Relato del Fuego y del Agua. Parte 1: Fuego

3. Sin lugar

—¿Quién puede decirme cómo se llama esta planta? —preguntó la joven institutriz señalando una imagen junto a la pizarra. Era de un árbol grande y frondoso con hojas multicolor.

Era una cálida mañana de inicio de verano. Afuera se escuchaban los tijeretazos y el amable canturreo de los jardineros en su labor diaria de cuidar las parcelas del castillo; adentro, el calor se condensaba en las ventanas y la falta de aire fresco dificultaba la lección que la institutriz traba de enseñar a sus quince estudiantes, entre los cuales se encontraba Daría.

Tras el paseo por la aldea con Derladia y su plática con Tobías, el mago había hablado con la institutriz de Daría para que tomara clase con los hijos de los otros nobles. Tobías estaba convencido de que, si pasaban más tiempo juntos, los chicos dejarían de tener los mismos prejuicios que sus padres y Daría podría tener más amigos, como tanto anhelaba, y así dejaría de sentirse excluida.

Daría, confundida, miró la imagen que señalaba la institutriz, mientras varios chicos a su alrededor levantaban la mano ansiosos de participar. No conocía el nombre del árbol, pero sus extrañas formas y colores, su peculiar follaje, le hacían pensar en un gigantesco grifo en pleno vuelo. Pronto Daría olvidó intentar recordar el nombre y, en lugar de ello, imaginaba estar en una terrible batalla con el grifo, tratando de salvar Derladia.

—Es el "árbol fénix", se le llama así por sus colores y porque sólo florece durante los días más calurosos del verano —contestó un niño sentado a dos asientos de Daría.

—Correcto, Nalu —dijo la institutriz sonriéndole al niño—. Daría, ¿podría decirme para qué se utilizan los frutos del árbol fénix?

Daría sacudió la cabeza ansiosa, olvidando el cuento que se formaba en su imaginación y tratando de prestar atención a la clase. Titubeó unos momentos nerviosa, antes de decir tímidamente: —No lo sé.

La institutriz hizo un gesto de desaprobación mientras fruncía el ceño molesta, ahora era ella la que parecía el grifo, pensó Daría. —Ya habíamos estudiado esto —reprendió la institutriz a Daría. —Otra vez estaba distraída. Si llega a ser reina de Derladia será un pésimo ejemplo para todos sus súbditos, nadie quiere una reina que no pueda recordar sus lecciones de la escuela.

Los chicos a su alrededor rieron en silencio mientras Daría se ruborizó apenada y enojada con la institutriz. Sabía muy bien la importancia de sus estudios, ella misma se apasionaba por leer cuanto libro podía encontrar para conocer más temas, pero durante las lecciones se ponía nerviosa y ello le hacía olvidar lo que había estudiado, ¿era en verdad necesario que la institutriz fuese tan severa con ella?

—Es todo por hoy —dijo la institutriz caminando hacia la puerta para abrirla— recuerden que dentro de una semana tienen que entregar sus reportes de lectura.

Los quince alumnos salieron presurosos del salón, al último venía Daría. Cuando llegó al pasillo observó que todos estaban parados en círculo platicando, haciendo planes sobre lo que harían ese día en la tarde. Tomando un profundo aliento, tratando de tomar valor, se acercó a ellos.

—¿Les gustaría ir a montar por el bosque? —dijo tratando de esconder su miedo. —Los caballos del castillo son muy bonitos y mi papá dijo que podemos usarlos.

Los chicos voltearon a verla, aparentemente molestos de que les hubiera interrumpido. Uno de ellos, Nalu, dio un paso adelante y contestó: —No. Vamos a ir al lago.

—¿Puedo ir con ustedes?

—El lago está muy lejos y sería... peligroso que te alejaras tanto del castillo, no sé qué haríamos si le pasara algo a nuestra querida princesa —dijo Nalu con malicia—. Además, hoy vas a estar ocupada, ¿no? Hoy es un día de luto para ti.

—¿De qué hablas? ¿Cómo que día de luto? —preguntó Daría desconcertada.

—Pues sí, hoy se cumplen ocho años de que murió tu madre, ¿no es cierto?

Daría entrecerró los ojos enojada. —Mi madre es la reina Adalia.

El chico sonrió nuevamente. —No, no, me refiero a tu verdadera madre, a la criada. La reina no es tu madre. Los reyes solo te adoptaron porque les diste lástima.

—¡Eso no es cierto! —vociferó Daría haciendo puño las manos.

—Como sea... no puedes venir —dijo Nalu antes de alejarse seguido de los demás chicos, quienes se iban riendo entre dientes.

—¿Qué no se ha dado cuenta que nadie la quiere? — comentó una chica mientras se alejaban. —No es igual a nosotros, debería estar metida en la cocina con los demás criados en lugar de tomar clase en el mismo salón — dijo otro chico en voz baja.

Daría bajó la mirada, ¡ni siquiera intentaban disimular que la odiaban! Se quedó unos momentos ahí parada, tratando de tranquilizarse, antes de caminar en la dirección contraria a los demás. Esa misma tarde, salió a caminar con Tobías, como habitualmente lo hacía, y a platicar sobre lo que había pasado y lo que le habían dicho los hijos de los nobles.

***

—¿Tu institutriz no les dijo algo? —preguntó Tobías seriamente después de escuchar su relato

—Creo que no se dio cuenta de lo que pasaba y además no sé si le hubiera importado. ¿Tú crees que algún día podrán aceptarme y dejar de verme feo por ser adoptada?

—Estoy seguro de ello.

Daría miró al mago con algo de desconfianza. Algo le hacía sospechar que Tobías se equivocaba, de alguna forma intuía que siempre sería discriminada por adoptada, que nunca sería realmente respetada como princesa o, menos aún, como la reina, y ello la hacía sentirse triste.

Siguieron caminando hasta que llegaron a un lugar extraño del bosque. Estaba lleno de niebla y corría un aire frío por entre los árboles, no se escuchaba más sonido que el eco de sus pasos por entre las piedras. Frente a ellos vieron una enorme construcción de piedras negras. Parecía ser un pequeño palacio negro, pero estaba ya tan desgastado y cubierto de moho, con tantas paredes derrumbadas, que era imposible decir qué había sido realmente; era incluso posible que originalmente hubiese sido un lugar más grande. En el centro tenía una puerta que conducía a un obscuro pasillo, y al fondo del pasillo parecía como si hubiese dos antorchas prendidas y una persona caminando de un lado a otro. Sobre la puerta había una lámina de metal con un extraño letrero.




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