharis cae, todos esos sentimientos no importarán. La única lealtad que importa es la que tienes con nosotros."
Kael sintió como una espina se clavaba en su pecho. No podía hacerle eso a Eryndra. No podía olvidar lo que compartían, todo lo que habían vivido en secreto. El amor que sentía por ella lo había transformado de maneras que no podía entender, pero sabía que la guerra no era lo único por lo que valía la pena luchar.
"Y la segunda opción, padre", preguntó Kael, con la voz más dura, "¿cuál es?"
Alistair lo miró fijamente, con una expresión grave, casi implacable. "La segunda opción es la más difícil, pero quizás la más sencilla en cuanto a decisiones se refiere. Si eliges a Eryndra, si decides seguir el camino que te dicta el corazón, entonces serás un traidor. Y como traidor, perderás todo lo que has conocido. Perderás tu reino, perderás a tu gente... y perderás tu vida."
"Kael", comenzó, sin girarse hacia él, "hay algo que debes entender sobre el amor. Algo que nunca te conté, pero que es esencial para tu futuro. Algo que no debe escaparse de tu mente, por más que tus emociones quieran robarte el juicio."
Kael frunció el ceño, curioso pero también desconfiado. Su padre rara vez hablaba de tales temas. Sabía que el rey veía la guerra, la política y la lealtad como los pilares fundamentales de la vida, pero nunca el amor había sido parte de su mundo. No era algo que se permitiera en el reino de Velmora, mucho menos en el corazón de su padre.
"El amor", continuó Alistair, sus ojos fijos en el horizonte, "es una debilidad. El amor te distrae, te hace vulnerable. Lo he visto una y otra vez, Kael. Lo he vivido en mis propios huesos. Los hombres que se enamoran pierden el control, pierden la razón. Y cuando eso sucede, el enemigo siempre lo nota. Siempre explota esa vulnerabilidad."
Kael dio un paso hacia adelante, aunque su postura seguía firme. "No todos los que aman pierden la razón, padre. ¿No puede el amor ser una fuente de fuerza? ¿Una motivación para luchar por algo más grande que uno mismo?"
Alistair giró lentamente la cabeza, sus ojos oscuros fijos en los de su hijo. La mirada de Kael se encontró con la intensidad del rey, pero no pudo evitar sentir que algo oscuro se estaba desplegando en la expresión de su padre.