Relato del Fuego y del Agua. Parte 1: Fuego

7. Perdición

Daría cabalgó al palacio de Namtar. El sol se había ocultado detrás de las montañas y la noche cubría todo, estaba lloviendo muy fuerte y se escuchaban truenos feroces en la distancia. Cuando Daría estuvo frente al palacio desmontó y se dejó caer al suelo sin importarle llenarse de lodo. Se quedó ahí arrodillada llorando amargamente, sabiendo que el dolor que tenía en su corazón, lo cargaría por el resto de su vida.

Un fuerte ruido en la entrada del palacio la hizo volver la mirada. Namtar estaba ahí parado, observándola, ordenándole en silencio que entrara. Daría se incorporó y dejó que la lluvia la mojara un poco más de tiempo, antes de seguir a Namtar. Caminó por el oscuro pasillo que le era ya tan familiar, hasta llegar al amplio salón del fondo, donde se encontraba el tabernáculo de cristal. En una de las esquinas del salón había una chimenea y dos amplios sillones a los lados, Daría se dejó caer sobre uno de ellos, sin prestar atención a los escalofríos que recorrían su cuerpo empapado y frío.

—¡Maldición! Me siento muy mal, voy a vomitar otra vez.

—Hiciste lo correcto —insistía Namtar suavemente mientras caminaba frente a ella de un lado al otro del salón—. Ese mago estaba metiéndose en lo que no le importaba, iba a descubrir nuestro secreto y arruinar todos nuestros planes. Fue necesario eliminarlo.

—Era mi amigo... —dijo Daría con una mirada perdida que reflejaba lo vacío que se estaba volviendo su corazón.

—¡No lo era! ¡Tú sabes cuánto se oponía a los planes de tu padre! —respondió Namtar furioso; tomó aire lentamente y añadió más tranquilo: —Hiciste lo correcto. Yo sé que todo esto ha sido muy difícil para ti —dijo Namtar en un tono empático, deteniéndose frente a ella y mirándola directamente a los ojos—, pero era necesario hacerlo. Nuestros planes son más importantes que cualquier otra cosa... debes aprender que algunas veces no queda más opción que eliminar a todos los que se nos oponen.

—Escucha —dijo Daría firmemente, reclinándose hacia adelante—, es cierto que amo la magia, la magia negra, y todo lo que me has enseñado. Pero crucé una línea que nunca pensé que cruzaría. Ya no puedo hacer nada acerca de Tobías... —la palabra se atoró en la garganta de Daría, ahogándola, no podía soportar siquiera pronunciar el nombre del mago—. Pero nunca más voy a eliminar a la gente que se nos opone —terminó Daría firmemente, recargándose contra el respaldo del sillón nuevamente.

Namtar la miró unos momentos, antes de hablar con una voz elegante y poderosa: —Sí, sí lo harás. Tienes que saber luchar por nuestra causa, tienes que aprender a defenderla, cueste lo que cueste... porque si no, no le eres de ninguna utilidad a tu padre.

Daría abrió los ojos y miró a Namtar estremecida.

—Bien sabes que aunque Nicolás diga que eres su hija —continuó Namtar—, en realidad no piensa eso. Siempre preferirá a Edelmar, pues en el fondo sabe que él es su verdadero hijo y tú eres únicamente la chica a la que adoptó por lástima, porque no tenía otra opción, se sentía culpable por la muerte de tu madre y sólo por ello te adoptó, no porque te amara.

—Ahora —dijo Namtar mientras sus ojos brillaban—, has encontrado a tu verdadero padre, y no tienes que seguir siendo la hijastra de segunda de un tonto, no tienes por qué seguir soportando el maltrato y desprecio de todos los nobles de la corte de Nicolás cuando tú eres mucho más valiosa que ellos. Junto a tu padre, tú estás destinada a convertirte en alguien más poderoso de lo que jamás han sido los reyes y reinas de Derladia. Sin embargo —añadió con una voz fría y amenazante—, también sabes que debes cumplir con todas mis órdenes, o no podrás lograr este destino.

Daría lo miró sobresaltada. Una de las cosas que había aprendido en los años que llevaba junto a Namtar —la más importante de todas— era que su verdadero padre seguía con vida y quería tenerla a su lado. Descubrir esto había sido elemental para Daría, pues sentía que el lugar que tomaría junto a su verdadero padre no le podría ser arrebatado jamás, a diferencia del lugar que tenía con Nicolás y Adalia, en donde constantemente era el centro de los insultos y desdén de los demás miembros de la corte real por ser adoptada. Junto a su verdadero padre, no tendría que temer ser despreciada, junto a él no volvería a sentirse sola y devaluada.

Las palabras de Namtar habían aterrado a Daría, ¡no podía soportar la idea de que su verdadero padre la rechazara al igual que todos los demás! Y aunque ello implicara hacer cosas que la hacían sentir mal, Daría prefería hacerlas antes que perder el amor de su padre.

—Tienes razón, me siento mal por Tobías, pero... nuestra causa es más importante, no volveré a dudar en hacer lo necesario para preservarla —dijo Daría con la voz temblorosa.

—Justo lo que pensaba.

***

Pasaron tres años más. En ese tiempo, el alma de la joven Daría se hizo más y más fría. La grieta que se había formado en su corazón cuando asesinó al mago se fue haciendo cada día más profunda, hasta que se convirtió en un vacío. Entonces, Daría dejó de sentir culpa o dolor por lo que había hecho, tampoco sentía ya felicidad o paz, pues el vacío en su corazón hacía imposible que tuviera sentimientos.

Nicolás, tal como lo había prometido, contrató a los mejores detectives, caballeros y magos para que investigaran sobre la muerte de Tobías y hallaran a su asesino para poder llevarlo ante la justicia. No obstante, nunca encontraron pistas, inclusive misteriosamente olvidaron la idea de buscar entre los papeles del mago para averiguar qué era lo que había descubierto. Tras varios intentos frustrados, se dieron por vencidos y decidieron dejar de lado este asunto.

El dragón verde que había llegado junto con Tobías hacía tanto tiempo ya casi nunca se veía sobrevolando el castillo y la aldea. Era sólo en contadas ocasiones que algunas personas se percataban de que aún estaba ahí, vigilándolos y cuidándolos a todos, apoyándolos desde lejos durante los tiempos tan difíciles que estaban viviendo.




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