Relato: Cupido De Chocolate

Parte 2

Willy se encontraba consternado, no entendía qué era lo que estaba pasando, pero no podía resistirse a lo que aquella mujer le estaba haciendo sentir.

En el momento que la vio a las afueras de la escuela, con aquel precioso vestido primaveral blanco de flores azules que resaltaba cada deliciosa curva de su cuerpo, su cabello liso castaño danzando con el viento, y la desesperación en sus hermosos ojos color avellana, sintió como si lo hubiera partido un rayo.

Pero no de una manera dolorosa o destructora, todo lo contrario, fue como si ella hubiera estado destinada a atravesarlo por completo para luego unirlo con el calor de sus brazos alrededor de su cintura.

Danae olía a flores y a cielo, a promesas y esperanza. No podía creer que ella quisiera acompañarlo, que tuviera el mismo deseo que él de mantenerse juntos.

 No lograba sobreponerse de la sorpresa por todo lo que la desconocida le estaba haciendo sentir, sobre todo porque había renunciado a la posibilidad de volver a sentir algo como aquello por otra mujer.

No la conocía, no tenía idea si lo decepcionaría, pero todos sus instintos le decían que se aferrara a ella la mayor cantidad de tiempo posible.

Sus instintos se habían equivocado en el pasado, y enfrentaba con cinismo cualquier atracción hacia el sexo opuesto, pero había algo diferente en Danae, y la tristeza que intentaban ocultar sus ojos provocaba en él un deseo de consolarla y protegerla de cualquier mal.

No quiso sobre pensar las cosas y permitir que el pasado arruinara lo que podía ser una inolvidable velada, así que enterró sus prejuicios y malas experiencias y decidió disfrutar el momento.

Condujo más lento de lo acostumbrado para saborear el contacto de las manos de la desconocida sobre su torso, y para extender el tiempo que compartiría con ella.

Finalmente se detuvo frente a un edificio del centro de la ciudad, donde le hizo una señal a Danae para que lo siguiera. Un energía intensa los rodeó mientras estuvieron en el elevador, donde el silencio los acompañó porque no hacía falta palabras para que ambos supieran que estaban encantados por la compañía del otro.

—¿Te importa esperar aquí? —preguntó Willy indicándole una esquina donde podría ver el intercambio sin que la recibidora de los chocolates notara su presencia. Sería extraño que el paquete fuera entregado por dos personas.

Danae sintió como su corazón retumbaba dentro de su pecho por la expectativa, necesitaba confirmar que lo que había presenciado en el destino anterior no había sido producto de su imaginación y que Willy realmente tenía un poder mágico en su voz.

Willy fue recibido por una mujer de cincuenta años de facciones duras, pero no porque fuera algo natural en ella, sino porque evidentemente estaba pasado por un momento difícil.

—Señora Stefania, tengo un encargo de Bob Zinger.

La mujer no ocultó su sorpresa al recibir los bombones, evidentemente el regalo era inesperado.

Willy procedió a darle el mensaje del cliente, un antiguo amor que supo sobre su divorcio y esperaba que le permitiera verla de nuevo. Las palabras del repartidor se sintieron como poesía en sus labios, habló de segundas oportunidades y lo corta que era la vida para desaprovecharlas.

La mujer, con lágrimas contenidas dijo que ya estaba muy vieja para eso, pero Willy no se desanimó, le dijo que la felicidad no tenía fecha de caducidad, que nunca era tarde para buscarla y encontrarla, que los saltos de fe muchas veces eran recompensados y que confiara en los bonitos recuerdos que había vivido alguna vez con alguien que realmente la amó.

Una vez más, fue asombroso para Danae ser testigo del efecto que tenía Willy sobre las personas, ella misma había sido recipiente de la magia de su voz, y que más que sus palabras poderosas, su secreto era la forma cómo las pronunciaba.

La mujer le dio las gracias varias veces antes de que se marchara, y Danae aprovechó la privacidad del elevador para preguntarle:

—¿Cómo lo logras?

—¿A qué te refieres? —replicó divertido.

—Lograr cambiarle la vida a alguien con unos chocolates y unas palabras.

—Una intención honesta hace milagros, es fácil ser sincero cuando no hay una agenda oculta, realmente quiero hacer sentir mejor a las personas. Además, ¿a quién no le gusta el chocolate? —explicó Willy.

—No. Es más que eso. No sabría explicarlo —refutó ella.

—Años de práctica supongo —dijo encogiéndose de hombros.

—Es asombroso —balbuceó ella maravillada.

—Quizás, pero no por mis intenciones, ni mis palabras, sino por la capacidad del ser humano de sentir tan apasionadamente, son los recibientes los que permiten que nuestros encuentros se sientan asombrosos.

—Te restas demasiado crédito, nadie podría sentir apasionadamente si alguien no enciende la llama —refutó Danae.

—Como dije antes, los chocolates y las intenciones honestas hacen el trabajo.

Danae negó con la cabeza, Willy era demasiado humilde sobre sus habilidades, y ella no iba a forzarlo a darse cuenta de eso.




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