Relato del Fuego y del Agua. Parte 1: Fuego

5. Acorralada

Era una hermosa mañana, el primer día de invierno. Todo estaba cubierto con nieve y hacía mucho frío. El sol brillaba con fuerza y el cielo estaba muy azul y despejado, con tan sólo unas cuantas nubes blancas de algodón por aquí y por allá. Tobías, Edelmar y Daría caminaban por el bosque, usando unos gruesos abrigos de piel para resguardarse del frío.

—Mi mamá me dijo que hoy va a haber una gran fiesta, porque ya casi son las "fevividades" de fin de año —dijo Edelmar emocionado, mientras corría frente a Tobías y Daría.

—No se dice "fevividades", se dice "festividades", niño lelo —corrigió Daría.

—No seas grosera con tu hermano, Daría —le reclamó Tobías—. Aún es pequeño y apenas está aprendiendo.

—Ya sé, pero eso no le quita lo tonto.

—¡Daría!

—Lo que pasa es que está celosa, Toby, porque yo voy a tener más juguetes de regalo que ella en las "fevistades" —explicó Edelmar muy serio.

Tobías le sonrió enternecido, Daría rodó los ojos molesta —No entiendo por qué tenemos que traer a este bebé con nosotros.

—¡No soy un bebé! Ya casi tengo seis años y soy un príncipe, tengo que conocer las "tiras" de mi papá —reclamó Edelmar.

Antes de que Daría pudiera corregir "tiras" por "tierras" y volver a insultar a su hermano, Tobías dijo: —Vamos, Daría, es tu hermano y tu madre sugirió que viniera con nosotros. No es su culpa que estés de mal humor, no hay necesidad de que seas agresiva con él.

—¡Claro que es su culpa! —dijo Daría—. Si nunca hubiera nacido, los nobles no dirían cosas tan denigrantes de mí, dejarían de considerarme como la hija de la criada y me aceptaría como su igual.

Tobías se detuvo y la miró con atención. —¿Ha ocurrido algo?, ¿hay algo de lo que quieras hablar?

—No, no me hagas caso. El frío me está calando hasta los huesos y no sé ni lo que digo — respondió Daría.

Tras una hora de estar caminando, se sentaron en un banco que había a un lado del sendero principal del bosque para descansar y para que Edelmar jugara con la nieve —y la comiera cuando nadie lo estaba viendo—.

—Toby — preguntó Daría—, ¿sigues pensando que tengo poderes mágicos?

El mago frunció el ceño, confundido por lo súbito de la pregunta. —Sí, estoy completamente seguro de ello, creo que podrías ser una de las magas más poderosas que jamás hayan existido.

—Entonces, ¿me podrías enseñar a usar mi poder?

—No —contestó el mago secamente, mirándola directamente a los ojos.

—¿Por qué no? —preguntó Daría con un chillido agudo—. Ya tengo quince años, ya no soy una niña.

—No es por tu edad, Daría. No considero que sea momento de que aprendas a usar tu magia porque en este momento estás llena de enojo y resentimiento. Utilizarías magia negra contra las personas que odias, como una forma de venganza.

—¿De verdad piensas que haría eso?, ¿me consideras como un peligro?

Tobías cruzó los brazos y la miró seriamente. —Creo que la magia es un asunto que no debe tomarse a la ligera. Es una responsabilidad muy grande y, si no se ejerce con precaución, puede lastimar a muchas personas, puede convertirse en un peligro, incluso para uno mismo. No todas las personas que tienen poderes mágicos están listos para aprender a usarlos, solo aquellos preparados para asumir un compromiso muy serio y para seguir un camino muy duro de entrenamiento y aprendizaje.

—Lo mismo que para convertirse en el gobernante de un reino, ¿no es así?

—Exacto. Esa también es una responsabilidad muy grande.

Daría sentía como el enojo la iba envolviendo toda. —¿Y tú también opinas que no soy la persona más apta para convertirme en reina?

Tobías bajó los brazos y dijo con suavidad. —Daría, te lo suplico, dime ¿qué ocurre?

—Nada importante.

El mago entrecerró los ojos. Sabía que ocultaba algo, empezaba a sospechar que Daría sabía algo de la última discusión con el consejo real. —Escucha: no creo que por ahora sea buena idea enseñarte a usar magia, pero eso no significa que no tenga confianza en ti o que dude de tus capacidades. Estoy convencido de que algún día serás una gran reina de Derladia, y quizás también una gran maga

Daría lo miró fijamente unos momentos antes de voltear la cabeza, ¿sería esa la verdad?, ¿o sería acaso que el hombre tenía razón y estaba esperando la oportunidad para coronar a Edelmar como rey de Derladia en lugar de a ella?

Minutos más tarde, caminaban de regreso al castillo en silencio, todos excepto Edelmar, quien iba parloteando sin cesar sobre las "fevividades" de esa noche.

***

Cuando llegaron al castillo, faltaba poco para que empezaran los festejos, así que cada uno subió a su habitación para prepararse. A pesar de que Daría no estaba de humor para una celebración, Tobías insistió en que era importante ir y le prometió acompañarla para que no se sintiera sola.

Después de una hora, Daría bajo al salón dónde sería la fiesta. Estaba todo hermosamente decorado y ya había mucha gente: todos los nobles de Derladia y sus familias estaban ahí, pero también había invitados de otros reinos lejanos. Buscando entre la multitud, Daría encontró la mesa donde estaba su familia y algunos de los invitados más importantes, caminó hacia ella y se sentó junto a Adalia, quien conversaba con dos personas.

—¿Dónde está Tobías? —preguntó Daría sin importarle interrumpir a su madre.

—Está en la entrada con Nicolás, recibiendo a los invitados.

—¿Va a tardar mucho? Prometió acompañarme.

—No lo sé.

—Pero yo qui...

—¡Daría! Es de mala educación interrumpir, ¿qué no puedes ver que estoy hablando con alguien? —dijo Adalia fastidiada.

Daría se reclinó en su silla murmurando maldiciones y permaneció en silencio, pensando que hubiera sido mejor quedarse en su habitación toda la noche.

Unas horas después sirvieron la cena. Estaba deliciosa, como siempre, pero Daría no la disfrutó, estaba muy enojada por tener que pasar las fiestas con gente que le desagradaba. Se sentía incómoda porque nadie le hacía caso y era como si fuera invisible: Edelmar estaba jugando con su comida, lo que le causaba náuseas; Adalia charlaba sobre política con algunos de los invitados, lo cual le aburría; y mientras tanto, Nicolás y Tobías iban y venían de un lado a otro del salón.




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