Relato: Cupido De Chocolate

Parte 5

Danae, después de un suspiro, se dispuso a contar un resumen de su vida.

Era la única hija de Damon Dillon y, a diferencia del círculo de amistades de su familia, resultaba algo peculiar. Sus tres hermanos encajaban a la perfección, pero ella nunca lo hizo. Desde pequeña, se sintió atraída por la lectura y pasaba largos ratos aislada en su habitación o en los jardines de la mansión, absorta en relatos de ficción. Era una romántica, y no tardó en darse cuenta de que las novelas de amor, tanto clásicas como contemporáneas, eran sus predilectas.

Viajó mucho, por supuesto, recorrió el mundo junto a sus padres, pero mientras a sus hermanos les gustaba ostentar el dinero entre actividades al aire libre y juergas, ella prefería los museos, las bibliotecas y, por supuesto, leer; lo cual frustraba mucho a sus padres. Era la niña consentida y les hubiera gustado exponerla más como un trofeo.

Danae hizo una larga pausa antes de continuar su historia, algo que despertó aún más la curiosidad de Milo por saber qué era lo que prefería ocultar.

Ella siguió hablando: cuando tenía dieciséis años, no quiso seguir aparentando que formaba parte de una rutina social que nunca le agradó, así que se aferró aún más a la lectura. Su padre la complació por un tiempo y le acondicionó una habitación con todas las comodidades para pasar horas entre sus libros. Fue su escondite favorito por un par de años, un lugar con paredes repletas de todos los escritos que quisiera tener y muebles cómodos para instalarse por largas horas.

Pero entonces su madre comenzó a impacientarse. En realidad, ambos querían más de ella, que se interesara más por los negocios de la familia y las conexiones y alianzas que podía formar con otras personas de su edad dentro de sus círculos.

Luego de varios intentos de hacer las cosas a su modo, Danae se negó a vivir la vida que ellos esperaban. Dijo que quería independencia de todo eso, amaba a los niños, así que estudió para ser maestra de preescolar. Su padre la apoyó, pagó sus estudios y le compró un pequeño apartamento sencillo tal y como ella lo quería.

La chica guardó silencio, se veía algo inquieta, sintió que había hablado de más, aunque en realidad no lo había hecho. Milo lo supo: a pesar de que contó algo, en realidad no había revelado nada, y eso lo frustró. Necesitaba saber el motivo de la tristeza en sus ojos más de lo que se había percatado hasta ese momento. Pensó en sus palabras antes de pronunciarlas; debía ir despacio.

—Eso de esperar que formara alianzas y conexiones sonó un poco arcaico —dijo finalmente en tono de broma.

—¿Verdad? —replicó ella con una sonrisa—. A veces escucho a mi papá y siento que vivo en la época de la regencia o algo así. Tiene una que otra idea o expectativa demasiado retrógrada para estos tiempos.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Milo, encantado de oírla hablar.

Danae se mordió los labios una vez más; no podía contar lo que tanto ocultaba. Aunque no debía permitir que aquella noticia cuando tenía dieciséis años definiera su vida, lo había hecho, y luchaba todos los días para aceptarlo y no dejarse afectar por ello.

—Respetaré tu silencio; si no quieres decirme nada más, podemos hablar de otra cosa. ¿Sabías que el microondas fue inventado gracias a una barra de chocolate? —preguntó Milo un tanto decepcionado.

Ella sonrió; lo que decía era interesante y curioso, pero no pudo evitar notar que sus reservas habían cambiado el ambiente. Había una nueva tensión que podía arruinar un día fantástico y excitante, así que reunió fuerzas para abrir una puerta a su alma que no estaba muy segura de permitirle cruzar.

—Algunas de las expectativas de mi papá están relacionadas con mi pasado amoroso. No me gusta mucho hablar de eso, pero si me cuentas más de ti, puede que me anime a contarlo —se atrevió a decir.

—Muy bien —accedió Milo con tranquilidad. Le gustaba cómo ella reaccionaba a él, cómo lo miraba con intensidad y absorbía cada una de sus palabras. Si hablar más de sus experiencias le daría la oportunidad de romper su cascarón, la aprovecharía—. Te contaré por qué no tengo pareja. Cuando regresé al país, conocí a Mónica mientras buscaba un donador para mi hermana; ella también tenía un hermano enfermo. La experiencia nos unió más que cualquier otra cosa lo hubiera hecho. Comenzamos una relación estable, nos amábamos de verdad, pero los problemas empezaron cuando teníamos cuatro años juntos. Ella quería casarse y formar una familia. Yo no tenía ningún problema con el matrimonio, pero me negaba rotundamente a tener hijos.

Danae ahogó un grito sintiendo un vacío en el estómago, pero se contuvo de dar cualquier señal de que su última declaración la había impactado debido a su propia situación. Por fortuna, pudo contener las lágrimas que se atrevieron a llenar sus ojos.

—Creo que hay muchos niños abandonados en el mundo —continuó hablando Milo—. Me parece injusto traer más cuando hay tantos necesitados. Traté de convencerla de que adoptáramos todos los que quisiera; estaba teniendo mucho éxito con los chocolates y podíamos darles el mundo si lo necesitaban. Pero ella no soportaba esa idea; quería hijos propios, y eso fue motivo de constantes peleas. Con el tiempo, comencé a reflexionar más sobre el asunto. Tardé dos años en cambiar de parecer, pero finalmente decidí que estaba dispuesto a darle lo que quisiera con tal de hacerla feliz. El día que llegué temprano del trabajo a la casa donde vivíamos para pedirle que se casara conmigo y tuviéramos hijos juntos, la encontré en la cama con su instructor de yoga.




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