La quietud del bosque fue perturbada cuando un dragón color esmeralda aterrizó junto a unos árboles secos y caminó tranquilamente hacia un lago para beber un poco de agua y descansar. Detrás del dragón, se acercó un joven alto montando a caballo. Tenía alrededor de dieciocho años, ojos color hiedra, piel avellana y cabellos castaños que caían desordenadamente sobre sus hombros.
Al ver al dragón, el joven desmontó su caballo y se sentó, recargado contra un árbol, dejando su espada a un lado y envolviéndose en su capa para protegerse de los vientos helados que corrían entre los árboles secos.
El joven esperó en silencio unos minutos antes de decir:—¿Podrías, por favor, apurarte? Necesitamos encontrar un lugar para pasar la noche.
El dragón respondió sin voltear. —Vamos, Antonio ¿por qué siempre estás con prisa? ¡Disfruta la vista! Estamos es un bello lugar, calmado y lleno de paz…
—¡Auxilio! —vociferó alguien en la distancia, interrumpiendo al dragón—. ¡Por favor, alguien ayúdeme!
El joven sonrió sarcásticamente. —¿Decías que este es un lugar tranquilo?
—O por lo menos alguna día lo fue… ¡vamos a ayudar!
El dragón abrió las alas y voló en dirección a la persona que estaba siendo atacada. Antonio se incorporó tomando su espada y cabalgó detrás de su amigo. Pronto se encontraron con un anciano rodeado por dos demonios.
Antonio desenvainó su espada y empezó a luchar contra uno de los demonios. El joven tenía mucha experiencia peleando contra este tipo de criaturas, ya que eran muy comunes en esta época. Tras blandir su espada hábilmente de un lado a otro, pudo dar una estocada al demonio haciendo que desapareciera casi de inmediato.
El dragón se encargó del otro demonio utilizando su magia. A pesar de que estas criaturas tenían poderes, el dragón era más diestro y poderoso. Sin problemas, transformó al demonio en una nube de humo que desapareció con el viento.
Viendo que el peligro había pasado, Antonio caminó hacia el anciano y lo ayudó a ponerse de pie. —¿Se encuentra bien, señor?
—Sí, sí, gracias, muchas gracias —dijo el anciano agitado—. ¡No sé cómo pasó esto! Estaba caminando tranquilamente por el bosque cuando los demonios aparecieron de la nada y me atacaron.
—Hay muchas criaturas rondando estas tierras —dijo el joven gravemente—. Déjeme presentarnos, mi nombre es Antonio y él es mi amigo Wilgradnedfredolx.
—Puede llamarme Will, sé que tengo un nombre un poco difícil de pronunciar —dijo el dragón sonriendo.
—Yo soy Fausto —dijo el anciano—. Gracias por su amabilidad. Disculpen, ¿podrían decirme que tan lejos está Derladia?
El rostro de Will se oscureció. —Ya está aquí.
—¿En serio? —dijo Fausto confundido—. Había escuchado que era un reino hermoso y próspero.
—Una vez lo fue, pero ya no —respondió Antonio—. ¿Qué lo trae por aquí? Es muy peligroso este reino, le aconsejo que se vaya.
—Temo que no puedo irme aún —dijo Fausto un tanto incómodo—. Verán, tengo un problema: me gusta apostar en los juegos de cartas y pues, tuve un mal juego y… perdí todo lo que tenía. Ahora le debo mucho dinero a un hombre… me dijo que viniera a Derladia porque quiere que haga un trabajo especial para él y con eso saldará mi deuda. Sé que es peligroso, pero si no lo hago podría meterme en grandes problemas… en fin, gracias una vez más por salvarme la vida —dijo Fausto haciendo una reverencia frente a ellos.
—De nada, ¡y recuerde tener cuidado, abuelo! —dijo Antonio.
—Lo tendré —respondió Fausto y se alejó caminando. Pronto estaba fuera de vista.
Will suspiró y se recostó a un lado de Antonio, cerrando los ojos.
—Una vez fue un reino hermoso… —murmuró Antonio para sí mismo mientras se recargaba en su amigo.
***
No quedaba mucha de la antigua gloria y prosperidad de Derladia. Gran parte de sus bosques habían sido talados. Los ríos estaban secándose y el agua de los pocos lagos que subsistían, era turbia y tenía un sabor amargo que no calmaba la sed. Sólo quedaban algunas ruinas en la aldea; la mayoría de las casas habían sido destruidas para construir nuevos palacios para idolatrar a Namtar y Daría. El castillo estaba ahora recubierto de un material negro y frío, alzándose imponentemente sobre todo el reino, recordando a todos el control que ejercía el siniestro Namtar en sus vidas.
Las pocas personas que aún habitaban en Derladia se escondían en las partes más recónditas del reino, siendo constantemente atacados y aterrorizados por las criaturas de las sombras que el nigromante había revivido: demonios, fantasmas, grifos, minotauros y otros más, rondaban por todo el reino, destruyendo, robando, lastimando y estremeciendo a la gente, haciéndola sentir aún más desdichada. Algunas personas eran tomadas como prisioneros y sufrían terribles tormentos dentro del castillo. Otros más, tristemente, sucumbían ante su propia maldad, y ahora servían a Namtar y Daría, pensando que no tenían más opción que rendirse ante ellos.
El reino de Yurmeli era ahora sólo ruinas y estaba sellado con una barrera mágica que impedía el acceso. La Puerta de los Mil Robles y el bosque alrededor de su entrada habían sido destruidos tras la batalla en la que perdieron los elfos, quince años atrás. Quedaban muy pocos elfos en Derladia, sólo algunos pudieron escapar, el resto fueron tomados prisioneros, y algunos inclusive fueron eliminados.
Durante estos años, Daría se había convertido en una hechicera aún más poderosa. Con el paso del tiempo, su corazón estaba más vacío que antes y su crueldad parecía no tener límites. Aquellos pocos que la habían visto, la describían como una mujer tétrica, vestida toda de negro, mirando siempre por su ventana; una mujer de ojos negros en los que no brillaban jamás la misericordia ni la piedad.
Ella y Namtar habían extendido su imperio sobre casi todos las tierras, además de Derladia. Aún quedaban algunos reinos al este luchando contra su ejército, pero era cuestión de tiempo antes de que fueran vencidos también: nadie podía hacer algo para detenerlos. Era seguro que, en poco tiempo, habrían conquistado todas las tierras de este lugar.