Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

5. La aldea de los elfos

—En su constante andar, ¿no hay un lugar al cual llamar final? —dijo Cáer mientras Antonio, Will y ella caminaban tranquilamente por un bosque.

—No, Cáer, no nos dirigimos a un lugar en específico —respondió Antonio, orgulloso de estar entendiendo lo que decía la esfinge sin ayuda del dragón—. Simplemente vamos a diferentes partes del reino, ayudando a las personas que nos necesiten.

—Y ahora también estamos buscando una forma de mantenerte a salvo —dijo Will.

—Yo insisto en que hubiera sido una buena idea quedarnos en la villa —dijo Antonio al dragón—. Aquí afuera, en el bosque, somos blancos fáciles; cualquiera de las criaturas de Namtar y Daría puede encontrarnos, y avisarle a Fausto y sus hombres dónde estamos. En lo que tú y yo luchamos contra las criaturas, pueden llevarse a Cáer prisionera.

—Lo sé, pero pienso que hubiera sido más peligroso quedarnos en la villa; después de todo, ahí fue donde encontraste a Fausto y al hombre de gris. Además, Namtar sabe que existe esa aldea, si está tan desesperado por encontrar a Cáer como creo, la villa será el primer lugar donde la buscará. La gente de la villa no tiene poderes mágicos ni habilidad con la espada; si llegan a atacarlos por buscar a Cáer, ¡sería un desastre! No podemos poner en peligro a todas las personas que viven ahí.

—Puede que tengas razón —respondió Antonio, no muy convencido—, pero, Will, vamos a necesitar ayuda.

—Eso también lo sé… —dijo Will pesadamente. Él sabía que necesitarían ayuda no sólo para proteger a Cáer, sino también para lograr que se transformara en Melina nuevamente.

Cáer escuchaba atentamente todo lo que decían, cada vez más confundida por sus decisiones y razones. —Carga pesada llevan, ¿acaso no se doblegan? El tiempo se carcome a aquellos que tome, ¿no sería mejor transitar sin clamor?

Antonio volvió la vista hacía su caballo: en la silla, tenía atados un par de bultos en los que llevaban medicinas y provisiones. —¿Crees que sea demasiado pesado para él? —preguntó pesando que Cáer aludía al caballo—. Es cierto que ya es algo viejo, pero es una compañía fiel y todavía aguanta…

Cáer sonrió divertida.

—No te referías al caballo, ¿cierto? —preguntó Antonio; Cáer negó con la cabeza.

—Cáer está sorprendida de que podamos soportar tantas cargas —explicó Will.

—¿Cargas?

—Sí, cargas como la preocupación de cuidar de ella, asegurarnos de que no dañen a la gente de la villa, buscar un camino para luchar contra el nigromante… Cáer piensa que sentir tanto es abrumante y pregunta si no sería mejor, o más fácil, no tener sentimientos como ella —explicó Will.

—En las sombras, no hace eco lo que pesa —apuntó Cáer.

—Sí, es cierto —dijo Will y continuó ante la mirada de confusión de Antonio—. Cáer dice que las personas que han cedido ante la oscuridad de Namtar no tienen sentimientos.

Antonio asintió con la cabeza. —Tienes razón, Cáer, pero no creas que la vida es más fácil para ellos, aunque algunas veces den la impresión de estar viviendo libremente y sin problemas. Todo lo contrario: han escogido seguir a Namtar porque han sido consumidos por su odio, por sus miedos, y eso hace que sean miserables, que no tengan capacidad de ser felices… nada es más difícil que una vida así.

—Si la tormenta los ahoga y arrastra, ¿por qué no se alejan del mar?

—Porque ceder ante el mal de Namtar es un camino más fácil: es más sencillo odiar a alguien que perdonarlo —explicó Will.

Cáer asintió, pensando en lo que habían dicho; continuaron caminando en silencio.

***

Al llegar la noche, estaban buscando un lugar tranquilo para acampar cuando entraron en una parte del bosque que no conocían. Aquí había más árboles que en otros lados, y lo más extraño era el río que corría en el lindero: un río caudaloso y fuerte, con aguas puras y refrescantes.

—Esto es muy raro —murmuró Will—. No había visto un río como éste desde que Yurmeli fue destruido, y Safira y Lander murieron…

Will levantó la mirada y trató de ver qué había tras los árboles, frente a ellos; hizo una señal a Antonio y a Cáer para que permanecieran en silencio.

—Algo bulle en lo desconocido —dijo Cáer.

—Sí, yo también huelo comida del otro lado de los árboles, ¿será que hay personas ahí cocinando? —dijo Antonio distraído—. Si tienes hambre, Cáer, hay unos bollos dentro de uno de los sacos.

Cáer hizo una mueca: ¡su acertijo no tenía nada que ver con la comida!

Antonio preguntó al dragón, —¿Crees que sean demonios o grifos?

—No, por lo general no frecuentan esta parte del bosque; además, la música se oye alegre, y se escucha gente cantando —dijo Will—. Esperen… creo que reconozco a una de la personas que están ahí… ¡sí! ¡Es Iliana!

—¿Quién es Iliana?

—Solía ser la consejera del rey Lander y la reina Safira, antes de que Yurmeli fuera destruido —explicó Will emocionado—. ¡Vamos! Acerquémonos a ellos.

Los tres entraron a la aldea. Era un lugar pintoresco, muy similar a la villa que frecuentaban Will y Antonio. Todas las casas eran de madera y, al centro, había una gran fogata alrededor de la cual estaban varias personas charlando divertidas, mientras otros cantaban.

Al ver que alguien se acercaba, Iliana se incorporó y caminó hacia ellos. —Son bienvenidos a esta aldea si no sirven a Namtar y a Daría —dijo amablemente.

—Por supuesto que no —respondió Will tranquilamente—. Dime, ¿no me reconoces, Iliana?

—¿Has estado antes aquí?

—No, pero era un amigo cercano de la reina Safira, visité Yurmeli en muchas ocasiones.

Iliana abrió los ojos impactada al escuchar que el dragón mencionaba el nombre de la antigua reina de los elfos. Lo miró unos momentos y sonrió. —¡Will!, ¡qué gusto me da verte de nuevo! Creí que habías muerto.

—No, todavía no —dijo él, sonriendo—. A mí también me alegra encontrarte, no sabía que hubieras escapado cuando Daría y Namtar atacaron Yurmeli.




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