Relato del Fuego y del Agua. Parte 1: Fuego

10. La hija de Yurmeli

—¿Mi señora? —dijo Iliana desde la entrada—; lamento interrumpirla, pero hay alguien que la busca.

Safira se dio la vuelta y preguntó: —¿Ya regresó Lander?

—No, mi señora, aún no tenemos noticias del rey.

Safira asintió. —Bajaré en un minuto.

Iliana hizo una reverencia y salió del cuarto. Safira suspiró un poco inquieta y, sin pensarlo más, se alejó del balcón, tomó su capa azul, y bajó las escaleras. Caminó hacia una de las amplias terrazas del castillo, donde la estaba esperando pacientemente un dragón verde.

Cuando el dragón escuchó a alguien acercarse, volteó la cabeza y sonrió. —Mi querida amiga, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine a visitarte. ¿Cómo has estado?

—Cansada, muy cansada, pero bien —respondió la reina sentándose en uno de los divanes de la terraza.

—La última vez que vine apenas sabías que estabas embarazada, y ahora ¡mírate! Dime, ¿cuándo nacerá tu hijo?

—La curandera dice que dentro de dos meses, aproximadamente. Espero que puedas estar por aquí en esas fechas.

—Claro que sí.

Safira sonrió. —Y cuéntame, ¿dónde has estado en todo este tiempo?

El rostro del dragón se ensombreció. —Lejos de Derladia y Yurmeli, en una misión en uno de los reinos del este. Ahora que he regresado, entiendo que fue una mala idea salir, pues ha pasado algo terrible.

La reina entrelazó las manos, preparándose para lo peor. —¿Qué? Dime.

—El rey Nicolás y la reina Adalia han fallecido —explicó el dragón pesadamente—. Poco después de su muerte, Daría y Namtar iniciaron un ataque brutal contra el ejército de Derladia. Fue una pesadilla... Edelmar fue asesinado y al poco tiempo el resto de los caballeros fueron derrotados.

Safira abrió los ojos asustada, puso su mano sobre su boca mientras murmuraba unas palabras entrecortadas: —Así que —finalmente pudo decir Safira en un susurro—, ¿el nigromante y Daría han conquistado Derladia?

El dragón asintió gravemente. —He sabido que esto iba a pasar desde que se descifró la profecía en el palacio de Namtar, hice todo lo posible para evitarlo y aún así ¡no pude detenerlo! ¡Es mi culpa! —vociferó frustrado.

—Pero —dijo Safira recargando la cabeza sobre su mano—, tal vez todavía podamos hacer algo. Debe existir una forma de vencer a Namtar antes de que sea más poderoso, antes de que trate de conquistar otros reinos, ¡no podemos quedarnos cruzados de brazos!

—Creo que nuestra única opción es resignarnos —contestó el dragón agriamente—. Namtar y Daría son muy poderosos, mucho más poderosos de lo que jamás imaginé. Todos mis intentos han sido inútiles, y ahora que Namtar ha conquistado Derladia, tiene más poder que antes.

Safira movió la cabeza de un lado a otro enfáticamente. —No, me rehúso a aceptarlo. Tenemos que hacer algo, no permitiré que mi hijo crezca en un lugar gobernado por las sombras.

El dragón consideró la idea unos momentos. —El plan de Daría y Namtar es expandir su dominio hacia los otros reinos, ya he encontrado personas fuera de Derladia que muestran el mismo malestar y odio que Namtar ha generado en la gente aquí. Pero... tal vez, si actuamos rápido, podamos prevenir esto. Posiblemente podamos pedir su ayuda y todos juntos contrarrestar el poder que ha ganado el nigromante —decía el dragón entusiasmado—. ¿Puedo contar con el apoyo de tu reino?

Safira titubeó unos momentos. —Sí, hablaré nuevamente con mi Consejo. Estoy segura que, viendo todo lo que pasa, dejarán de ser tan testarudos y entenderán que debemos luchar unidos para detener a Namtar.

—Muy bien, entonces debo partir. Regresaré una vez que haya reunido un grupo lo suficientemente grande para, juntos, hacer un plan para derrotarlos.

Safira lo miró aprehensivamente. —¿Y si tardas más de dos meses en reunirlo?

El dragón le sonrió, entendiendo a qué se refería la reina con esta pregunta. —No te preocupes, voy a estar aquí para el nacimiento de tu hijo, lo prometo.

—Está bien —respondió Safira, y añadió preocupada: —Por favor, cuídate, no quiero que te pase lo mismo que a... a esa persona.

—Estaré bien, ni Namtar ni Daría saben de mí, ni de mis planes, no hay qué temer, y seré cuidadoso. Tú también cuídate. Nos veremos pronto —con esta despedida, el dragón extendió las alas y se alejó de Yurmeli volando.

Safira lo siguió con la mirada, mientras decía en voz baja: —Te deseo lo mejor, mi querido amigo.

Iliana salió a la terraza y se acercó a la reina. —Mi señora, el rey Lander acaba de llegar.

***

El dragón recorrió varios kilómetros, aventurándose en diferentes reinos, parando en cada uno de ellos, tratando de lograr su propósito de detener a las fuerzas de la oscuridad. Algunos reinos estaban cerca de Derladia, otros estaban tan lejos que el dragón tardó más de una semana en llegar a ellos. Cada reino tenía características que lo hacían único: algunos tenían construcciones de cristal, otros estaban ocultos en medio de una jungla, unos tenían casas y palacios de hielo y nieve, mientras que otros yacían entre las dunas de un desierto. En cada reino habitaban diferentes razas: hombres, elfos, enanos, hadas, gnomos, centauros... Con sus diferencias, se formaba un caleidoscopio de personas y tradiciones que hacía a estas tierras especiales.

Todos los reinos, sin embargo, tenían ahora algo en común, algo que hizo que nuestro dragón perdiera toda la esperanza de poder realizar su plan, una característica que habían adquirido recientemente: todos estaban siendo conquistados por las sombras de Namtar, aún cuando ni siquiera pudieran verlo.

Reino por reino, Namtar extendía su oscuridad. Poco a poco las personas iban llenándose de miedo, de odio, se volvían avaros y mezquinos mientras su corazón empezaba a vaciarse. Ya no les interesaba luchar por la justicia, por la verdad, por la paz, decían que eran ideales absurdos. No parecía importarles que Namtar viviese aún y fuese más poderoso que antes: habían perdido el sentimiento de fraternidad que antes los unía.




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