Relato: Cupido De Chocolate

Parte 4

—Háblame de Chocolates Margol, ¿qué te motivó a ser chocolatero? Es asombroso lo que has logrado —preguntó Danae asombrada por la facilidad con la que Milo manejaba los alimentos y el cuchillo, rebanando cebolla, ajo y tomate para preparar una sala boloñesa.

Su acompañante detuvo lo que estaba haciendo para mirarla a los ojos al contestar:

—No te traje aquí para impresionarte, solo quería compartir más tiempo contigo.

—Creo que ya es muy tarde para eso, me impresionaste desde la primera entrega a la prometida del militar. Pregunto porque quiero conocerte, si no te importa. Me pareces una persona interesante, aunque si no quieres hablar de eso…

—No me importa hablar sobre eso —replicó Milo reprochándose por haber sido tan cortante al hablarle, muchas mujeres habían sido deslumbradas al conocer su identidad y quería convencerse a sí mismo que ella era distinta.

No, no era eso, obviamente era distinta, la atracción y embelesamiento mutuo había comenzado cuando ella creía que era un simple repartidor, el punto estaba en que él era más que el dueño de una chocolatería famosa, amaba su profesión, pero no era lo único que lo definía.

—Entonces hablemos —dijo Danae acomodándose en su asiento para apoyar su rostro sobre sus manos, sus ojos brillaban por la posibilidad de saber más sobre él—. ¡Tengo tantas preguntas! Me carcome la curiosidad.

Milo soltó una carcajada, la animó a preguntar con un gesto de manos mientras seguía preparando la comida.

—No sé por dónde empezar… A ver… Ya te pregunté qué te animó a ser chocolatero, eso quiero saberlo primero, después, ¿cuál es tu inspiración para esas figuras tan sofisticadas de tus chocolates más finos? Otra cosa, sé que los chocolates son artesanales, ¿eso quiere decir que todos los haces tú? ¿En qué tiempo? ¿O entrenas a otros para que imiten tu arte a la perfección? ¿Qué te motivó a ser repartidor también? ¿Por qué te llaman Willy?

Milo no pudo evitar sino estallar en carcajadas ante la cantidad de preguntas que formuló Danae a una velocidad sorprendente.

—Lo siento —dijo ella tapando su rostro—. Me estoy comportando como una chiquilla impaciente. Nunca imaginé que conocería al dueño de Chocolates Margol. Eres una interrogante para millones de personas, y es un poco emocionante tener la oportunidad de obtener respuestas, no es que tenga pensando compartir lo que digas, por supuesto, no tengo intenciones de traicionar tu confianza, respetaré tu privacidad y protegeré tu identidad secreta, pero más que todo, mi curiosidad nace de haber compartido toda la tarde contigo y ser testigo del don que tienes con las personas, fue… es… quiero decir… necesito saber.

Milo no podía parar de reír, le parecía tan adorable. La Danae que conoció unas horas antes estaba triste y acongojada, esta versión vivaracha con ojos brillantes era más preciosa todavía.

—Ya. Me voy a callar, no tienes que responder nada —siguió hablando Danae entre risas—, parezco una fan enamorada deslumbrada por su crush famoso. Pido disculpas, hablemos de lo que tú quieras.

Milo sonrió sintiendo como su pecho se inflaba, por fin, después de tantos años, se encontraba frente a una mujer que quería conocerlo de verdad, sus motivaciones, las cosas que lo hacían quien era, no solo su fama y fortuna.

—Quiero saciar tu curiosidad, sobre todo porque quiero seguir viendo tu sonrisa.

—¡Ah! Si eso es todo lo que necesita para responder mis preguntas, sonrisas tendrá a la orden del día, señor Margol —bromeó con aire formal mostrando sus dientes al sonreír.

—¿Con cuál pregunta quieres que empiece? —replicó Milo equiparando la expresión de su acompañante.

—Por donde quieras, es indiferente mientras me lo cuentes todo.

Milo asintió e intercalando su mirada entre ella y la comida que cocinaba, le contó gran parte de su historia para saciar la sed de su acompañante por su pasado, no solo porque sentía que podía confiar en ella y contarle sus más íntimos secretos, sino también porque quería complacerla.

Su viaje comenzó desde pequeño, su infancia tuvo mucho que ver con sus decisiones futuras. Estaba consciente de que todas las familias eran disfuncionales, pero la suya podía llevarse un premio al respecto.

Ambos padres eran malhumorados e impacientes, discutían todo el tiempo, su padre era un mujeriego, y su madre alcohólica. Sus hermanos, suponía que, por el ambiente tóxico y la falta de cuidados y atención, no se quedaron atrás. Su hermano mayor era un estafador que siempre estaba buscando problemas, y su hermana menor una promiscua con tendencia a emparejarse con buenos para nada con tendencias a las drogas entre varios delitos.

Milo no tenía cabida en la familia, fue un niño tranquilo, sensible, y los constantes conflictos provocaron que se retrajera y le fuera mal en la escuela. Cuando tenía doce años descubrió que tenía un tío en Europa, y no descansó hasta convencer a su padre que lo enviara con él a pasar una temporada.

Su tío resultó ser un hombre estricto, desagradable, con el hábito de alzarle la mano si le provocaba usarlo como saco de boxeo, por lo que a los catorce años huyó, consiguió un trabajo como lavaplatos y luego a los dieciséis de mesero. Comenzó a recorrer el viejo continente cambiado de trabajos de acuerdo a las estaciones hasta que decidió que quería estudiar cocina. Convertirse en chef se convirtió en su sueño.




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